miércoles, 15 de marzo de 2017

Derivas e impresiones (III)



15. Mar. (Dos cipreses confirman un cauteloso enlace de amor antiguo ante el recuerdo de un niño-santo)

Mediodía, todavía penduleaba, tímido, el columpio que un minuto antes abandonara un chiquillo ante la llamada de su madre. Solo quedaban el runrún de la mula de siembra abriendo surcos en una tierra demasiado cansada, y el chirriar metálico del rodillo que preparaba la nueva moqueta sinople para la primera primavera… Y, entonces…, atento, con el corazón del sueño abierto, y el sol colándose en haces por entre las celosías de las ramas, quisiste percibir cómo dos cipreses ―uno al lado del otro― cimbrearon ligeras caricias para confirmar un cauteloso enlace de amor antiguo. Allí mismo, frente al pilar que sirvió de altar a ese festejo de la Naturaleza; donde, décadas atrás, la arboleda vieja refrescó la estatua de un niño-santo que dio nombre a la plaza; quisiste percibir ―también― cómo los arboles del amor, con sus adornos de vainas cobrizas, modestamente principiaban a florear albirrosados tejidos en señal de alegría; y las acacias del Japón alzaban hacia el cerúleo sus ramajes desnudos en señal de purífica alabanza; y, los pinos, lanzaban sus acículas formando una discreta y parda algarabía. Todo… absolutamente todo aquel misterio fue presidido por el recuerdo de aquel niño-santo. Y esto ocurrió… cuando al mediodía, con el corazón del sueño abierto, y, el sol colándose en haces por entre las celosías de las ramas, permitieron, a un profano, ser testigo de algo sagrado.