1 Feb. (La bajada: recuerdo de un sueño,
o, ¿pesadilla?)
Hoy,
un cendal de violonchelos tristes vela la etérea mañana ―cierta pesadez en las
ideas―; aún recuerdas la noche anterior: tuviste aquel extraño sueño, o,
¿pesadilla?
Pretendías,
henchido de confianza, coger un ascensor que te elevara a una azotea de expectativas
cumplidas, y, pese a todo, caíste irremisiblemente hacia el sótano. ―Pareciera
que el paraíso anhelado fuera siempre esquivo―. Recuerdas de aquel sueño, o,
¿pesadilla? cómo al pasar quedaste totalmente inerte, dando la apariencia de un
espectador que atendiera hipnótico a un desenlace incierto pero fatal. Mientras
tanto el ascensor… bajaba y bajaba. En algunas plantas entraron otras personas:
figurines grisperlados de rostros difuminados e incomprensiblemente familiares.
Algunos te abandonaban en la planta siguiente, otros aguardaban a tu lado más
tiempo, pero ninguno de ellos reparaba en ti. Deseabas entablar conversación
aunque eras consciente de que no podías articular una sola palabra ―sujeto a
las secretas y caprichosas leyes de lo onírico―. El ascensor continuaba cayendo
y aquellos espectros de rostro escondido seguían transitando sin hacerte el
menor caso; y los pisos eran ya subterráneos: menos uno, menos dos, menos
tres…, intuías el final «¿de qué?», no lo sabías aún, pero sí que estaba
próximo. De pronto reparaste que ya no había nadie, y en esa angustiosa y
gelidora soledad, echaste de menos la compañía de aquellos fantasmas tan
incomprensiblemente familiares. ―A veces es mejor estar acompañado de una
desconocida multitud que aguardar solo―. Cuando el ascensor hizo tintilear la
campana del sótano, y sus puertas se abrieron, asomó el silencio absoluto: la
Nada. Luego dos vidrios celestes, y, ¿un ángel, la muerte? Despertaste.