lunes, 16 de julio de 2012

Pelayo del Castillo, del teatro al hospital


1. Biografía

Fue Pelayo del Castillo otro de esos empedernidos miembros de la cofradía bohemia de la segunda mitad del siglo XIX. De origen valenciano como Pérez Escrich, sus amigos le describían como un hombre altivo, insolente y atormentado, pero también apuesto, de mirada audaz y portador de una buena barba rubia y ensortijada. Por otro lado, y como no podía ser menos en tal hermandad, amigo del encarnado vino.

Comenzó su andadura literaria allá por los años cincuenta de su siglo; en los comienzos escribió pequeñas obras que le compraba otro ilustre de aquel tiempo Miguel Pastorfido, este tenía una librería donde recogía a los escritores desconocidos y anónimos que gustaba de exprimir su ingenio hasta las entrañas —como era costumbre en la época— para luego firmar él sus obras. Así Pastorfido  puso a trabajar al estro literario del necesitado Pelayo, pagándole con lo justo para poder comer. Un día el bohemio, cansado ya de morar en las caliginosidades del encierro por apenas unos ochavos rompió con su "protector". Aunque la verdad sea dicha explotador y explotado, asiduos ambos de los mismos cafés y figones, no tardaron en reconciliarse y trabajar juntos escribiendo obras en común que les reportó lo justo para tirar adelante.
Otro grande de la época que tuvo tratos con el bohemio fue Camprodón, Francisco Camprodón, tal vez hoy recordado por ser el autor original de la zarzuela Marina, aún hoy interpretada aunque con cambios respecto a la original. Según cuentan los murmullos de la época, un día Camprodón encargó a Pelayo que le tradujera una obra francesa, este aceptó, y tras la conclusión del trabajo fue estrenada bajo el rubro traductor del zarzuelista, que además se la dedicó a una marquesa. A Pelayo con más o menos razón, pues cobró por el trabajo, parece que no le hizo gracia esa nombradía galante de su encargante, he hizo circular por los cenáculos literarios una redondilla un tanto mal intencionada:

"Si la comedia es francesa
y los versos míos son
¿que dedica Camprodón
a la señora marquesa?

Y es que Pelayo del Castillo, aunque lleno de estrecheces, siempre se mantuvo firme en sus ideales. Fue de aquellos que creían que el bohemio debía dedicarse por entero a esgrimir la pluma; y tanto fue así, que su buen amigo, y ministro por entonces, Francisco Romero Robledo, le ofreció un destino de 12.000 reales en la administración de Correos, el cual, tan solo sirvió solo unos pocos días.

Romero Robledo a nuestra derecha, junto al político y aristócrata Romanones.
Del día del estreno de su gran obra El que nace para ochavo... se cuenta una báquica historia, después de la representación y por la buena acogida del público, el editor que le había comprado los derechos pagó a Pelayo tres duros para que pudiera festejar su reciente adquirida prez. El bohemio que vio en su poder un bendito bien, salió raudo del teatro sin esperar a recibir las felicitaciones de sus cofrades que acudieron al estreno; buscó después un sitio para cenar caliente, pues llevaba varios días haciendo dieta de dos sardinas y medio panecillo, comió unas judías, por aquello de no gastarse el montante de forma innecesaria, y se mostró más generoso con el vino, seguido después de anís. Así nuestro comediógrafo terminado su ritual de vaporosas alcoholicidades, deambuló por la coronada villa haciéndose  pasar por émulo de péndulo. Llegó en un momento dado a una puerta entreabierta se metió dentro y se echo en los brazos de Morfeo, el cual lo apreso con un ansia febril. Se despertó el literato al día siguiente por los rebuznos de un asno que bien podría haber sido el de Apuleyo, a su lado dos guardias y el asustado dueño del animal parecían recriminarle: «—¿Cómo ha entrado usted aquí, quién es usted, cómo se llama?» dijo uno de los guardias, Pelayo, lleno de briznas de paja por todo el cuerpo —pues había dormido en una especie de cuadra—, y con un aspecto un tanto desastrado se irguió con altivez, quizás por estar todavía bajo los últimos resquicios del zumo de cepa, y repuso: «—Soy don Pelayo del Castillo autor de El que nace para ochavo...»
La noticia de la celebración pronto circuló por los corrillos bohemios, y estos, siempre gente bien avenida y agradecida, tuvieron a bien dedicar unos versos a su compatrioto por la hazaña de su gran estreno:

"Si Cervantes no cenó
cuando acabó su Quijote
(según Serra consignó),
el gran Pelayo Castillo
cuando le hicieron su ochavo
en una cuadra durmió
hasta que le despertó
su compañero con rabo."

Así fueron transcurriendo los años, y poco a poco la prez alcanzada se fue diluyendo como azucarillo en un vaso de anonimia. Armando Palacio Valdés, otro relator de las miserias epocales, dejó plasmado en una interesante crónica, recogida después en su obra Aguas fuertes 1884 el luctuoso encuentro que tuvo con don Pelayo.

"Había oído hablar muchísimo de este personaje y tenía la cabeza llena de sus extravagancias y proezas tabernarias: había visto en los teatros una pieza suya titulada El que nace para ochavo, ... tumbado boca arriba, con la cabeza apoyada en una piedra y expuesto a los rigores del sol, vimos a un mendigo sucio y desarrapado. ¡Cómo se nos había de ocurrir que aquel hombre fuese Pelayo del Castillo! Tenía la cabeza enteramente descubierta y llena de greñas, el rostro encendido, el cuerpo envuelto en un andrajo que parecía el residuo de una capa, los pies metidos en dos cosas asquerosas que en otro tiempo habían sido alpargatas."

De sus días finales, todos los cronistas rescatan una interesante anécdota. Según parece fue el propio bohemio el que viéndose enfermo los últimos días de 1883, se dirigió por su propio pie hasta el hospital, por el camino se encontró con un conocido que le interpeló: «¡Pelayo dónde vas!» y este le respondió «Al hospital y a morirme... en la posada del mundo ya no tengo albergue. La vida me pesa cada día más, y he decidido morirme, porque la muerte es lo que más me conviene... Si yo no estuviera casi moribundo tendría que morirme de frío y de hambre en plena calle; pero estando así, tengo tanta suerte que voy a acabar en una cama...».

Murió finalmente un cuatro de enero de 1884 el cómico doliente; su entierro, en gesto noble, fue sufragado por el viejo político Romero Robledo. Todavía el día del sepelio se cuenta otra anécdota: asistieron a este tan solo sus amigos más íntimos, Pedro Marquina —del que ya hablamos en una entrada anterior—, y Pedro Escamilla. El primero, en el momento en que los trabajadores del cementerio se dispusieron a cubrir el cuerpo del óbito con parte del cuerpo de Gea, declamó de forma un tanto rimbombante: «ya el vil sepulturero/ se dispone a dar la última paletada...» no terminó el bohemio su endecha cuando el honrado trabajador al oír que le llamaban "vil" levantó su pala en gesto amenazante. Marquina se disculpó y todo acabó invitando al afectado a unas copas.

Así pues, hemos podido ver la vida de otro de esos bohemios hispanos que mal vivieron por el viejo solar como raquíticos paladines de las letras; en este caso particular: Pelayo, guardián de la musa Talía, vivió y murió con la pluma en la mano, vivió en los teatros y murió enfermo en el hospital, corriendo así, quizás, mejor suerte que otros de sus cofrades.


2. Su obra, El que nace para ochavo...

Pelayo del Castillo, como comediógrafo, gozó de cierta nombradía en su momento, de este destacan especialmente dos obras, El que nace para ochavo.., y El vago de Real Orden. Como ya se hiciera con la entrada de Marquina, vamos pues a rescatar la más importante y a reseñarla brevemente.

El que nace para ochavo, con subtítulo que rezaba proverbio en un acto y en verso, fue estrenada por primera vez en el Teatro del Príncipe, el 19 de enero de 1867. La obra fue a lo largo del siglo XIX y primeros del XX reeditada en más de diez ocasiones, lo cual puede darnos idea de la vigencia, y gracia, que tenía esta después de varias décadas del estreno. Sin embargo, como solía ser habitual por aquel entonces, los autores mal vendían sus derechos, por lo que al final no veían un solo real, si realmente se hacían celebres.

En la pieza cómica participan seis personajes: doña Luisa la regente de una casa de huéspedes; doña Paquita, inquilina cincuentona que pretende a don Tadeo; don Tadeo poeta y autor dramático sin blanca; don Cucufate, compañero del anterior y cesante —antiguo funcionario sin trabajo— en busca de empleo; y dos alguaciles que aparecen de forma breve. A los varones les acosa su casera, que como es habitual en estas historias, persigue sin éxito a sus inquilinos morosos; por otro lado se dan una serie de enredos acertadamente hilados que mantienen la atención del espectador —o lector— en todo momento, el final es más bien moralizante, pues como reza el título del proverbio al que hace referencia: el que nace para un ochavo... (no llega para cuarto). Es decir que los pobres Tadeo y Cucufate no consiguen prosperar, doña Paquita se queda sin poeta y la casera sin cobrar.

En este enlace podrán los lectores encontrar la séptima edición que data de 1897, mantiene los agradecimientos del propio Pelayo a los autores que la representaron en su estreno con notable éxito. 


Como curiosidad en 1870 se estrenó una segunda parte de la obra, donde se dan una nueva serie de enredos, las referencias a El que nace para un ochavo... también serán constantes. Con respecto a los personajes, desaparecen los alguaciles y aparece don Judas, editor y explotador de don Tadeo. Quizás algo menos original que la primera parte, no por ello deja de perder frescura, y el final como no podía ser menos se muestra un tanto tragicómico.



Otras obras.

Para concluir esta semblanza se recogen algunas de las principales obras del comediógrafo con su fechas de estreno correspondientes.

  • Ver para creer : comedia en un acto, en verso. Representada con extraordinario aplauso en Madrid, en el Teatro de Variedades, la noche del 31 de diciembre de 1856 
  •  Cuestion de temperamento : juguete cómico en un acto, original y en verso. Estrenado con extraordinario éxito en el Teatro del Circo el 5 de mayo de 1866, a beneficio del primer actor cómico.
  • Los treinta mil del pico : juguete cómico en un acto y en verso. Estrenado con extraordinario éxito en el Teatro de Variedades de esta Corte el 9 de febrero de 1866.
  •  El que nace para ochavo... : proverbio en un acto y en verso. Representado por primera vez con extraordinario aplauso en el Teatro del Príncipe el 19 de enero de 1867.
  •  Las huellas del crimen : comedia en un acto y en verso. Estrenada en Madrid, en el Teatro de la Zarzuela, el día 23 de mayo de 1867.
  •  Un secreto... de estado : comedia en un acto original y en verso. Estrenada el 19 de junio de 1867 en el Teatro de Jovellanos.
  •  El polvo de la academia : juguete cómico en un acto y en verso. Estrenado en el Teatro Español el 16 de noviembre de 1868.
  •  Un año después : segunda parte de El que nace para ochavo : juguete cómico en un acto y en verso.  Estrenado con grande éxito en el Teatro Español el 17 de abril de 1870.
  •  Más vale pájaro en mano... : proverbio en un acto y en verso. Estrenado con extraordinario éxito en el Teatro Martín el día 30 de marzo de 1872.