Donde se da cuenta de la turbulenta manera de ser del poeta Arthur Rimbaud hasta llegar a protagonizar el estruendoso incidente con Étienne Carjat
Rimbaud
El insurrecto Arthur Rimbaud (Charleville,
1854- Marsella, 1891) uno de los poetas más traducidos de la literatura
universal contemporánea, ha pasado a la historia por ser uno de los más
controvertidos y polémicos de todos ellos; alejado de la ortodoxia poética del
momento, dominada por parnasianos y émulos, este enfant terrible hizo
gala de un carácter difícil y poco acomodaticio, dando así una poética muy
difícil de encajar en aquella extravagancia que algunos eruditos han tenido a
bien calificar como “canon”; y es que Rimbaud, junto con Lautréamont, ostentan
el nada desdeñable título de precursores del surrealismo[1].
Desde su infancia, el poeta de Charleville comenzó a escribir interesantes versos
que atisbaban ya el precoz y fugaz genio que llegaría a ser, y fue fugaz porque
con 19 años aquel estro del verso visionario dejó su pluma poética secar para
siempre y marchó a desempeñar otros oficios varios que lo hicieron errabundear por
Europa ―primero―, y más tarde por las inciertas colonias africanas.
Sería Paul Verlaine (Metz, 1844 –
París, 1896) —faro y guía de los líricos finiseculares de América y Europa—
quien descubrió al adolescente, que contaba a la sazón con 16 años, invitándolo
a marchar a París tras recibir de este unos poemas que le causaron suma
admiración: «Venid, querido y gran corazón, te esperamos, te deseamos».[2]
Y allá que fue el joven henchido de energías y sobrado de rebeldía. Rimbaud,
indomable y de genio nervudo, durante sus estadías lutecinas no tardó en
hacerse notar tanto por su talento como, sobre todo, por sus constantes provocaciones
noctívagas: ya fuera por los poemas escandalosos realizados al amparo del
círculo Zutiste[3]
—donde destacó el “Soneto al ojo del culo” que advierte la relación homosexual del
joven con el fauno Verlaine—; por sus corrosivos comentarios procaces o
displicentes hacia otros artistas; así como las constantes borracheras y
broncas debido al desaforado consumo de ajenjo y hachís. Pero Rimbaud fue más
que eso, pues en su voluntad firme, aunque fugaz, se apuntalaba la profética idea
de revolucionar la poesía, de hallar un leguaje universal para esta. Y el
camino elegido para conseguir su objetivo fue poner en práctica su visionario y
autodestructivo ideario del “desorden de los sentidos”[4].
El poeta es, pues, robador de fuego. Lleva el peso de la humanidad, incluso de los animales; tendrá que conseguir que sus invenciones se sientan, se palpen, se escuchen; si lo que trae de allá abajo tiene forma, él da forma; si es informe, lo que da es informe. Hallar una lengua;[5]
El lírico adolescente atravesó en su maridaje
literario por varias etapas: desde el verso latino de su primera adolescencia, pasando
después por el romanticismo y simbolismo y aún al surrealismo con sus inefables
Iluminaciones. En lo formal practicó
la rima blanca, el verso libre y el poema en prosa, y todo ello, no hay que
olvidarlo, en una carrera de apenas
cuatro años, pues con veinte cumplidos su vida de disipado escritor había
finado en la práctica.
Cuando comenzó su etapa literaria-parisina
madura —invierno de 1872-1873—, en un primer momento convivió con Verlaine y su
mujer (Mathilde) en casa del cuñado de este, pero debido a las excentricidades
del invitado y a los recelos del padre, no tardó el de Charleville en verse
compelido a marchar de allí. Llevó entonces un peregrinaje por distintas
habitaciones de amigos y literatos como Charles Cros, T. de Banville (al cual
llegó a venderle sus propios muebles), o el cuñado de Verlaine Charles de Sivry[6]
los cuales tras una primera bienvenida tampoco tardaron en darle carta de
expulsión por sus impertinencias. Pero aquella rebeldía de la que hizo tanta
gala no quedó prodigada solo de puertas para adentro, pues los altercados y
disputas en calles y locales fueron también harto frecuentes para Rimbaud y su
partícipe Verlaine. De aquella telúrica pareja el periodista y poeta EdmondLepelletier recordaba «[...] Desempeñaba conscientemente el papel de criatura
sublime y de niño prodigio. Verlaine lo impuso a todo su círculo... Aunque
Verlaine era diez años mayor que Rimbaud, permitía que su déspota compañero
mandara sobre él como si fuera un niño. Verlaine era débil en todo, salvo en el
talento poético...»[7].
Así pues, protagonizó no pocos
incidentes el infante terrible, como aquel con el mencionado Edmond
Lepelletier, al que llegó amenazar con un cuchillo por haber dejado entrever en
prensa la supuesta relación homosexual con Paul Verlaine. Otro altercado, no tan
violento, pero sí anecdótico, acaeció con la realización del famoso cuadro de
los poetas simbolistas Un coin de table (Un rincón de la mesa) de
Fantin-Latour. Parece ser que el pintor tenía idea de retratar al poeta Albert Mérat,
para el cual tenía reservado un espacio en el gran lienzo, pero este se negó en
rotundo a figurar porque había recibido los insultos de Rimbaud no hacía mucho y
no quería pasar a la posteridad al lado del joven al que despreciaba; como
resultado de aquella negativa el artista se vio obligado a dibujar, en el
espacio reservado a Fantin-Latour, un bonito búcaro lleno de flores blancas,
sin duda una ocurrencia que salvaba dignamente la obra. Sobre Rimbaud, Fantin-Latour
tiempo después incluso llegó a comentar que tuvo que ordenar al muchacho que se
lavara las manos antes de posar.[8]
Y es que aquello de la higiene personal también era refractario entre los hijos
de la poetambre.
Pero sin duda si hubo un episodio
que marcó, sobre todos los demás, el arrumbamiento definitivo de Arthur Rimbaud
de los círculos literarios parisinos, fue aquel acaecido en la reunión de los Vilains Bonshommes y que ha pasado a la
posteridad bajo el rubro de “Incidente Carjat”.
El
incidente Carjat
Le
Cercle les Vilains Bonhommes —El Círculo de las Buenas Personas Feas—fue
creado en 1869 por un grupo de artistas, parnasianos en su mayoría cómo no,
algunos de los cuales también participaban, a su vez, en el más exclusivista y
transgresor círculo de los Zutiques
cuya actividad era remedar y parodiar a otros poetas, así como plasmar sus
obras en un irreverente y algo obsceno álbum.
El 30 de septiembre de 1871 Paul Verlaine
presentó a Arthur Rimbaud —recién llegado de Charleville— al grupo de los
conocidos Bonshommes. En un primer
momento estos lo acogieron con
admiración, debido en gran parte a su positiva valoración del poema “El barco
ebrio”. Sin embargo, pasados los meses,
aquel carácter provocador y desafiante de Rimbaud —que también se
luciría en los Zutiques— provocó que
muchos de los contertulios acabaran irritándose con el poeta. La gota que colmó
el vaso de la paciencia tertuliana sucedió el 2 de marzo de 1872, cuando Rimbaud,
bajo los efectos del báquico elixir, saboteó la declamación de un poeta
—posiblemente August Creissels[9]—
añadiendo «Meerde!» al final de cada verso. Éttiene Carjat, quién en su día
alabó a Arthur, le acabó llamando la atención e increpó diciéndole «petit crapaud», algo que sin duda no gustó al poeta de
Charleville, pues acabó cogiendo un bastón estoque de otro comensal y tras
prorrumpir en la mesa blandió el acero e hirió levemente a Carjat en un brazo.
El incidente no llegó a mayores gracias a la rápida reacción del resto. El
propio Verlaine arrebató el arma a Rimbaud y lo acabó partiendo. Ante la
indignación de lo ocurrido y el estado de ebriedad del agresor, Verlaine se
retiró con Rimbaud, que acabaría recogido y durmiendo la jumera en el estudio
de un joven pintor llamado Michel de l’Hay.
(Recreación del incidente Carjat en la película 'Vidas al límite')
Desde entonces los poetas Bonshommes prohibieron la entrada a sus
reuniones a Rimbaud; Verlaine, que siempre apoyó los excesos del muchacho, se
puso de su parte, posición la cual deterioró su amistad con algunos de ellos.
Finalmente el enfant terrible partió
de nuevo a casa de su madre en Charleville y Verlaine recuperó, temporalmente,
el equilibrio marital y social que se había tambaleado tras la llegada de
Rimbaud.
* * *
Cuando Rimbaud regresó a París
unos meses después, este pasó a ser un paria en el mundo literario capitalino:
tanto Arthur como Paul Verlaine estaban preparados para presentar sus mejores
obras.
[1] “[...] dejando a un lado el nada
insignificante detalle de que Rimbaud es infinitamente más osado e innovador
que Lautréamont, al menos desde el punto de vista formal” Cit. en RIMBAUD,
Arthur, Una temporada en el infierno,
Iluminaciones, Madrid, Alianza, 2009, p. 9.
[2] RIMBAUD, Arthur, Poesías Completas, (Edición de Javier
del Prado), Madrid, Cátedra, 2009, p. 26.
[3] El círculo de los Zutistas (zutistes) se organizaba en el Hotel del
Étrangers, sus miembros tenían un álbum donde los miembros escribían sonetos
irreverentes y dibujos caricaturescos, gustaban de parodiar al resto de
compañeros así como de otros literatos de reputada nombradía.
[4] Para conseguir llegar a ser un
verdadero poeta Rimbaud defendía, en su famosa Carta del vidente (mayo de 1871), que este debía someterse a una
especie de tortura autoinfligida mediante el desarreglo de los sentidos.
“Quiero ser poeta y me estoy esforzando en hacerme Vidente: ni va usted a
comprender nada, ni apenas si yo sabré expresárselo. Ello consiste en alcanzar
lo desconocido por el desarreglo de todos los sentidos. [...]Digo que hay que
ser vidente, hacerse vidente. El poeta se hace vidente por un largo, inmenso y
razonado desarreglo de todos los sentidos. Todas las formas de amor, de
sufrimiento, de locura; busca por sí mismo, agota en sí todos los venenos, para
no quedarse sino con sus quintaesencias.”
[5] RIMBAUD, Arthur, Carta del Vidente, mayo de 1871.
[6] Sivry describió al muchacho,
tras haberlo albergado, como “Un vil, vicioso y repugnante colegial” Cit. en
WHITE, Edmund, Rimbaud, Barcelona,
2010, Lumen, p. 89.
[7]
WHITE, E. op. cit. p. 89.
[9] Según Paul Verlaine en su Prefacio a las obras completas de Arthur Rimbaud los versos que recitaba el
poeta agredido y de “cuyo nombre no recuerdo” empezaban así: “Parecen los
soldados de Agripa d’ Aubigné/ que alineara a cordel Filiberto Delorme”. Cit.
en VERLAINE, Paul, Los poetas malditos y
otros textos, Madrid, Edi. Júcar, 1987, p. 130. Estos versos se
corresponden con los de “Sonnet du Combat” que rezan así “On dirait des soldats
d'Agrippa d'Aubigné/ Alignés au cordeau par Philibert Delorme”.