En la anterior entrada tratamos la vida y obra del
literato colombiano José Asunción Silva, en esta que ahora toca, y
para terminar el pequeño ciclo silvano, vamos a detenernos en su
principal obra en prosa, la novela De sobremesa. Esta entrada
por extensión y estructura se dirige especialmente a aquellos que, o
bien ya han leído dicha novela, o bien tienen su lectura pendiente y
buscan antes información que pueda servirles como complemento a su
lectura.
Sobre la obra.
De sobremesa se enmarca dentro del
subgénero de las novelas diario-ficción. Y por su temática dentro
del decadentismo, convirtiéndose de hecho, en una de las primeras
novelas en tratar esta corriente estética en lengua hispana.
La primera versión de De
sobremesa se inició alrededor de 1887 y se
terminó en 1895 cuando Silva estaba ejerciendo su cargo diplomático
en Caracas (Venezuela). Sin embargo la versión primera se perdió en
un naufragio sufrido al regreso del país, por lo que Silva tuvo que
reescribirla de nuevo. La crítica coincide en afirmar que en su
segunda versión se incluyeron nuevos pasajes que antes figuraban en
otros cuentos y relatos cortos perdidos también en el naufragio.
Quizás uno de estos añadidos sea la larga disertación que se hace
sobre la pintora franco-rusa María
Bashkirtseff, la cual curiosamente, escribió también un diario
que se hizo popular entre los círculos de artistas tras su pronta
muerte.
María Bashkirtseff
(1858-1884) murió de tuberculosis cercana a cumplir
los 26 años.
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Pese a su reelaboración el manuscrito no llegó a
publicarse en vida del autor. José Asunción Silva, como es sabido,
se suicidó antes y De sobremesa, encontrada junto a su
cadáver en una escenografía cuidadosamente preparada, quedaría
relegada casi al olvido hasta su publicación definitiva en 1925.
Esa tardanza trabó una posible y rápida difusión
de la misma, ya que para la década de los veinte del nuevo siglo,
los gustos del público eran muy diferentes a los del Fin
de siécle. De echo tan solo llamó la
atención a un pequeño grupo de críticos y lectores cuyo gusto
seguía encontrando solaz en las vaguedades opalescentes del viejo
modernismo decadentista. Y es que Silva en De
sobremesa hace gala de todo un ejercicio de
elegancia literaria cargado de preciosismo; ejercicio que criticó
sin embargo en la poesía, baste recordar su parodia sinfonía
color de fresa con leche.
Veamos alguno de estos pasajes:
"...en el horizonte; las constelaciones y los planetas resplandecían en el fondo del azul infinito: el hervidero de soles de la Vía Láctea era un camino de luz pálida en la inmensidad negra y, abajo, la estela que dejaba el barco era otra vía láctea donde entre la fosforescencia verde-azulosa, ardía sutil polvo de diamantes... algunas ideas generales, como una teoría de musas que llevaran en las manos las fórmulas del universo desfilaron por el campo de mi visión interior. Luego, cuatro entidades grandiosas: el Amor, el Arte, la Muerte, la Ciencia surgieron en mi imaginación, poblaron solas las sombras del paisaje, visiones inmensas suspendidas entre dos infinitos del agua y del cielo." 10 de julio.
Otros pasajes nos recuerdan ese gusto mórbido por lo
raro, la locura, las sustancias estimulantes y los crímenes tan en
boga en este género.
"¿Loco?... ¿Y por qué no? Así murió Baudelaire, el más grande para los verdaderos letrados de los poetas de los últimos cincuenta años; así murió Maupassant, sintiendo crecer alrededor de su espíritu la noche y reclamando sus ideas. ¿por qué no has de morir así, pobre degenerado, que abusaste de todo, que soñaste con dominar el arte, con poseer la ciencia,, toda la ciencia, y con agotar todas las copas en que brinda la vida las embriagueces supremas?" Londres, 20 de noviembre.
"Me acosté y tomé una violenta dosis de opio. Bajo su influencia estuve cuarenta y ocho horas. Al asomarme al espejo ayer para vestirme me he quedado aterrado de mi semblante. Es el de un bandido que no hubiera comido en diez días. Represento cuarenta años, los ojos apagados y hundidos en las ojeras violáceas, la piel apergaminada y marchita." Ginebra, 9 de agosto.
Los temas.
Los temas encontrados en esta novela siguen en parte
los planteamientos de otras novelas Fin de siécle. Tenemos
como protagonista a un personaje de la alta burguesía José
Fernández, que bien podría llamarse Des Esseintes
—protagonista de Al revés— o Andrea Sperelli
—protagonista de El Placer— de hecho casi parece una
mezcla de los dos. De Des Esseintes tiene ese gusto por lo
refinado y exótico:
“No son tus complicaciones intelectuales las que no te dejan escribir... son las exigencias de tus sentidos exacerbados y la urgencia de satirfacerlas la que te domina...” Presente.
De Sperelli o el marqués de Bradomín el carácter
donjuanesco, elegante y canalla:
“Tranquilos los sentidos por los excesos de los meses pasados, he vuelto a vivir la vida verdadera y a sentir que me renacen las alas que me habían cortado las tres Dalilas, la lectora de Nietszche, la sensual romana y mi sentimental y perezosa amiga.” 18 de septiembre.
Otros tópicos muy manidos de las novelas decadentes
son el erotismo y los crímenes; y como no podía ser menos, en el
caso que aquí nos atañe los encontramos muy bien entrelazados. Su
protagonista intenta matar a dos de sus amantes: por un lado la viuda
del conde ruso de Orloff, que practicaba la bisexualidad con una
italiana —De Roberto— de aspecto hombruno con la que era
engañado:
“No sé cómo saqué de la vaina de cuero el puñalito toledano damasquinado y cincelado como una joya que llevo siempre conmigo y lo enterré dos veces en la carne blanda” Whyl, 29 de junio (al día siguiente)
La segunda, Nini Rousset, una divetta de un
teatro bufo que se reúne con Fernández en su hotel de Suiza.
“un impulso loco surgió en las profundidades de mi ser, irrazonado y rápido como una descarga eléctrica y, como un tigre que se abalanza sobre la presa, cerqué con las manos crispadas, sujetándola, como con dos garras de fierro, la garganta blanca y redonda de la divetta.” Ginebra, 9 de agosto.
Otros asunto que interesó a los artistas del Fin
de siglo fue la búsqueda del Ideal a través
del arte o el amor; ese ideal se proponía como una vía alternativa
a la religión para encontrar la salvación. En esa línea son
constantes la referencias al arte y muy especialmente a la Hermandad
Prerrafaelita:
“Cuando puse los pies en el salón de consulta de Rivington, todas las impresiones de las últimas dos semanas refluían a mi memoria y olvidado de los detalles de la vida real, se movía mi espíritu en un ambiente de etéreas delicadezas y sobrenaturales y deliciosos sentimientos producidos por la contemplación incesante de los cuadros y la lectura de los versos de Rossetti.” Londres, 5 de diciembre.
Dante Gabriel Rossetti
(1828-1882), pintor y poeta, miembro de la Hermandad
Prerrafaelita.
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Vemos ahora un ejemplo deprecatorio hacia el amor
Ideal y salvífico:
“¡Oh, ven, surge, aparécete, Helena! Lo que queda de bueno en mi alma te reclama para vivir. Estoy harto de la lujuria y quiero el amor; estoy cansado de la carne y quiero el espíritu. Hubo en mi alma muladares inmundos que limpió la fuente de aguas vivas abierta en ella por la mirada insostenible de tus ojos azules.” Londres, 20 de noviembre.
Debe quedar claro que en buena parte de la panoplia
literaria decadentista la salvación no se acaba consiguiendo, pues a
pesar del gusto por lo extraño, raro y provocativo, en el fondo se
busca denunciar los excesos de una burguesía ociosa y corrompida, de
una burguesía decadente cuyo orden está caduco y exhausto, esta
debe fenecer si se quiere conseguir un nuevo orden más libre. Así
sucede en los otros grandes ejemplos famosos de las novelas
decadentes. Ni Andrea Sperelli, ni Bradomín —en Sonata de
primavera— mantienen o consiguen a sus pretendidas Elena
Muti o María Rosario respectivamente, de la misma forma que Des
Esseintes fracasa en su proyecto de crear una vida llena de
sensaciones artificiosas alejada de todo contacto con la sociedad.
Punto harto interesante resulta el de la
espiritualidad; Fernández, en un principio se presenta escéptico
con la religión e incrédulo con los casos de misticismo:
“El cadáver del Redentor de los hombres yace en el sepulcro de la incredulidad, sobre cuya piedra el alma humana llora como lloró la Magdalena sobre el otro sepulcro.”
“espiritismo que crees en las mesas que bailan y en los espíritus que dan golpecitos, grotescas religiones del fin del siglo XIX, asquerosas parodias, plagios de los antiguos cultos, dejad que un hijo del siglo, al agonizar éste, os envuelva en una sola carcajada de desprecio y os escupa a la cara!” 10, de septiembre.
Pero a pesar de esa incredulidad, sucede un episodio
un tanto delirante con su abuela. Durante los estertores de la
anciana en su noche final, llegará a pronunciar unas palabras antes
de morir que tiempo después...
“El ocho por la noche comenzó un delirio extraño, sin fiebre, precursor del fin, en que divagó continuamente alternando sus oraciones preferidas con extrañas frases referentes a ti... ¡Benditos sean la señal de la cruz hecha por la mano de la Virgen, y el ramo de rosas que caen en su noche como signo de salvación! Whyl, 29 de junio, (al día siguiente)
...se tornarán casi en una especie de discurso
profético donde los símbolos serán la clave para hallar la
salvación por medio del amor.
“vino a caer a mis pies -blanco como una paloma- sobre el suelo sombrío. Era un gran ramo de flores, que regó pálidos pétalos en el espacio oscuro al cruzarlo y rebotó al tocar la tierra... en el ruido de su caída me pareció oír las palabras del delirio de la abuelita agonizante, «Señor, sálvalo de la locura que lo arrastra, sálvalo del infierno que lo reclama»...” Ginebra 11 de agosto.
También hay un par de momentos que podríamos
calificar de sobrenaturales o fantásticos: el primero sucede el
Londres, 13 de noviembre, cuando José Fernández está a
punto de acostarse con una hetaira londinense, lo cual
supondría acabar con su pretendida redención, pero antes de llegar
a consumar el acto empiezan una serie de extrañas visiones y
apariciones simbólicas:
“volví los ojos hacia el fondo oscuro de la alcoba, donde la sombra se aglomeraba resistente a la luz eléctrica por el color sombrío de los tapices y di un grito... Acaba de ver unidas, en lo alto del muro, como en una medalla antigua, el perfil fino y las canas de la abuelita y sobre él, el perfil sobrenaturalmente pálido de Helena, en una alucinación de un segundo.”
Acto seguido aparece un ramo de flores —importante
símbolo del amor hacia Helena— tirado en el suelo:
“¿por qué miras esas flores con ojos de loco?, son unas flores que me trajeron de Niza y las había olvidado ahí... ¡Mira la mariposita blanca que se vino entre la caja!, gritó mirando el insecto que emprendió vuelo por el aire de la alcoba perfumada y tibia.”
La mariposa blanca es otro símbolo representativo de
Helena, un símbolo del amor puro y benévolo, del amor Ideal, que
aparecerá en varios sueños.
El segundo gran momento fantástico lo encontramos
hacia el final, cuando José Fernández sufre un vértigo en el
momento exacto en que un reloj marca el fin de año; tras escuchar
las doce campanadas cae en un estado de inconsciencia que lo tendrá
sumido en cama durante varios días. Este episodio extraño en un
principio se tornará sobrenatural finalmente al descubrir que la
núbil Helena ha muerto justamente el mismo día y a la misma hora en
que Fernández sufrió ese extraño desmayo.
Quizás la fuerte pasión que sentía por Helena de
Scilly había creado algún tipo de vínculo psíquico con ella. Hay
que tener muy presente, que por los años finales del siglo XIX
hacían furor las ciencias ocultas, el hipnotismo, el espiritismo, y
los estudios sobre los posibles poderes de la mente. De tal forma que
autores como Marcel
Schowb, Jean
Lorrain o Villiers,
cuyo gusto por lo raro y anormal era harto conocido, escribieron
varios cuentos fantásticos relacionados con los misterios de la
mente.
“Hace doce días hice mi primera salida para ir al cementerio, a donde he vuelto después, todas las mañanas, a cubrir de flores la losa que reza su nombre y dice la fecha y la hora de su muerte. Es la última ora del año, en que agonicé de angustia frente al reloj de mármol negro, viendo juntarse los punteros de oro para marcar el minuto supremo sobre la muestra de alabastro, tras de la cual creí sentir que iba a aparecérseme lo Desconocido.” 16 de enero.
Llegados al final es interesante ver la reacción de
José Fernández ante la muerte de Helena, pues no reconoce su
muerte, para él no está muerta. Y lo cierto es que hasta cierto
punto esto es así, pues como nunca llegó a conocerla realmente, no
entabló conversación alguna con ella, la única Helena que llegó a
amar estuvo en su cabeza como una idea. y esta como idea, sigue en su
cabeza:
“No, tú no has muerto; tú estás viva y vivirás siempre, Helena, para realzar el místico delirio de las abuelas agonizantes, arrojando en el alma de los poetas ateos, entenebrecida por las orgías de la carne, el pálido ramo de rosas y para hacer la señal que salva, con los dedos largos de tus manos alabastrinas....” 16 de enero.
“No, tú no puedes morir. Tal vez no hayas existido nunca y seas sólo un sueño luminoso de mi espíritu; pero eres un sueño más real que eso que los hombres llaman la Realidad. Lo que ellos llaman así es sólo una máscara oscura tras de la cual se asoman y miran los ojos de sombra del misterio, y tú eres el Misterio mismo.” 16 de enero.
La novela termina y aunque en un primer momento
parezca que el sufriente ha alcanzado por fin la redención aceptando
ese amor puro y salvífico, lo cierto es que no lo consigue. La clave
de la obra se encuentra, en las páginas centrales de De
sobremesa, justo tras el momento en que después de aconsejar el
doctor Rivington de Londres a Fernández que la única forma de cura
para su enfermedad está en encontrar a Helena y casarse con ella, en
ese instante se produce una digresión al presente en donde uno de
los amigos del narrador dice:
“Y has resistido ocho años de la misma vida de entonces y hoy, cuando te hablo yo como te hablaba Rivington, hoy cuando todavía es tiempo, te ríes de mí y no me haces caso, dijo gravemente Oscar Sáenz desde su asiento, perdido en la semioscuridad carmesí de la estancia lujosa.
-Hoy es diferente, respondió Fernández con cierta superioridad, he distribuido mis fuerzas entre el placer, el estudio y la acción; los planes políticos de entonces los he convertido en un sport que me divierte, y no tengo violentas impresiones sentimentales porque desprecio a fondo a las mujeres y nunca tengo al tiempo menos de dos aventuras amorosas para que las impresiones de una y otra se contrarresten y...
-Y para que las heroínas hagan contraste, insinuó Luis Cordovez, la una rubia y lánguida, lectora de Heine y a otra morena y ardiente, lectora de la Pardo Bazán; una sentimental como una colegiala y la otra sensual desde las puntas de las uñas hasta la médula de los huesos...” Presente.
Reveladora resulta esta conversación que disimulada
entre las páginas centrales del libro, puede no prestársele la
importancia que merece. Pero aún hay más, ya que ni siquiera se
llega a recuperar nunca de sus extraños ataques, pues ya al comienzo
de la obra son motivo de queja:
“-¿Tú no sigues bien, eh?... ¿aumentan los dolores?... le preguntó Sáenz clavándole los ojos inquisitivos...
-Siguen los dolores, atroces, a pesar de los bromuros y de la morfina... Esta noche me sentía tan mal que me retiraba ya del Club cuando encontré a Cordovez y me hizo el bien de traerme... No saben tus colegas qué es lo que tengo...” Presente.
Queda claro por tanto que tras ocho años
transcurridos desde los sucesos ocurridos en el diario, no ha habido
cambio en el protagonista, y de haberlo habido ha sido para
perfeccionar su transgresión moral al no conformarse con tener una
sola amante y preferir gozar de dos para evitar enamoramientos; la
enfermedad ya hemos visto que sigue ahí; y quizás sea ese el
castigo por sus corruptelas, quizás y solo quizás el castigo de
José Fernández sea finalmente el de arrastrar esos dolores hasta su
muerte sin posibilidad alguna de cura y redención.
Los personajes: una de las cuestiones
que más ha interesado a los críticos en la esta novela ha sido el
de sus personajes, pues parece evidente que muchos de los nombres que
deambulan por ella son personajes reales que de una u otra forma
trataron con nuestro literato.
Veamos primero algunos de los personajes que se
mueven en el plano del diario:
Charvet: el médico que
tan benévolamente trata las recaídas y vértigos de José
Fernández, es en realidad un trasunto de J-M.
Charcot maestro del famoso Sigmund Freud. Este pionero de las
enfermedades nerviosas y practicante del hipnotismo, fue todo un
personaje que por lo innovador y lo extraño que resultaba entonces
su campo de estudio, se convirtió en todo un referente del orbe Fin
de siglo. Es más que probable que en su
estadía de París Silva asistiera a alguna de las charlas que
prodigaba en la Salpetriere —una escuela-hospital para las
enfermedades nerviosas—.
“Fue el profesor Charvet, el sabio que ha resumido en los seis volúmenes de sus admirables lecciones sobre el sistema nervioso, lo que sabe la ciencia de hoy a ese respecto y que me conoce y me mira con extrema benevolencia desde que oí sus lecciones en la facultad y presencié sus curiosas experiencias de hipnotismo en la Salpêtrière.” París, 26 de diciembre.
J-M Charcot (1825-1893) pionero
en el estudio de las enfermedades del sistema nervioso, sus
charlas en la
Salpetriere, interesaron mucho a los literatos del Fin
de siécle.
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Lo interesante de él, es que al contrario que otros
médicos aparecidos, es tratado con respeto. Charvet se muestra como
un personaje sincero que no sabe lo que padece José Fernández y así
se lo hace saber:
“...está usted hablando con un ignorante. Usted ha seguido mis cursos, ha visto mis experiencias; según entiendo, ha leído mis libros, sabe que gozo de alguna fama en el mundo científico... No se extrañe de lo que voy a decirle. Oiga usted... yo no sé lo que usted tiene. Si fuera un charlatán, le diría un nombre rotundamente; inventaría una entidad patológica a qué referir los fenómenos que estoy observando, y lo llenaría de drogas...” 17 de enero.
Pero aún con todo, sigue tratando al paciente con
fines de investigación. Y es que lo extraño, lo anormal, al final
une a los personajes. Tan solo una ciencia rara como podía resultar
el estudio de las enfermedades nerviosas en aquella época, podía
atreverse a tratar al enfermo "raro" que representaba José
Fernández.
John Rivington: está inspirado en dos
personajes, por un lado un médico inglés llamado Walter Rivington.
Del cual tomaría el apellido, pero en el carácter del personaje los
expertos apuntan a Vargas Vega (1828-1902) Iniciador del periodismo
médico en Colombia y amigo y consejero del poeta.
Silva y Vargas en la última
imagen pública tomada al primero, 11 de mayo de 1896.
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Los Miranda: Mariano y Onofre, padre e hijo
respectivamente, son los personajes que llevan los negocios de
Fernández en París; resultan un trasunto de Miguel y Onofre
Vengoechea que llevaban los negocios del tio-abuelo de Silva,
Antonio María Silva y Fortoul, el cual residía en París e invitó a
nuestro bardo a ir a la capital.
L.G. Rivas: el marido de Consuelo en la
novela, que llama condescendientemente Pepillo al
protagonista, y con cuya mujer se acuesta finalmente. En la realidad
un viejo conocido de Silva llamado también Luis Guillermo
Rivas. Parece ser que se conocían de veranear los dos en Chapinero
—población costera—, debieron coincidir también en París en
algún momento del año 1885, sabemos de este Luis Guillermo Rivas que siendo presidente de la Sociedades de Socorros Mutuos, y
Silva su secretario, tuvieron problemas con el gobierno.
Camilo Monteverde: el primo escultor de
Fernández, es en realidad el artista y publicista Alberto Urdaneta
paisano del poeta que realizó mil y una correrías por el París de
la época.
María Bashkirtseff: la pintora francesa de
origen ruso, que murió con 26 años, y dejó un diario póstumo
donde relataba su vida, no participa como personaje activo en la obra
pero sí es importante por lo que simbolizaba para Silva, y para
Fernández en la novela. Fue espíritu sensible, un espíritu de
artista que murió prontamente de tuberculosis.
Helena de Scilly: algunos han intentado
identificarla con la pintora María Bashkirseff, otros(1) con un
supuesto romance que tuvo Silva en su juventud, la hija de un tal
Carlos Holguín, presidente de Colombia entre 1888-92. Pero es
posible que Helena no sea nadie y todas a la vez, con un poco también
de la Beatriz de Dante Alighieri, y de la Elisabeth Siddal de Dante
Rossetti.
Beata Beatriz, cuadro de D.
Rossetti. La modelo es Elisabeth Siddal musa de los
prerrafaelitas.
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Otros personajes importantes son las amantes, todas
ellas: María Legendre (O.Orloff), Nini, Nelly, Consuelo, la
baronesa alemana, y Julia Musellaro serán en mayor o menor grado
víctimas de la lujuria amoralizante de Fernández.
Aunque todavía quedan varios personajes que bien
podrían identificarse en la novela, por no extendernos más
pasaremos al plano del la sobremesa, es decir a los personajes que
están escuchando a José Fernández el relato de su diario:
Óscar Sáenz (Marinoni): trasunto de Juan
Evangelista Manrique, antiguo compañero de escuela que con el tiempo
sería médico, acompañó a Silva a las charlas de la Saltrepiere,
parece ser que era gran lector de Musset de cuyas obras —Fantasio—
sacó el sobrenombre de Marinoni.
Juan Rovira: se trata de Hernando Villa, gran
amigo, que animó a nuestro poeta a reescribir parte de su obra
perdida, y según parece fue la última persona que lo vio con vida.
Luis Cordovez: se trata de un trasunto de José
María Cordovez (1835-1918) escritor costumbrista que participó en
la revista El Mosaico, colaboró más tarde con Silva en el
periódico El Telegrama.
Máximo Pérez: posible Felipe Pérez
(1836-1891) escritor y periodista colombiano en su novela El
caballero de Rauzán (1887) se atisban ya los modelos del
inmediato modernismo.
José Fernández: trasunto de Silva, se
presenta como un ser dual, de buena cuna, por parte de madre (los
Andrade) desciende de llaneros, habitantes adustos y asilvestrados,
buenos jinetes, destacaron en la Guerra de Independencia por su
brutalidad y efectividad para medrar al enemigo. Por parte de padre
(los Fernández) vienen de un viejo linaje aristocrático español,
gentes devotas, cultas pero de sangre enferma.
Algunos aspectos formales.
De Sobremesa es una obra literaria que
pertenece al género de novela-diario, por ello una de sus
principales características es la fragmentación. La obra además se
puede dividir en tres bloques:
El primero es principalmente programático o
ideológico con referencias a Barrés, Nordau y a su idealizada María
Bashkirtseff, las amantes sufren de los ataques de Fernández.
El segundo más biográfico. Flechazo por
Helena, tribulaciones, búsqueda, importancia de la Hermandad
Prerrafaelita a la hora de desvelar la identidad de Helena...
El tercero es más naturalista y comprometedor,
donde los personajes cercanos que se pueden identificar mejor cobran protagonismos:
Cirilo Monteverde, G. Rivas y otros. Las amantes ya no sufren de
los ataques enajenantes y criminales de José Fernández como en el
primer caso. Se da la recaída y falsa salvación.
La cuestión del tiempo.
Curiosa resulta la cuestión del tiempo en la novela,
y en un análisis como este resulta es obligado el detenerse a
comentarlo.
Recordemos que De sobremesa se desarrolla en
dos espacios: uno, el presente, es un presente indeterminado, el de
la tertulia de Fernández con sus amigos; el otro, el pasado, ocurre
en los sucesos relatados dentro del diario. Recordemos que el diario
comienza en París un 3 de julio de 189... y esta fecha es
importante tenerla en cuenta ya que, si admitimos que José Fernández
es un trasunto del propio Silva, la novela nos trasladaría a un
futuro posterior a la muerte del mismo. Para corroborar esto vamos a
prestar atención a un momento concreto en que Fernández deja de
leer su diario, tras una larga perorata sobre planes económicos y
políticos, y comenta con sus amigos:
“-Y entonces qué te detuvo, di, ¿qué te detuvo para hacer eso que habrías podido hacer y que era grande, enorme? preguntó Cordovez con su entusiasmo de siempre.
-Los pasteles trufados de hígado de ganso, el champaña seco, los tintos tibios, las mujeres ojiverdes, las japonerías y la chifladura literaria, contestó Oscar Sáenz con displicencia, desde su sillón perdido en la sombra.
-Eres más psicólogo que fisiólogo, respondió Fernández.
-Y tú eres un chiflado porque habiendo concebido eso hace ocho años, nos lo estás leyendo aquí ahora, en vez de haberlo realizado de parte a parte...”
Así, suponiendo que los hechos de París hubieran
transcurrido en 1890, estaría Fernández leyendo su diario en 1898,
es decir, año y pico después de su muerte.
Probablemente se trate de una libertad que se dio
Silva para dotar a De sobremesa de un carácter más ficticio.
Y es que, aunque puedan confirmarse elementos autobiográficos, no
significa que todo los episodios tengan que tener una base real. Lo
que sí puede llamar más la atención es que en ninguna de las
ediciones consultadas, hemos podido encontrar referencia a este
peculiar dato. Quizás pocos críticos hayan reparado en ello
todavía, o quizás sí han reparado en él pero no lo han
considerado tan relevante como para mencionarlo en sus respectivas
ediciones.
Conclusión.
No resulta exagerado afirmar hoy que De Sobremesa
es una de las más interesantes obras de la literatura
hispanoamericana finisecular, y una de las mejores novelas decadentes
escritas en la lengua de Cervantes. Su vigencia —pese a todas las
dificultades atravesadas—, no hace sino confirmar el genio
desprendido que su autor prodigó entre las páginas. Los nuevos
enfoques dados ahora en su estudio atienden sobre todo al carácter y
naturaleza de los contextos, así como a las referencias y alusiones
de teorías y personajes y su influencia en ella, pues dentro de la
historia se llegan a encontrar pasajes que son auténticos subtextos
epocales, con menciones más o menos veladas de obras y autores de
gran referencia en esos años: Nardau, Nitszche, Rossetti, etc. Por
tanto resulta tarea obligada para próximas investigaciones
desentrañar los misterios de aquellos puntos que todavía hoy pueden
haber quedado entre nébulas o puedan aportar más información
para su mejor compresión y mayor delecte entre las generaciones
venideras.
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(1) Guillermo Uribe Holguín Sobre el infortunio
de Silva, nueva réplica, El Tiempo, Bogotá, 14 de junio de
1946.