De cómo, volviendo a casa tras una dura jornada de trabajo nocturno, leí, casi sin darme cuenta, La experiencia de la poesía y terminé con un Nesquick.
Las crónicas son hijas del momento,
la sensaciones e impresiones de hoy
serán muy otras a las de mañana.
la sensaciones e impresiones de hoy
serán muy otras a las de mañana.
(Yo mismo cuando divago)
El veterano poeta aragonés Ángel Guinda presentaba su nueva
obra La experiencia de la poesía con Pregunta ediciones, en esta ocasión un tratado de poética, o, mejor dicho, una
recopilación de sus manifiestos poéticos que durante toda su vida ha ido redactando:
en total seis. Servidor que es muy amigo de dichas obras ―pues
es en ellas donde se desentraña, a mi entender, de forma más palmaria el espíritu
que impele el acto versil del autor―, aprovechando que la presentación no
quedaba muy lejos del puesto de trabajo, decidí culebrear un poco por allí, y
ya de paso saludar a caras conocidas.
Guinda, como poeta ya curtido,
presidió casi en exclusiva el acto, dando buena cuenta de alguna que otra historia
que hicieron las delicias del público: unas historias a medio camino entre la
anécdota y esa melancolía que solo los que ya han vivido mucho pueden y saben destilar.
Adquirí el ejemplar y tras entablar un breve conversación con su autor, pues el
trajín de dichas ceremonias no da para más, amén de que el reloj laboral me
apremiaba, marché de allí con el librito ― adaptado, que ni pintado, al
bolsillo de mi sobretodo― con la esperanza de ojearlo al día siguiente.
La jornada nocturna en el puesto
de trabajo se mostró especialmente afanosa, mucho que hacer y una suerte de imprevistos
me dejaron un tanto nervioso; salí además algo más cansado de lo habitual, y
con unos minutos de retraso. A este hecho en sí mismo ya fastidioso, se sumó la
‘bella’ secuencia de ver pasar, por delante de mis quevedos, al primer tranvía de la madrugada-mañana.
En esos momento, cuando lo que menos deseaba era esperar veinte minutos más al
siguiente tranvía, decidí marchar pedestremente: lo mismo iba a tardar ya volviendo en sana y
bípeda locomoción a casa, que aguardando a nuevo tranvía. Los cuarenta minutos de
trayecto eran inevitables.
Y he aquí que, casi como un acto
lumínico, al meter mano en el bolsillo
recordé que llevaba el ejemplar de Guinda «¡mira qué bien!»,
pensé; tenía al menos algo con lo que entretenerme por el camino. Emprendí el
retorno con la sola intención de ojear la obra, no era consciente, en esos primeros
minutos, que por el camino
acabaría devorando fruiciosamente dicho ‘librito’.
Con el libro por una calle cualquiera de Zaragoza |
* * *
Ha de saber el lector de esta
crónica-anécdota, que el libro está estructurado del presente al pasado, es
decir, comienza por una suerte de apuntes poéticos intitulados Arquitextura escritos este 2016, y
concluye con el ya propiamente manifiesto Poesía y subversión de 1978. Por lo curioso de este camino
inverso Guinda nos acompaña en un viaje, un túnel en el tiempo, donde
visitaremos todos los recovecos de sus ideas, o formas, de entender la poesía.
Casi diríase como un Virgilio moderno que nos enseña los anillos de su
infierno, purgatorio y cielo. Sobre Arquitextura,
subrayo que en ocasiones me recordó a las mínimas de Wilde, con algún que otro
guiño a Rimbaud «El poeta es un ciego iluminado». Esta parte, por su brevedad de mínimas, o máximas,
cada cual juzgará, se sienten como si fueran los puños de un boxeador literario
que impactaran certeramente en el corazón del lector; así, «Callar
la forma con el fondo exacto», «La narrativa cuenta, la poesía canta» o
«Cuando
está de moda la moda, los clásicos son la resistencia», entre otras, me impelieron
rápidamente a sacar mi viejo y roído lapicerillo para tomar apuntes y subrayar, avidoso,
a mayor sufrimiento de mi vista y recreo del ánimo. En el siguiente manifiesto Defensa de la dignidad poética de 2014 Guinda
viene a arremeter con el “aura mediocritas” predominante en blogs y
autoediciones actuales, así como también aborda
cierta pérdida del valor de la poesía para entenderla como palabra
musical, como estética bella, por culpa de un excesivo y mal entendido prosaísmo y
sencillez, que no es sino vulgarización de la lírica moderna. Véanse citas
como «La poesía ha sido invadida,
colonizada por la narratividad en la forma […]» o «Se ha extirpado a la poesía sus cualidades de ser palabra de música,
cantar (antes que contar) […]. Arremete, además, el viejo bardo con los talleres
de creación poética y concursos, que, como hongos y dudoso rigor, proliferan
por toda la geografía hispana, aduciendo para ello «La parcialidad de criterio
docente en los primeros» y la «arbitrariedad en el reconocimiento de méritos para la concesión de los segundos».
En el trayecto, páginas subrayadas de 'Defensa de la dignidad poética' |
El tercer manifiesto Poesía violenta (2012) es un brevísimo
texto, una sola hoja, donde vemos al tercer y más violento Guinda; donde se
exacerba la violencia creativa, al modo vanguardista de destruir para crear
algo moderno, casi diríase que topamos ante una suerte de Marinetti cruzado con
Jesús Lizano, que, tras haber ingerido ritualísticamente una copa de ajenjo, e inspirado por el poder vidéntico del ‘hada
verde’, se hubiera levantado de su silla y proclamado al mundo… «Demasiada
asepsia, condescendencia con la debilidad del pensamiento y del Poder […]
demasiados prosetas y pocos poetas», «La mediocridad es violencia […]», La
verdad, la palabra, la belleza, la alegría, la emoción, el amor, han de ser
violencia […]», pinaculando magistralmente con la máxima «La poesía tiene que ser
violenta para contribuir a esa supervivencia».
En el cuarto manifiesto, Poesía útil (1994), me pareció intuir a
un Guinda algo desencantado, donde quizá prevalece la insatisfacción hacia la
poesía de finales del siglo viejo. «Cansados, aburridos, decepcionados de
la España del siglo XX […]» o «No queremos poemas de ensayo, ni poemas lúdicos que
camuflan la trampa»… Llegado a este
punto, mi lectura se vio interrumpida ― viernes 5.30 a.m.―,
por grupo de tunantes nocharniegos que volvían a sus casas o buscaban nuevas
tabernas donde repostar, los cuales lanzaron chiflas al verme leer por la
calle. «¡Cada
cual a lo suyo!» respondí yo, y volví a meter mis quevedos en el libro mientras
creí atisbar alguna que otra chifladura de esas típicas entre la gente ‘peneque’.
Volviendo al manifiesto, tras su lectura hallé cierto contrasentido con algunas
ideas de los primeros, nada raro si partimos de que Ángel Guinda, como
cualquier otro artista, ha vivido una evolución, y lo que podía opinar y
defender hace treinta años, o diez , no tiene por qué coincidir con sus
ideas del presente: a fin de cuentas
somos fruto de nuestras propias vivencias y del decurso del tiempo.
El quinto manifiesto Y poesía y contracultura: curriculum mortis
(1985), en líneas generales, aborda el papel presente y futuro de la poesía «Hoy,
asesinada la poesía épica por esa vertiginosa puntualidad de los medios de
comunicación, la poesía lírica tiene la urgente necesidad de ser y de
expandirse incluso con éxito»; y también el papel del poeta lírico «El poeta
lírico será un observador sinceramente testimonial de su vida y un agente del
contraespionaje de la enfermedad y de la muerte que el exterior le impone».
Finalmente, el último manifiesto, Poesía y subversión escrito en la década
de los setenta, y sobre el cual creo recordar por la presentación, fue
redactado cuando militaba en el P.C., parece destilar, en un principio, ese sabor de crítica y ciertas influencias marxistas tan en boga en el momento, aunque va mucho más allá:
aspectos tales la política, la experimentación del lenguaje, las multitudes ―que no las masas como señala―, la burocracia o la censura,
no tanto de los organismos o autoridades, que también, sino la autoimpuesta por
el propio poeta cohibido en España por décadas de férula franquista, prevalecen
y se hallan en el texto.
Páginas de 'Poesía y subversión' |
En definitiva Ángel Guinda viene con
esta publicación, que tanto se agradece en estos tiempos de poesía sin poética,
a aportar parte de aquellas claves que, en su luengo y extremado periplo
literario, han servido de tintero sobre el cual cargar su pluma y verter,
emborronar, y rubricar sus cientos y cientos de cuartillas en blanco ―algunas
ya amarillentas― que hoy forman su obra-acervo literario y espiritual.
* * *
Tras acabar la lectura me percaté de
que me hallaba a cinco minutos escasos de casa, no sé si consignar que leí la obra
en apenas media hora será bueno o malo para la editorial y sus ventas,
pero lo cierto es que la devoré, la viví, y disfruté, y sobre todo hizo
olvidarme de la pesadez y cansancio de la jornada laboral padecida. Llegué a
casa con en pleno convencimiento de que estaba ante uno de esos libros que se
han escrito para leer y releer hasta el hartazgo, pues mucho es lo que guarda
para dejarlo reposar despreocupadamente en el anaquel tras una sola y rápida lectura. Satisfecho,
me preparé una leche con Nesquick, repasé lo subrayado, y
dormí como un lirón.
Estampa fabulada de cómo dormiría si fuera tal animalito |