Un poeta que ensalza la femínea
hermosura de su cándida infanta,
teje guirnaldas de versos dichosos
en los preludios sutiles del alba:
«Tu faz fulgura como rayos níveos,
tu boca esconde tesoros de nácar,
tus ojos son mares de aguas zafiras,
tu pelo se riza en rica obsidiana».
Hay encuentros de joviales festines
acompañados de púrpuras pláticas;
son veladas nocturnas de bohemia
y férvidas pasiones desatadas.
Mas el vate, cegado del amor
no ha visto el estandarte de Cleopatra,
que aboca a los amantes engañados
por sendas alevosas y canallas.
Y ahora el rostro del ángel hermoso
se torna de una forma descarada,
preparando los filos de Dalila
ya cercena los versos de alabanzas.
Su tez adopta tonos macilentos,
los labios lanzan pérfidas palabras,
los mares braman gélidos y torvos,
y el pelo acoge sierpes que desgarran.
El poeta tornado peregrino
madrigales olvida por la nada,
es la sombra de un hombre trastornado
que certero dispara sobre el alma...
Y el pájaro celeste que libera
endechas canta y sublime se alza.
Enero, 2011
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