jueves, 14 de septiembre de 2017

Derivas e impresiones (IX)

13. Sept. (Paseo vesperal por donde la frase paisajística se deslizaba en una realidad invisible)


 Por las mismas callejas de Lerma
donde anduvo José Zorrilla
 

La frase paisajística se deslizaba poco a poco hasta el perfil del horizonte que parecía crepitar en un estertor de hoguera; se deshilvanaba el día ya, los cobres y pardos se tornaban en azules, y, con ellos, venía a deshacerse un poco más la alfombra del verano. Aquel pueblo, con sus monasterios arcados de mistéricos secretos, y sus tumbas donde la vacuidad duerme en títulos preteridos, resultaba marco ideal para transcribir la frase exacta de alguna realidad invisible. Tu sereno caminar sobre el empedrado se regía por un andante sostenido, sin final exacto, hasta que el tiempo se detuvo sobre un lapídeo banco tachonado de musgo. A la luz del farol quedaste sumido en la contemplación de un lírico pulso: marcaba el campanario los cuartos y el follaje negro que cercaba al Arlanza comenzó a estallar en cantos cimbreantes; marcó el campanario la media y las aves chillonas de la noche principiaron el sacro vuelo ritual de los sueños; por momentos la función vesperal llegó a bisbisearte la clave de aquella realidad invisible ―como siglos atrás hiciera, allí mismo, con un romántico poeta―. El campanario tañó menos cuarto y tomaste, entonces, dictado del evento rendido a sus enigmas, rendido al deleite de frases ocultas que el paisaje venía a revelar desde la lejanía de los campos segados; a revelar desde los sillares del recinto amurallado; y, a revelar, desde la esculpida quietud que, bajo las primeras estrellas eléctricas, abría sus brazos envolviendo al murmullo del detenido del tiempo…

 * * *

 El final de la tarde guarda siempre un armónico, lento ―quizás algo monótono― ritmo de adagio, pero allí, en aquella vieja población castellana, además, se reveló en nueve palabras de bronce cuando el campanario advirtió, que aquella realidad invisible que parecías ansiar, lejos de hallarse escondida entre la solemnidad de una pulsión lírica, o en la remembranza de un poeta romántico, te aguardaba tiernamente, acogedora, en una doméstica y encarnada sonrisa.