miércoles, 1 de febrero de 2017

Derivas e impresiones (II)



1 Feb. (La bajada: recuerdo de un sueño, o, ¿pesadilla?)

Hoy, un cendal de violonchelos tristes vela la etérea mañana ―cierta pesadez en las ideas―; aún recuerdas la noche anterior: tuviste aquel extraño sueño, o, ¿pesadilla?
Pretendías, henchido de confianza, coger un ascensor que te elevara a una azotea de expectativas cumplidas, y, pese a todo, caíste irremisiblemente hacia el sótano. ―Pareciera que el paraíso anhelado fuera siempre esquivo―. Recuerdas de aquel sueño, o, ¿pesadilla? cómo al pasar quedaste totalmente inerte, dando la apariencia de un espectador que atendiera hipnótico a un desenlace incierto pero fatal. Mientras tanto el ascensor… bajaba y bajaba. En algunas plantas entraron otras personas: figurines grisperlados de rostros difuminados e incomprensiblemente familiares. Algunos te abandonaban en la planta siguiente, otros aguardaban a tu lado más tiempo, pero ninguno de ellos reparaba en ti. Deseabas entablar conversación aunque eras consciente de que no podías articular una sola palabra ―sujeto a las secretas y caprichosas leyes de lo onírico―. El ascensor continuaba cayendo y aquellos espectros de rostro escondido seguían transitando sin hacerte el menor caso; y los pisos eran ya subterráneos: menos uno, menos dos, menos tres…, intuías el final «¿de qué?», no lo sabías aún, pero sí que estaba próximo. De pronto reparaste que ya no había nadie, y en esa angustiosa y gelidora soledad, echaste de menos la compañía de aquellos fantasmas tan incomprensiblemente familiares. ―A veces es mejor estar acompañado de una desconocida multitud que aguardar solo―. Cuando el ascensor hizo tintilear la campana del sótano, y sus puertas se abrieron, asomó el silencio absoluto: la Nada. Luego dos vidrios celestes, y, ¿un ángel, la muerte? Despertaste.
«No fue más que otra forma de explicar el dolor alimentado de anhelos tambaleantes». 



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