De la infructuosa búsqueda de un Pío Baroja y una Honorio Balzac, entre reporteros reporteando y tertulias con libreros
Llegó la primavera, y con ello,
parece que el paisaje de la ciudad se bruñera con un halo de luz solar no ha
mucho tiempo inexistente; las personas, como impelidas por este atisbo de
cambio, comienzan a menudear más alegremente de acá para allá; y por fin, la
tan esperada Feria del libro viejo y
antiguo regresa para colocar sus avanzadillas de librerías en la Plaza de
Aragón. Y es que en Zaragoza, como supongo que en otras ciudades, los libreros
aprovechan el cambio de estación para plantar sus anaqueles en las aceras
ofreciendo así un tipo de género que pueda satisfacer a algún curioso o distraído viandante. El día de la inauguración,
23 de marzo, hacía mucho viento, demasiado para los peinados con flequillo y me
atrevería decir que incluso para algunos libros, que en algún momento
parecían arrancarse a volar y querer dar un paseo por la bimilenaria capital del Ebro.
Cartel de la presente edición |
Yo, que soy de esos que todos los
años espera con alborozo la feria, me dirijo hacia allí el primer día a la
captura de algún que otro ejemplar curioso. Este año lo tenía claro, la cosa
iba de segundas partes: buscaba Las
tragedias grotescas de Baroja y Esplendores
y miserias de las cortesanas de Balzac, continuaciones ambos de Los últimos románticos e Ilusiones perdidas respectivamente. Cuando
llegué allí, todavía andaba la prensa con sus cámaras y reporteros haciendo
promociones y dando cuenta del evento. En el primer edículo hollado por mis
pies una avizoradora fotógrafa comenzó a sacarme fotos mientras oteaba los ‘australes’
en pos del libro barojiano. No es que me importara mucho aquello, pero uno se
pregunta cuando le suceden tale cosas dónde acabará saliendo su geta y quién le
acabará viendo en aquella pose tan esforzada y concentriquérrima. Sin resultados
di un salto al segundo puesto, el de la Librería
Prólogo, donde me esperaba Pablo Parra: un emigrado librero argentino que
siempre hace gala de buen humor; y si bien de allí no hubo rastro alguno de vascos
o franceses, acabé adquiriendo un ejemplar de Ocnos de Cernuda prologado por Gil de Biedma. Sucedió entonces que, de forma inusitada, un periodista de la cadena SER, con cascos y micrófono por montera, nos
abordó en el momento más distraído de nuestra conversación, y, casi sin darnos
cuenta, nos vimos conectados en directo en su programa de radio para dar nuestra
opinión sobre la feria: Pablo como librero, servidor como cliente. Recuerdo que
se comentó cómo en el año anterior la habían visitado más de 30.000 o 35.000 personas. —Quiero imaginar que para obtener tal cómputo, el ayuntamiento sacará
de las filas del paro a algún necesitado, y asignándole la importantísima
misión de computar lo incomputable, así, escondido y disfrazado de un
transeúnte más, pero con contador en mano, se dedicará a pulsar y marcar cada vez que
una persona se detenga para ojear los estantes—.
Estampa vespertina de la 'Feria del libro viejo y antiguo'. |
Me perdonarán los lectores esta
digresión o dislate. El caso es que la entrevista prosiguió y a mí me tocó hablar sobre el libro que
acababa de adquirir y el porqué iba allí, amén de promocionar —ya de paso— las
virtudes de mi poesía. Librados de este me despedí y seguí brujuleando por las otras
casetas; en la de Luces de bohemia
la especialidad son primeras ediciones y libros muy antiguos, recomendada para los
expertos y ávidos coleccionistas; luego me detuve en el edículo de la librería Maestro Gonzalbo, que viene de Valencia, donde, sin barojas ni
balzacs, acabé hincando un 'crisol' con las novelas del escritor modernista Paco
Villaespesa. Mi búsqueda proseguía, había otras casetas, una de ellas, de cuyo
nombre no recuerdo, mostraba gran cantidad de revistas, cromos y cosas
semejantes: allí Baroja o Balzac difícilmente se dejarían ver... aunque quién sabe. Paré a continuación en la librería de Libros del Rescate, donde
me detuve menos de lo esperado: Javier Cinca, del que ya di cuenta en una
entrevista pretérita, parecía andar muy a vueltas con los clientes, y la fotógrafa que
antes robó mis ademanes concentriquérrimos, aguardaba en cuclillas con su aparato en busca de la toma perfecta de algún ángulo de la caseta. Tampoco hubo suerte con mis literatos y
proseguí mi camino con pocas esperanzas. Finé mi razzia en el puesto de El baúl de Melquíades, atendido
en esos momentos por Elena Áurea y su padre, concienzudos bibliófilos entrambos, especializados en primeras ediciones y en autores de allende los
mares. Tras hacerle saber de mi propósito, muy simpática, Elena me mostró varios
Pío Baroja, por un momento me vi en posesión de aquellas ansiadas ‘tragedias’,
pues no eran pocos los ejemplares que poseía, mas, tras repasar denodadamente
los títulos volví a sentir delicuescenteadas mis ilusiones, quizá sería más oportuno decir aquí:
salí con las ‘Ilusiones perdidas’.
Cierto es que pese a lo
infructuoso del brujuleo, pienso tornar el mes que viene —si no
antes— ya más relajado y distraído, quizá entonces llene mi zurrón con algún que
otro título inesperado. Para los interesados, si han conseguido llegar al
final de esta crónica, solo queda indicar que la feria permanecerá hasta el 10
de abril, en horario de mañana y tarde; así que aún hay tiempo para dejarse
caer, tertuliar, pedir consejo a los libreros..., o simplemente disfrutar con el
confuso y flotante aroma a viejuno de unos ejemplares con mucha historia. Amén.
Botín de la primera razzia |
2 comentarios:
Querido conciudadano, documentándome para mi entrada sobre este evento he encontrado su blog. Si todas las entradas son como ésta pienso leerlo de cabo a rabo.
Besos y abrazos
Un placer saber de nuevos lectores, me alegra que le haya sido de interés esta y quizás otras ;)
Salud.
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