miércoles, 18 de junio de 2014

'Todos somos belgas' una hilarante comedia de Miriam Segura



Dando cuenta de la presentación Todos somos belgas, en dos actos y una crónica


PARTE I (LA MUSA)

(UNO, cronista, poeta y literato de vocación por lo mediano, se encontraba en el estrecho y renqueante diván, de un café cualquiera, revisando las mundanas y poco poéticas noticias al respecto de los últimos resultados del mundial de fútbol cuando, de forma inesperada y sorprendente, una ráfaga nebulosa se apareció frente a él,  surgiendo casi evanescentemente de la nube una mujer vestida tal se hiciera en los tiempos mitológicos, con liviana túnica, diadema de hiedra y portando una máscara de teatro clásico con una mueca grotescamente burlona.) 

Talía musa de la comedia

MUSA: ¡Salud mortal!

UNO: (Reponiéndose del azoramiento) ¡Salud hermosa! ¿A quién tengo el honor de agradecer mi sobresalto?

MUSA: Soy Talía.

UNO: ¡Caramba! Qué alto honor

MUSA: Musa de la comedia y...

UNO: Sí, sí, ya sé. No hacen falta más presentaciones, pero dígame ¡oh musa!, (Con cierto rintintín) sabiendo usted que yo no soy un cómico, y ni mucho menos la he invocado, ¿qué ha venido a hacer a tan sencilla cafetería?

MUSA: Vengo para advertirte que mañana al mediodía se presenta la edición de una obra teatral en la librería Cálamo. Se trata del trabajo de una joven dramaturga en el cual yo tuve mucho que ver, pues no pocas veces me pasé por su estudio para avivar su crisol creativo. Podría decirse que la considero mi pupila.

UNO: Me parece bien, pero sigo sin tener muy claro qué tiene que ver todo eso conmigo. 

MUSA: Pues, sabiendo cómo sé, que ahora ejerces el atribulante oficio de cronista, quiero, (Palabras dichas con suave autoridad mientras roza  con sus dedos la barbilla de UNO) que ya que tienes por práctica no pedir nada a cambio, ni buscas estipendio alguno por ello, vayas a cubrir ese acto.

UNO: ¡Caramba! (Y con cierto afectamiento) Me siento verdaderamente halagado su deidad.

MUSA: ¡Necio! Menos zalamerías, has de saber que soy caprichosa.

UNO: Como todas las musas.

MUSA: Sí, es verdad, pero no viene al caso hablar de eso ahora. Tan solo espero que escribas esa crónica, y además sea de mi agrado, sino...

UNO: ¿Acabaré frito?

MUSA: Podría decirse. 

UNO: Bien, veo que no me queda otra que aceptar el encargo, ¿no es así?

MUSA: Así es, espero que te entregues a mi mandato con gran ardimiento, y tal vez (La musa comienza a alejarse) seas recompensado.

UNO: ¿Con la gloria acaso?

MUSA. ¡Toma! Será pretencioso el artista, nada, nada. ¿Acaso no sabes que eso ya no se estila?, te haré popular, o cuando menos daré de qué hablar sobre ti entre las gentes de tu barrio y alrededores. ¡Arrivederci!

(La musa desaparece, y UNO, dando la sensación de retornar de un leve ensueño, recobra la compostura en aquel diván estrecho y renqueante del viejo café cualquiera.)

UNO: En singular situación me veo, se ve que por allí arriba se aburren mucho y tienen por nueva costumbre entretenerse con escritores de media valía como yo, pero..., en fin, un encargo es un encargo, así que tendré que ponerme a ello.

(UNO termina de un trago su café y se marcha del establecimiento con el firme propósito de salir airoso de la prueba, tal hicieran antaño los grandes héroes helénicos, para no verse amedallado con otro divino fracaso en la pechera.) 

***

PARTE II (LA CRÓNICA)

Hay en Zaragoza una librería maravillosa, de esas donde uno se siente bien atendido por los libreros, que además se afanan en hacer sentir a sus clientes verdaderamente cómodos cuando, en inocente sazón, la visitan bajo la esperanza de encontrar un nuevo título que añadir en sus anaqueles. Este establecimiento del que hablo tan sinceramente no es otro que la librería Cálamo de Zaragoza, la cual, desde hace más de treinta años, y bajo la dirección de su capitán de abordo —Paco Goyanes—navega firme y decidida por los piélagos, a veces un tanto tumultuosos, del zozobrante mercado editorial.

Acudí en aquella ocasión a dicha librería para asistir a  la presentación de una comedia teatral, de la cual, una ‘buena’ amiga que hacía muchos años no me visitaba —tantos que no recordaba las anteriores—, me había dado a conocer poco ha. De la obra pude averiguar que se titulaba Todos somos belgas y su trama guiraba en torno a un disparatado colegio de enseñanza belga al cual, cierto día, llega un nuevo profesor —Juan— que pronto se verá impelido en diversas y ditirámbicas escenas llenas de desternillantes situaciones: como aquella donde debe aprender el himno nacional bajo la batuta de un excéntrico director, o aquella otra donde utilizan su bandera tricolor para limpiar las manchas de yogur de la camisa de otro docente. Todo ello sucede bajo una correcta tensión argumental producto de una esperada inspección —que parece no llegar nunca— por parte de los propietarios del centro que son los belgas. Ante la pronta visita, el profesorado español deberá hacer gala de un declarado amor por aquella patria sin saber que mientras tanto, una turbamulta de subversivos antibelgas prepara una protesta.

Con respecto al evento llegué allí a la hora acordada donde fui testigo de toda una plétora de gente que se arracimaba en torno a una joven y guapa muchacha —Miriam Segura—, que no era otra sino la dramaturga en cuestión. Poco a poco fuimos dirigidos diligentemente hacia el espacio habilitado para la presentación: los más madrugadores conseguimos sillas en el piso de arriba, otros que llegaron después quedaron distribuidos por las escaleras de la librería, y los últimos, por una cuestión meramente física tuvieron que desperdigarse en el piso de abajo.

El inquieto público instantes antes de dar comeinzo la presentación

No tardó mucho en comenzar el evento y  la primera de mis sorpresas fue observar como en la mesa de los protagonistas se había colocado a modo de tapete una bandera de Bélgica, sobre esta y ligeramente acodado con una serie de folios, un tal Patterson Willis, norteamericano llegado de las evocadoras tierras de Lousiana, comenzó a disertar sobre crítica teatral. Aquel hijo de las tierras del Blues, presentó elocuentemente los aspectos más relevantes del teatro contemporáneo para contextualizarlos con la obra de Miriam Segura. «Cosa curiosa —pensé—. Una española que escribe una obra de teatro sobre un colegio de belgas, que a su vez, es presentada y comentada por un emigrado de la encantadora nación de las barras y estrellas.» Y mientras reflexionaba en elevadas cuestiones semejantes, el joven Patterson, con su exótico acento, daba muestras de suma erudición explicando cómo la catarsis aristotélica era negada en la comedia debido a no sé qué cosas de no alcanzar el nivel de empatía necesario. Todos los asistentes atendían a aquel prócer sureño con ineludible silencio: "La única diferencia entre la tragedia y la comedia es que en la tragedia el espectador empatiza, siente pena por el protagonista frente a sus conflictos, mientras que en la comedia nos reímos del protagonista en la misma circunstancia..." proseguía el crítico, y después citaba a algunos grandes del teatro: que si Beckett por aquí, Brecht por allá y Harold Pinter acullá. Willis concluyó finalmente su exposición animando a todos los presentes a leer la comedia; y el público, bien avenido, le correspondió con ademanes de aprobación tras prorrumpir en un decidido y caluroso aplauso. 

Patterson Willis exponiendo su tesis al respecto del teatro contemporáneo

A continuación le llegó el turno a la gran protagonista del evento. La dramaturga explicó cómo su trabajo nacía de una intencionalidad enjuiciadora: la obra se desarrollaba en toda su extensión como una hilada crítica "contestataria contra el sistema educativo imperante en España". El colegio belga era una parodia de los muchos colegios británicos, alemanes o franceses, que bajo su halo de respetabilidad y seriedad —de su supuesta  superioridad al fin y al cabo—, pretenden formar a los niños para un mundo que está muy fuera de su realidad. En el fondo todos los centros educativos comparten parecidas dificultades producto de los zurriagos impunes  llevados a cabo por los vaivenes políticos. ¡Cuánta verdad guardaban las palabras de Miriam Segura, quizá en un acto de heroico patriotismo la dramaturga debiera enviar uno de sus ejemplares a nuestro Ministro de Cultura don José Ignacio Wert. 

Miriam Segura explicando los entresijos de 'Todos somos belgas'

Terminadas las explicaciones al respecto se dio paso a una breve pero divertidísima escena de la obra Todos somos belgas; fue entonces cuando un grupo de sencillos y cándidos histriones, tal si hubieran sido poseídos por la muy mi preciada Talía, se tornaron en una balumba de disparatados enajenados que interpretaron con notable éxito —del que dieron buena cuenta el número de sonrisas y carcajadas desprendidas entre los asistentes— el texto de la comedia.


Joven histrión deprecando con altivo gesto

«ANTONIO: Comprendo las desventuras que ha sufrido en la enseñanza pública. Aquí los profesores son la autoridad y los alumnos así lo ven. Usted tiene la potestad, pero es importante que no la pierda. Por eso debe inspirarse en una figura poderosa para transmitírsela a los alumnos. Piense como se ha sentido durante el ejercicio...

»JUAN: Bueno me ha recordado...

»ESTEBAN: Dígalos sin miedo.

»JUAN: Además, siempre me ha gustado...

»ANTONIO: Es importante que se sienta cómodo.

»JUAN: Voy a elegir a... Robocop.

»ESTEBAN: Puede servir.

»ANTONIO: Puede servir. A ver diga “Soy el profesor.”

»JUAN: (Al estilo Robocop) Soy el profesor.

»ANTONIO: Me gusta

»ESTEBAN: Diga “Estoy aquí para educar.”

»JUAN: (Al estilo Robocop) Estoy aquí para educar. Permanezcan sentados hasta nuevo aviso. Seré tiránico e imparcial. Antes de hablar, piensen.

»ESTEBAN: ¡Ya lo tiene!

ANTONIO: Me alegro de ver que ya puedo confiarle a nuestros alumnos.»

Con esta muestra pueden los lectores hacerse una idea de la parodia.

Histriones en pleno disparate cómico

***

PARTE III (EL RESULTADO)

(UNO aparece recostado sobre la mesa de su estudio, acaba de terminar de escribir la crónica y se muestra profundamente dormido, agotado por el tráfago del día que tras la presentación finó en una distendida y luenga celebración regada con cervezas variadas.)

MUSA: ¡Psch!, ¡psch! Despierta artista.

UNO: (Desperezándose lentamente) ¿Mmmm? Eres tú. ¿Has leído ya mi crónica?

MUSA: Sí.

UNO: ¿Y?

MUSA: Pues... resulta positiva.

UNO: ¿Positiva?
 
MUSA: Sí positiva, ¿qué pasa?

UNO: No, nada, si con eso te das por satisfecha...

MUSA: Totalmente, además mi pupila está complacida por el éxito de la presentación. Y ahora si me disculpas debo ir a dictar, ejem, perdón, a inspirar, a una atribulada estudiante de instituto que sueña con recrear en su vida los hechos y episodios del teatro sentimental. ¡Pobre angelita! (Y alejándose de forma nebulosa) ¡Arrivederci!

UNO: Agur, agur. (Tras breve pausa) Madre mía, después de todo la presión a la que me he visto obligado arrostrar por el capricho de esa mujer, aún tiene el valor de decir que mi actuación resulta "positiva". ¿Positiva? ¡Ja! ¿A quién se le habrá ocurrido introducir tan vacua palabra en el vocabulario del Parnaso? ¡En fin!, es grato soñar con las musas pero está claro que en persona dejan bastante que desear. ¡Ah!, por cierto, no dejen de leer Todos somos belgas.


FIN

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SEGURA, Miriam, Todos somos belgas, Madrid, ed. Irreverentes, 2014, 78 p., 8 euros.

2 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Esto sí es presentar una obra con ganas. Gracias por la reseña del acto.

Delgado dijo...

Resulta una delicia sistir a presentaciones de tal índole.

Gracias Pedro.