En una entrada anterior comenté como la obra de Henry Murger «Escenas de la vida bohemia» podía entenderse como la publicación que inició el género de la literatura bohemia. Pues bien, ahora vamos a acercarnos a «El reino de la calderilla» de Emilio Carrere, texto que adoptando los mismos recursos que la obra de Murger, lo que hace es desmitificar todo ese aura galante y romántico de la clásica bohemia.
El reino de la calderilla
Escrita por el madrileño Emilio Carrere (1881-1947)—cronista de la bohemia primisecular— la obra en un refrito de cuentos o historias cortas publicadas entre la segunda y tercera década del siglo XX.
En ella se suceden, de manera algo caótica, toda una caterva de situaciones protagonizadas por personajes unidos bajo el supuesto estandarte de la bohemia. Aquí, al contrario que en «Escenas...» los personajes vienen y van en cada capítulo, no hay un cenáculo definido como en la historia de Murger. Algunos de los protagonistas desaparecen, otros se entrecruzan, y otros reaparecen varios capítulos más tarde. Ahora bien, lo que sí resulta interesante de todo ello, es que entre los personajes ficticios, tenemos otros que bajo nombres falsos esconden a reales, por ejemplo: bajo el nombre de Lázaro Ocaña se esconde Pedro Galvez (poeta que pasó un tiempo en la cárcel de Ocaña y que entre sus truculentas historias se cuenta la de que un buen día limosneó por los cafés de Madrid con un bebé muerto —supuestamente su hijo— en busca de unas pesetas con las que poder enterrarlo); también tenemos al librero Gregorio Argüello que es nada más y nada menos que el gran librero y editor del clan de los modernistas Gregorio Pueyo.
Con respecto a las situaciones representadas, en más de una ocasión resultan una parodia de «Escenas...» —como cuando los bohemios gastan el dinero ganado en complacer a sus caprichosas queridas, o, como cuando en la escena final un personaje va a quemar los recuerdos de su amor de bohemia y a última hora decide guardárselos—, eso sí, en la versión de Carrere el sabor edulcorado y algo idealizado de la versión francesa desaparece. Y es que a los capítulos cómicos le suceden otros más crudos que incluso rozan lo sórdido y patético.
Para concluir esta parte del artículo me gustaría advertir que debido precisamente a este guion de unión crítico-desmitificador de la obra española respecto de la francesa, resulta aconsejable a los interesados en ambas lecturas que se acerquen a ellas leyendo primero la de Murger, y seguido la de Carrere, ya que así podrán apreciar muy bien todas las sutilezas críticas que esconde «El reino..» respecto de «Escenas...».
La bohemia no es el camino
Tanto Murger como Carrere están de acuerdo en algo: la bohemia no es el camino para triunfar; ahora bien, si para el primero esta es una etapa comprensible —natural— en la vida del artista, para el segundo, esta es la causa de su fracaso.
«Es preciso destruir la leyenda de la bohemia. En la calle, bajo los canalones, en la taberna, o en el ocio del café no es posible hacer nada bello, nada definitivo. Ya conoces la famosa frase de Baudelaire "la inspiración es hija del trabajo diario"».
Ejemplares de "El reino de la calderilla" y "Escenas de la vida bohemia"
Volvamos otra vez a Murger y analicemos el final de su historia: al final de la obra, Marcel (el pintor), comenta a Rodolphe (el poeta): «se nos acabaron los tiempos de juventud, despreocupación y paradoja...»; «llegaremos al filo de los treinta años desconocidos, aislados, asqueados de todo y de nosotros mismos, envidiando a cuantos veamos alcanzar una meta... obligados a recurrir para vivir, a los vergonzosos medios del parasitismo»; «no es posible estar impunemente enamorado durante tres años de una Musette o de una Mimi. ¡Todo se acabó...».
Al final, nuestros Marcel, Rodolphe, etc., más maduros acaban abandonando por tanto la vida de jóvenes idealistas, eso sí, y esto es muy importante para la compresión de la obra de Carrere, el cenáculo parisino abandona la bohemia triunfando en sus respectivas ramas; por lo tanto, esto avala la idea de que la forma de vida bohemia es una etapa de vida juvenil, de transición, que con todas sus penalidades y desdichas, forma parte del camino que los artistas recorren para alcanzar la gloria en el mundo de las letras y el arte, es decir: la crítica a esta forma de vida, pese a las palabras de Marcel, queda un tanto diluida.
Al contrario, en «El reino de la calderilla», las Musettas acaban asesinadas, y los Rodolphes encarcelados por asesinato, los Collines abandonan la filosofía para dedicarse a la industria de las conservas de carne conejo, y las Mimis no regresan a última hora arrepentidas para fenecer con sus Marcelos añorados. Tan solo uno, de toda la amalgama de pintorescos bregadores, consigue triunfar en el mundo de Carrere, y a pesar de todo, su discurso final resulta más amargo que dulce: «Mi juventud, que no ha de volver más, ha sido sacrificada con necio heroísmo, en aras de mi ideal del arte. Mis años mozos, de soñadora bizarría, han sido un melancólico cañamanzo, donde el dolor, la miseria y el hambre han bordado sus flores mosntruosas».
Extraemos así, del discurso de Carrere, que la bohemia no es buena, sino cruel, que es el camino más seguro a la cárcel o al hospital, que pasando penalidades y buscando sustento no se escriben grandes obras, y que las grandes obras no son fruto de la improvisación ni se escriben en lugares pintorescos, sino que son fruto del esfuerzo y la tranquilidad, y en esto coincide con otros grandes autores como el romántico Bécquer: «Efectivamente, es más grande, más hermoso figurarse al genio ebrio de sensaciones y de inspiraciones, trazando a grandes rasgos, temblorosa la mano con la ira, llenos aún los ojos de lágrimas,o profundamente conmovido por la piedad, esas tiradas de poesía que más tarde son la admiración del mundo; pero ¿qué quieres? No siempre la verdad es lo más sublime».
En definitiva «El reino de la calderilla» trataba de actuar de vacuna contra el virus de la bohemia; virus que Murger y sus adláteres inocularon a varias generaciones de jóvenes idealistas que soñaban con emular las románticas historias literarias del cenáculo parisino.
Para concluir, vamos a suscribir el discurso axial de la obra carreriana con otro fragmento del libro, en donde, un bohemio reflexiona directamente sobre la obra del escritor francés:
«Murger les había defraudado, y además aquí no hay ambiente... En el desamparo de sus días no habían sonado nunca las risas musicales de Musseta ni habían bebido lágrimas de Mimí, en una hora dulce de reconciliación, ni la locura les había prestado su látigo funambulesco de cascabeles para sus tedios infinitos. Había que rectificar la vida; tenía que buscar una querida bonita y alegre... y algún dinero».
Epílogo: sobre Emilio Carrere
Carrere como ya mencionamos al principo de la entrada, fue un cronista de la bohemia, de ciertos matices afrancesados en su poesía, al estilo de los «poetas malditos», traductor y admirador de Baudelaire y Verlaine. Ahora bien, si por un lado gustaba de escribir sobre la bohemia, copiar el estilo murguiano de «Escenas...»,—llegó a escribir dos poemas en honor de Musseta y Mimí—, frecuentar cafés, rondar por la noche en busca de las musas, etc.; por otro lado, el discurso en su obra, especialmente a partir de los años '10 del XX, distaba mucho —como hemos visto— del de Murger. Y llegados a este punto, uno podría hacerse la siguiente pregunta: ¿A qué se debe esta ambigüedad?, la pregunta tiene fácil solución cuando se profundiza en la vida del propio Carrere. Y es que si este escribió sobre la bohemia, e incluso la frecuentó para empaparse de sus costumbres, o simplemente por atracción: Carrere no fue un bohemio, o al menos, no como los que se describen en la literatura. Sería más correcto decir que Emilio Carrere se sirvió de la bohemia para vender más facilmente su obra, y es que las historias de miserias ajenas atraían por aquel entonces a la clase medio-baja burguesa —su estratro lector más numeroso—.
"Casticismo madrileño" y "bohemia hampona", fueron sus temas más recurrentes, estos le funcionaron bien a nivel de ventas— "y si algo funciona para qué dejarlo", debió de pensar el maestro—; aunque esta actitud también le produjo críticas acerbas en el mundo literario, especialmente de Cansinos Assens. Se le acusó de repetirse machaconamente y de ser monótono, de no evolucionar... Carrere núnca se interesó por el mundo académico, y esto, le costaría caro a la larga. Basta recordar la respuesta que dio en una entrevista ante la pregunta de si le hubiese gustado ser académico:
«Si yo tuviese una enfermedad peligrosa, como la lepra, sí: para contagiar a los académicos».
Ya muerto y andando el tiempo prevaleció la idea de un Carrere mediocre, lejos quedaban los lauros de uno de los autores más populares de los años '10 y '20 del siglo XX, de un autor solicitado por periódicos como ABC, El Imparcial, El País, Aquí Madrid, del primer poeta en antologar el modernismo, etc.
Sea como fuere, bohemio o no; autor de primera o de segunda; poeta, novelista o articulista; lo que no podemos ignorar es que Carrere es una pieza clave de la literatura primisecular hispana. Formó parte importante de ese movimiento modernista de corte romántico; fue un autor que sobrevivó al ultraísmo, y a la Generación del 27; y solo por ello, debería ser rescatado del semi-olvido entrando de nuevo y con fuerza en los catálogos actuales de este rompecabezas tan extraño y complejo que forma nuestras letras.