jueves, 13 de septiembre de 2012

Treinta años de mi vida (de Enrique Gómez Carrillo)

1. El autor.

Fue el guatemalteco Enrique Gómez Carrillo (1873-1927) uno de los cronistas de la bohemia parisién más interesantes del mundo hispánico: obras como Esquisses 1891, Almas y Cerebros 1898, o Impresiones de París y Madrid 1901, entre otras, dieron buena cuenta de ello. Gran viajero escribió multitud de artículos, crónicas y ensayos, como aquellos sobre el por entonces exotiquísimo Japón —El alma japonesa 1907, o El Japón heroico y galante 1912—; de espíritu inquieto, siempre que pudo gustó de recorrer tierras lejanas —Tierra Santa, Rusia, Grecia....— de cuyas experiencias salieron otros tantos artículos y ensayos. Presenció incluso la estragosa Gran Guerra sirviendo como reporter para la nación francesa,  de tal experiencia nacerían, entre otras, obras como La gesta de la Legión 1918 o En las trincheras 1921.

Su vida fue en sí mismo una historia de novela, llena de estrecheces y lujos, amores y desamores, incluso de duelos1. Se casó tres veces y tuvo varios amoríos. Un hijo con una actriz Anie Perrey2 que después de su muerte reclamaría sus derechos hereditarios.
En definitiva Gómez Carrillo fue un personaje singular, su vida fue tan literaria como su propia obra, tan literaria que él mismo llegó a convertirse  en prototípico personaje murguiano, un nuevo Rodolfo apasionado y romántico. Y es que Gómez Carrillo viajó a la vieja Lutecia siendo muy joven para embelesarse con ese mundo onírico e inemulable que nació y transcurrió en el barrio Latino parisién fini-primi-secular.

Anie Perrey

Para comprender la importancia de Gómez Carrillo, los lectores de hoy deben tener en cuenta una cosa: si Rubén Darío por aquellos años era el indiscutible poeta del modernismo, Enrique Gómez Carrillo, por derecho propio fue el máximo representante de la prosa modernista, tanto en su aspecto léxico como temático. Sus innúmeras crónicas y críticas son a día de hoy documentos de obligada lectura para cualquier estudioso de la materia. Y es que Enrique Gómez Carrillo, que nunca llegó a terminar sus estudios y que empezó como diletante en el mundo periodístico, dejó como legado una gran cantidad de testimonios sobre los grandes autores del momento, capaz como nadie de descubrir al mundo aquella subsociedad de bulevares y cafés  donde las tertulias y los ateneos, fueron los campos de esparcimiento de la cimbreante e inquieta intelectualía occidental.


2. Treinta años de mi vida.

Treinta años de mi vida fue su biografía no conclusa, escrita entre 1917 y 1921, pretendía relatar en origen los primeros treinta años de su rondar apasionado por el Orbe. Sin embargo, por la razón que fuere, nunca se llegaron a completar,3 pues solo alcanzaron hasta los primeros meses de 1892, cuando el bisoño bohemio apenas tenía cumplidos los 19 años; ¡pero qué 19 años!, pues ya para entonces había conocido el mundo artístico de París y Madrid y codeado con algunas de las principales plumas de las Letras hispano-francesas.


2.1 El despertar del alma.

Comienzan sus memorias relatando desde sus orígenes en Guatemala hasta su marcha del país con 18 recién cumplidos. Nace en la muy noble y leal ciudad de Santiago de los Caballeros, de Guatemala, en el mes de febrero y en el año de gracia de 1873. Niño travieso como los demás experimenta un primer amor, purífico y silencioso, con doce años. Duró un año este romance, hasta que la familia de la niña enterada del rondar del pretendiente la acabó internando para mayor desgracia de los inocentes encelados.

También nos confiesa el autor como debido a su juvenil espíritu nervioso sufrió en esos años varios problemas en la escuela, hasta tal punto llegó su insatisfacción por la escuela que de hecho no terminó sus estudios.
“Habíame propuesto hacer mi bachillerato en dos años y creo que lo hubiera conseguido, a no ser mi mala suerte que había decidido, en sus misteriosos designios, que yo no tuviera nunca un título académico.”4

Con el hijo de un zapatero gallego emprendió su primera escapada, la meta de ambos era San Salvador, ciudad que a los muchachos se les hacía una especie de Tierra Santa donde poder conseguir aquello que se propusieran. Convertidos así en los Rinconete y Cortadillo decimonónicos marcharon por los campos de Guatemala, su periplo, muy a su pesar, terminó en la frontera pues los guardias de aduanas, avisados de su huida, los apresaron presto devolviéndolos a sus respectivos hogares.
Tras esta aventura, su padre planteó a Enrique trabajar, y así, aceptando aquella propuesta tan atrayente para el quinceañero, optó Carrillo por el oficio del comercio. Pero no en un comercio cualquiera, pues esa alma llamada, en un futuro no muy lejano, a describir los mayores lujos de la moda parisina, entró de ayudante en un bazar de ropa regentado por un andaluz.

“La tienda de don Ángel González era, en muy pequeño, una especie de bonmarché, en el cual había una especie de sección para niños, otra de artículos para caballeros, y una tercera de artículos para señoras. Puesto a escoger, no vacilé un instante y me decidí por la última. Una instintiva voluptuosidad hacíame de antemano grato el manejo de los atavíos femeninos. Lo que luego he sentido con un goce casi enfermizo en mis visitas frecuentes a los paraísos mujeriles de París, lo experimenté desde el primer día en aquella tienda americana.”

Y será en esa tienda donde sucederá el episodio más interesante y estético de este primer volumen de memorias. A medio camino entre ficción y realidad5, Carrillo será pretendido un día cualquiera por una elegante y aristocrática mujer de treinta y tantos años, esposa de un diplomático nórdico. Esa “infanta”representante del ideal de belleza decadente: rubia, de ojos glaucos, tez lívida y ojeras azulinas, será además devota de los secretos orientales -rinde culto a Buda-, hasta tal punto que embriagará de lujuria al joven desvelando los innombrables secretos del Kamasutra.
Como no podía ser menos en un romance semejante, los juegos y las perversiones también harán acto de presencia, y será uno de estos actos lo que llevará a Carrillo a romper con Edda Christensen —así se llamaba esta femme exótica—: Tras una extraña y trágica escena de tintes ligeramente incestuosos Carrillo se da cuenta que su relación con Edda no puede seguir, pues esta ha traspasado todos los límites —para él aceptables— al tratar de darle celos con su propio hijo, cuya edad era muy semejante a la suya.

“Al día siguiente escribí a Edda una carta cruel de ruptura. Ella me escribió no una, sino cuatro, seis cartas, que no me atrevía a abrir, adivinando el dolor que contenían. Más de una vez estuve a punto de correr hacia el santuario de Buda, alucinado por el recuerdo de sus ojos...”

Pasada pues, la aventura tórrida con la nórdica fatal, el inquieto Carrillo proseguirá las memorias relatando su descubrimiento de la Literatura. Esta parte de la obra resulta harto interesante para comprender mejor la psique intelectual del mismo. No se arredrará a la hora de dar su opinión sobre lo que a su respecto de sobrevaloradas tienen algunas obras canónicas hispanas. Su padre —orgulloso heredero de hidalgos españoles— será quien le introduzca en la literatura clásica española, gracias a una próvida biblioteca de clásicos hispanos; pero no serán estos clásicos muy del gusto del memoriador, por ejemplo, el Quijote parece no causarle gran delecte, tal es así que llega a afirmar sobre Las novelas ejemplares de Cervantes ser más merecedoras de la inmortal leyenda del literato castellano; también da su opinión sobre poetas clásicos como Garcilaso, Góngora o los Argensola: los cuales le parecen fríos, artificiales y engolados.
No será hasta que su tío José —poseedor una gran colección de obras francesas modernas— le invite a acompañarle a sus lecturas, que descubra su sincérica pasión por la literatura. Será la literatura francesa la que el resto de su vida amará, cultivará y defenderá. Autores como Paul Bourget,, Daudet, Maupassant, o Anatole France se incluirán en su panteón sagrado.

“Yo buscaba entre los libros el matiz, la armonía, las sensaciones, la gracia intensa, el perfume voluptuoso del amor, el refinamiento del gusto, en suma lo que no es español, y que casi es opuesto al ideal de lo español.”

Enrique Gómez Carrillo como cronista levantó simpatías y reticencias por igual, obtuvo palmas y abucheos, y a lo largo de su vida se topó con varios enfrentamientos y desaires. El primero de su vida, el primer escándalo literario lo obtuvo precisamente con su primer artículo crítico en un periódico local. ¿Cómo no podía un alma elevada y de gustos tan diferentes a los de sus compatriotos no tener pronto un choque con la intelectualía rancia de sus paisanos? De la trifulca erudita deja buena constancia su autor: un día respondiendo a un encargo de un tal Manuel Coronel Matus director del periódico El Día escribió un artículo al respecto de D. José Milla6 egregio literato de las letras guatemaltecas decimonónicas. En este artículo si bien Carrillo se mostró respetuoso con el referenciado, también criticó las pobres reconstrucciones históricas que se encontraban en las obras del mismo. Su tío viendo venir las críticas se engolfó en la trifulca con otro escrito y pronto los dos fueron motivo de recelos, hasta tal punto llegó la crispación entre los lectores locales que un día asistiendo al teatro fueron motivo de burla por parte del público y posteriormente invitados a desalojar el edificio por los guardias.

Pero a pesar de todo, Carrillo se consolidó como redactor de aquel periódico, la polémica al final ayudó a que su nombre fuera reconocido en el agridulce mundo de las Letras, pues han de saber que por aquellos años, periodismo y literatura caminaban de la mano para gozoso disfrute de los ávidos lectores.

Poco a poco fue creciendo en habilidad y carácter, su tío también entró en la nómina, y entrambos se repartieron, cual Tratado de Tordesillas, los ámbitos de exploración, el provecto se especializó en la literatura francesa, y el bisoño en la hispánica, en medio, como espacio neutral y de reposo para sus naves disponían de la taberna donde el aguardiente servía de enérgico combustible para sus estros.

De aquella etapa en El Día rescata para sus memorias una diatriba del poeta mejicano Guitérrez Nájera contra el literato y político español Antonio de Valbuena. Carrillo —muy hábil— supo tomar partido en aquella disputa transoceánica.

“Sin encomendarme a Dios ni al diablo, metíme en la contienda como defensor del aristocrático leonés, y logré el doble honor de que en México Gutiérrez Nájera me contestara con cortesía, y en España D. Antonio de Valbuena me elogiara con gratitud. Y como yo tenía buen cuidado de publicar todo lo que sobre mí se decía la prensa extranjera, que no era mucho por cierto, mi pequeña fama crecía y crecía...”

Buenos tiempos corrieron para Carrillo, y mejores hubieran sido si la paga, elemento esencial para la independencia del artista, no hubiera llegado siempre tarde y mal. Mas por fortuna y a la sazón, llegó el gran Panida7 a Guatemala bajo la protección del presidente Lisandro Barillas con la intención de fundar un periódico. Tanto el tío como Gómez Carrillo fueron pronto seleccionados para formar parte del Correo de la Tarde, que es así como se hizo llamar el nuevo diario. El joven cronista disfrutó de la sabidurífica compañía del bardo americano, y pergeñó sus artículos con buen ánimo, llegando en su culmen a entrevistar al mismísimo presidente de la República.

Gracias a aquella entrevista, y a la determinación y arrojo de Gómez Carrillo, Barilla otorgó al joven una pensión para ir a estudiar a Madrid y medrar en sus estudios inacabados. Sin embargo en la víspera de su marcha tuvo Carrillo una charla que marcó definitivamente el futuro del escritor: el nicaragüense recomendó a Carrillo no ir a Madrid pues allí poca savia literaria encontraría, ya que sus letras estaban agostadas por el implacable sol de la tradición, y de esta forma le impelió tomar rumbo a la vieja Lutecia. Carrillo siguiendo el consejo tomó rumbo a Francia cargado de intenciones, de intenciones literarias: quiere conocer París a toda costa, aunque también planea viajar a España y para escribir una obra que fuera prologada —generosamente— por alguno de los grandes del momento: quizás Galdós, Valera o Clarín; y por último, el inocente también adopta el propósito de evitar los siempre acechantes peligros de la bohemia, especialmente los del alcohol, pues ya con su tío había tenido el placer de libar y sentir sus venenos.

Rubén Darío en su juventud.

De esta forma termina la primera de las tres partes en que se dividen las memorias de Gómez Carrillo, en la segunda, el cronista nos desvelará un París lleno de luces, colores y alguna sombra, un París donde aquellos paisajes urbanos de sus admiradas novelas se tornarán en realidad.

2.2 En plena bohemia.

Llegó Carrillo a Francia por la ciudad portuaria de El Havre, cargado de todo tipo de ideas superficiales y arquetípicas imbuidas por las recientes obras sensuales que describían a París como una especie de Babilonia elegante y refinada, llena mujeres sensuales y hombres ávidos de deseos, una ciudad de lujo, placer y excesos, y sobre todo de una ciudad que era centro literario de las nuevas ideas. Allá, exactamente en el Quartier Latin y Montmartre los hijos de la bohemia divulgaban sus ideas de libertad y acogían con los brazos abiertos a toda un recua de jóvenes estudiantes llegados de incontables poblaciones.
Carrillo, arribado a la vieja Lutecia, no tardó en instalarse con otros estudiantes —de medicina— en una casa de huéspedes. Lamentablemente, y a su pesar, constató que ni el lugar, ni sus compañeros tenían nada que ver con las alegres escenas descritas por Murguer en la novela Escenasde la vida bohemia. Desilusionado, sus primeras semanas las pasó muchas veces retraído en su estancia leyendo con fruición alguna de esas obras que tanto le habían encandilado.

Pero un buen día todo empezó a cambiar —para bien y para mal— conoció a la novia de uno de sus compatriotos, y esta, de carácter risueño comenzó a interesarse por el joven idealista que compartía ideas similares. Durante un breve tiempo el estudiante de medicina Garay —novio de la muchacha llamada Alice—, formaron un interesante grupo que frecuentó diferentes establecimientos donde la vida bohemia antes huidiza se presentaba en todo su esplendor; y es que la joven modista de la zona del Louvre, al igual que Carrillo gozaba en disertar sobre los diferentes matices de la vida juvenil y bohemia de la ciudad.

“-¿Me encuentra usted pedante?... (dijo Alice)... La gente que niega la bohemia existe, es la que cree que sin sus trajes del tiempo de Luis Felipe, Rodolfo y Marcelo no pueden existir, cuando en realidad el uno y el otro son muchachos de todos los tiempos que tratan de reírse de la miseria por miedo a tener que llorar.”

Poco a poco Alice va atrayendo al recién llegado, y en compañía suya, y con la creciente suspicacia de Garay, el París bohemio de 1891, el París donde “no existían aún los automóviles, ni los autobuses, ni los tranvías eléctricos”, y donde “los estudiantes y los poetas, usaban amplios chambergos, corbatas flotantes y chalecos vistosos” se descubría ante ellos.
Bajo esa afiebrada y chispeante atmósfera conocerá Carrillo a varias de las plumas más importantes del momento, por ejemplo recordará su primer encuentro con “el rey de los bohemios” —Paul Verlaine—: cierto día Alice y Garay tuvieron a bien presentar al fauno en un pobre café. Verlaine, el gran maestro, se mostró en este primer encuentro como un figurón un tanto tragicómico; metido a pseudocientífico, solicita a Garay una báscula de precisión para validar su teoría sobre el peso del alma, pues estaba convencido de que esta se podía pesar con el solicitado artefacto.

Otros encuentros habrá y serán descritos, como aquel en que Verlaine confesó su admiración por el dramaturgo español Calderón de la Barca, incluso llegando a afirmar tener algo de español por ser también católico y casi haber nacido en Barcelona. O aquella ocasión en que apareció en compañía de un grupo de personajes todos dramaturgos de la talla del Victorien Sardou, Jules Claretie, y Francois Copée, de este último declarará además su sincera amistad.8

"—Copée es mi amigo, mi hermano... No hay que hablar mal de él en mi presencia...”

François Copée (Paris 1842-1908), autor eminente de comedias y dramas.


Pero mientras las relaciones de Carrillo se iban asentando en el cenáculo de la bohemia parisién, las relación entre su amigo Garay y su novia Alice empeoraba. Finalmente esta abandona al médico y marcha con Carrillo, no sin mostrar Carrillo algunas reticencias. Sin embargo acaban principiando los dos jóvenes soñadores una relación que se extenderá hasta el futuro viaje de Madrid.

La relación con Alice se no saldrá barata a Carrillo pues acarreará la pérdida de su amistad con los compañeros guatemaltecos; estas perdidas por contra serán suplidas por otras compañías más elevadas. De las nuevas amistades forjadas por el amor a la poesía, guardará un especial cariño por la del poeta franco-griego Moreás.
Hasta tal punto llegó esa sincérica amistad que Carrillo no tendrá ningún pudor en confesar como el mismo Moreás evocó en una de sus obras9 el primer encuentro que ambos tuvieron.

“Cierto día del año 1891, recibí la visita de un joven muy joven, apenas salido de la adolescencia, que venía a hablarme de su admiración por mi tomo de poesías Le Pélerin Passionné.
Era un español de América, de esa raza encantadora que hace florecer allá lejos, la gracia severa de las Castillas. Se llamaba Enrique Gómez Carrillo, nombre hoy conocido por todos los parisienses.”

Mención, la cual, será correspondida en la biografía con otra confesión fraternal:

Moréas fue siempre uno de mis más afectuosos amigos y, salvo cuando él o yo nos ausentábamos de París, no dejábamos nunca de vernos una semana entera...”

De las interesantes disertaciones que ambos entablaron resalta una al respecto del simbolismo: en efecto, Moréas fue uno de los padres teóricos y fundadores del llamado simbolismo francés, publicó un manifiesto en 1886 mas hacia 1891 acabará por renegar de este fundando y difundiendo una nueva doctrina literaria: la de la Escuela Romana.

“—Usted, sin embargo, como fundador del simbolismo...
“—¿ El simbolismo?... Eso fue una broma... ¿Qué es el simbolismo?...
No lo he sabido nunca, a pesar de haberlo inventado yo mismo... Lo único serio, es la escuela romana... ¿la conoce usted?...”

Moréas comentará también a Carrillo su fallido intento de aprender algo de español para traducir con Verlaine La vida es sueño del antes citado Calderón, frugal intento del cual apenas recolectaron una veintena de vocablos para la ocasión.

Jean Moréas (Atenas 1856 - París 1910) con su característico monóculo mencionado en la biografía.


Otro ilustre al que conoció durante las aventuras corridas en su primera estadía parisina fue a Wilde, Oscar Wilde, cuya prez por aquel entonces se encontraba en alza. Según el autor fue el propio inglés quien pareció fijarse en él debido a su juventud. Destacaban su elegancia en el vestir, sus aposturas de dandi británico,, sus buenos modales y cierto complejo de fealdad que parecía ocultar bajo el tamiz de sus prolijas peroratas.

El gran Wilde tenía mucho ingenio y era un gran conversador admirable casi siempre, pero a veces hacíase pesado con sus largas conferencias llenas de paradojas literarias, y otras veces abusaba de las largas historias simbólicas.”

Varios capítulos dedica al autor irlandés, lo cual, no es sino reflejo de la gran impresión que le causó.

Pero cuando todo parecía marchar suave cual leve brisa de Céfiro en la vida del bohemio, una desgracia imprevista acabará con todos los delectes de néctares parisinos: Garay, no superando la ruptura de Alice se intenta suicidar saltando por una ventana; y aunque falla en su intento y se acaba recuperando, los informes que sus compañeros mandan a Guatemala sobre el comportamiento de Carrillo en París son muy negativos, hasta tal punto llegarán eso informes que el mismo presidente de la república que no tardará en ordenarle abandonar París de inmediato. Finalmente instado a marchar se dirige a Madrid con la pensión suspendida temporalmente.

Así pues, tras despedirse de sus compañeros y la gozosa capital del amor, Carrillo, en compañía de Alice, pondrá rumbo a Madrid, y allí se topará con un mundo diferente, donde tocará sufrir y lidiar con tiempos duros, llenos de extrema pobreza, miseria y hambre.

2.3 La miseria de Madrid.

Si París se mostró como la ciudad de las luces, Madrid será representada como la ciudad de las sombras, si París fue para Carrillo la ciudad de las novedades, Madrid será dibujado como el baluarte la resistencia realista y naturalista, en definitiva, si París resultó ser la morada lumínica de la bohemia, Madrid será la el caserón caliginoso de la golfemia.

A la capital española llegará la pareja de jóvenes un diciembre de 1891, la primera impresión que les causa la estación nada más bajar del tren no podría ser más clarífica: “tétrica y sucia” llega a decir.

...si hoy la capital de las Españas es todavía una de las ciudades menos “confortables” y más sin carácter que hay en el mundo, en aquel entonces era cien veces peor, con su aspecto sórdido, que ha ido perdiendo a medida que se ha enriquecido y europeizando. “

Sea como fuere pronto las estrecheces económicas —pues la verdad sea dicha, a Madrid llegan con unos ahorros si no pobres sí modestos—, les obligan a buscar —tras fugaz estadía en un cómodo hotel— una pensión acorde a los raquíticos montantes de su esquilmada cornucopia. En la calle del Arenal encuentra la pareja esa pensión  a medida de sus carteras, y allí se instalarán durante un tiempo.

Carrillo se lanzará presto a la zaga de la intelectualía madrileña, y esta, reticente en un primer momento le abrirá finalmente las puertas del Fornos10. Pronto se codeará con personajes como Luis Bonafoux o Joaquín Dicenta entre otros; y a pesar de todos sus resquemores, será en Madrid donde alcance su primer éxito literario: con Esquisses, obrita que recoge una serie de impresiones de su anterior vida parisina, dará el salto a la poco rentable fama; el mismo Leopoldo Alas Clarín se fijará en ella y escribirá en el Imparcial una reseña al respecto del autor alabándolo.

Louis Bonafoux (Saint Loubez, Burdeos,1855 - Londres 1918) Destacado articulista de tendencias anarquistas.


Como dijimos, una vez pasada la resaca de la frugal nombradía alcanzada con Esquisses, la realidad se presentó en forma de laceria a las puertas de su habitáculo. 
A partir de entonces se irán pintando por las páginas de Treinta años de mi vida perfiles de primeros espadas —ya vetustos o apunto de jubilarse muchos—: Nuñez de Arce, Echegaray, Salmerón... hacia los cuales no presentará especial simpatía, los descubre y dibuja como personajes un tanto mezquinos y altivos, hasta tal punto será el rechazo mostrado que a la hora de describirlos físicamente su desagradado resulta más que evidente:

Era un viejecito menudo, de barba blanca, de ojos duros, de aspecto seco... Era un viejecito friolento que, a pesar de hallarse metido dentro de un gabán muy gordo, temblaba en la atmósfera tibia de mi albergue... Era un pobre viejecito sin nada de olímpico en suma... ” Sobre Núñez de Arce.

un viejecito de aspecto no solo vulgar, sino algo grotesco, que recibía los homenajes de sus admiradores sentado en un sitial y sin quitarse ni la chistera, ni el gabán, ni la bufanda.... acariciábase su perilla de chivo con gesto satisfecho, y miraba a sus auditores con aire protector. Veíase en el la vanidad contenta de sí misma.” Sobre Echegaray.

Era bajo, rechoncho, apoplégico, con grandes mostachos, con ojos redondos cual los de un búho... Yo no podía creerlo. ¿Castelar aquel especie de Sancho Panza con chistera, que hablaba cual arriero, que gruñía cual un cerdo, y que tenía los ojos vidriosos que le salían de la cara?" Sobre Castelar.

Emilio Castelar (1832-1899) Presidente de la I República española.


Vemos cuán evidentes resultan pues las diferencias entre los esbozos parisinos y madrileños frente a las descripciones desenfadas y benévolas que Carrillo prodiga a compañeros allende los Pirineos, en aquende se tornan agrias y adustas. Lo cierto es que Carrillo como literato adscrito al modernismo más afrancesado dibuja intencionadamente un perfil de la generación anterior —realista y naturalista— caduco y agrio para justificar su estética literaria, ya en un periodo, dicho sea de paso, donde el modernismo mismo estaba superado.

Volviendo a  los derroteros madrileños, la pareja, con sus cada vez más acuciantes penalidades económicas se verá obligada a buscar sustento de forma desesperada. Alice empeñará sus adminículos y complementos: desde un pequeño reloj de oro engarzado en amatistas, pasando por una cubertería, vestidos, para finalmente acabar malvendiendo algunos de sus trapos más necesarios. La pareja se verá de nuevo en la obligación de emigrar a una pensión todavía más modesta, y compartida con un treintañero exprofesor de Latín —Jesús Miura Renjifo.—, el cual había sido expulsado de su cátedra por sentir atracción hacia los efebos. Con este nuevo compañero las conversaciones intelectuales aflorarán nuevamente por las páginas de la biografía. Tal sera así que incluso comienzan a gestar juntos la sugestiva idea de toda una historia de corte wildeana con el argumento de fondo de unos supuestos amores entre la reina Cleopatra y Herodes el Tetrarca.

Logrará Carrillo sin embargo e in extremis, evitar la desgracia, pues recibe la oferta de compra  de su edición de Essquisse por parte de un librero-editor: Santa-Fe, que ha decidido comprársela  para enviarla a América. Estos ingresos permitirán a los paupérrimos inquilinos,  pagar sus deudas más acuciantes. Además, no mucho después, recibe el literato una nueva pensión de Guatemala con la obligación de regresar a su país —cosa que no hace—.

Y no solo no volverá a Guatemala, sino que además no tardará en sumarse al grupo de bohemios  un cuarto miembro: Ramoncito.

A partir de entonces y hasta el final, la historia que se sucede resulta a todos rasgos más que novelesca, posiblemente en esta parte Gómez Carrillo quisiera dotar a su biografía de un final estético-decadente acorde con sus propias preferencias estilísticas. Ramoncito se presenta como un joven —antiguo alumno de Renjifo—que ha sido “rescatado” de un internado por este. La belleza del muchacho intriga pronto a la pareja bohemia, para ellos tenía la ambigua apariencia de un andrógino, incluso Alice llega a segurar en cierto momento que podía ser realmente una mujer, despertando así celos hacia este.

Hasta resultan evidente como en ciertos instantes de la historia, Ramoncito desprende un sedeño velo de verborrea Wildeana.

Plásticamente la mujer es más agradable que el hombre. Pero sería necesario encontrar un género que, en la gracia femenina, encarnase un alma masculina... Lo que yo imagino es una criatura en la cual la carne fuera de mujer y el espíritu de hombre..."

Poco a poco este falso hermafrodito va mostrándose más interesado por Carrillo, y así, se suceden algunas escenas de leve ambigüedad que van enrareciendo el ambiente:

Luego la falda cayó, dejándolo desnudo. Y entonces fue el divino cuerpo de la bella Simonetta, con sus pechos menudos y sus caderas estrechas, lo que irguió ante mí en su diabólica pureza asexuada”

...al darme cuenta de la profunda amoralidad de mi existencia en aquella casa y del peligro que constituía para mi naturaleza caprichosa la coquetería equívoca del divino mancebo, más bello, más tentador y más femenino que la más deliciosa doncella, llegué a experimentar el deseo de que realmente alguien tomase cartas en el asunto.”

El final como no podía ser menos, resulta violento e (in)esperado: los cuatro compañeros habían hecho planes para marchar a París, por un lado Carrillo consigue trabajo como traductor de cuentos en la casa Garnier, por otro, Renjifo recibe el encargo de realizar un diccionario latino que le va a reportar buenos beneficios, mas la víspera del viaje todo se precipita:

Ramoncito se encontraba en una habitación arreglándose más de la cuenta; Carrillo entra a buscarle:

No parecía oírme, ni verme. Me acerqué a él hasta respirar sus cabellos rizados, hasta rozar su busto con mi brazo. Él sonreía. ¿Él... No. No era él. Era ella, una ella misteriosa, una ella irresistible, una ella demoníaca”.

A continuación Ramoncito se abalanza sobre Enrique y lo besa: “¿Cuántos segundos o cuántos minutos duró aquel beso?... no lo sé”  La sorprendente escena que es presenciada por Alice y Renjifo, enerva los ánimos de estos comenzando así a mostrarse violentos con Carrillo “¡Fuera!, “¡Miserable!” “¡Marchate!”
Tras el incidente se ve compelido a salir y marchar a la calle, allí, solo y algo aturdido reflexiona sobre lo sucedido, pero no parece, sin embargo, arrepentirse del beso, más bien queda como arrobado, embelesado en absortos y confusos pensamientos sobre aquel extraño y maldito beso, en definitiva un beso de:

aquellos labios que sí me habían enloquecido no eran los de un niño, no, sino los de una mujer.... Hay algo en esas cosas que no engañaba... ¿Qué? Un algo misterioso, sutil y profundo, que se siente y no se explica: un algo divino e infernal que forma la esencia de los besos...”
Y es de esa forma tan precipitada y un tanto extraña como Enrique Gómez Carrillo decide concluir su autobiografía no conclusa, una obra que al final deja al lector con ganas de saber más, quizás de ahí su acierto, pero sobre todo una obra que a pesar de todos sus claroscuros y elementos fictivos ayuda al interesado lector a conocer un poco más de la psique y gusto estético-literario del gran prosista del modernismo.

3. Los temas

En este punto vamos a acercarnos a los principales temas que han funcionado como ejes axiales de la biografía de Enrique Gómez Carrillo, temas que pretenden hacer ver al lector como en muchas ocasiones los sucesos acaecidos son más un reflejo reflejo de la propia mentalidad cultural Fin de siglo que de la propia vida del autor.

3.1 El amor.

Uno de los temas que más presente está en la biografía es el del amor, en forma de amoríos fatales o truncados; en un análisis más detallado se puede ver todo lo literario y ficcional que resultan, pues los tres son una clara muestra cronotópica de las pasiones descritas en las novelas y cuentos de estética decadente: primero tenemos a Edda Christiensen, femme neobudista, que juega vagamente con el incesto para dar celos a Carrillo; por otro lado tenemos la historia final con Ramoncito ese muchacho andrógino y homosexual que aviva extrañas sensaciones en la vital imaginación de Enrique; y en medio de ambos se sitúa el amorío “más corriente” pero no por ello menos intenso surgido con la pasional y soñadora Alice; a la  parisina nos la dibuja Gómez Carrillo como si fuera una proyección a medio camino de las Mimí y Musetta murguianas.

Importante es profundizar un poco más en la androginia; ya mencionamos lo literario que resultaba este episodio, y es que en el ocaso del antepasado siglo se hizo muy frecuente hacer uso literario de temas que buscaban mostrar la exaltación por los gustos extraños. Se rinde culto y persigue un ideal de belleza superior y elevado representado en la ambigüedad de un joven feminizado o una mujer virilizada. Muchos lo abordaron con mayor o menor pose, cabe mencionar, por ejemplo, al catoliquísimo Amado Nervo, el cual, en su época más decadente publicó en su obra Místicas  1896 un poema que parece buscar la unión espiritual por medio, precisamente, de esa eliminación sexual.

Por ti, por ti, clamaba cuando surgiste,
infernal arquetipo, del hondo Erebo,
con tus neutros encantos, tu faz de efebo,
tus senos pectorales, y a mí viniste.

Sombra y luz, yema y polen a un tiempo fuiste,
despertando en las almas el crimen nuevo,
ya con virilidades de dios mancebo,
ya con mustios halagos de mujer triste.

Yo te amé porque, a trueque de ingenuas gracias,
tenías las supremas aristocracias:
sangre azul, alma huraña, vientre infecundo;

porque sabías mucho y amabas poco,
y eras síntesis rara de un siglo loco
y floración malsana de un viejo mundo.

Otros autores epocales se acercaron con más o menos pose a la androgínia literaria: Manuel Machado en  Alma, Darío en El reino interior, y en el campo de la pintura tenemos un claro ejemplo en las obras del artista simbolista Gustave Moreau.

Apolo y las nueve musas 1856 de G. Moreau.


3.2 La bohemia.

La bohemia con todo lo que de real y falso representó —y sigue representando— se desvela de forma veraz en las tres partes de Treinta años de mi vida. En la primera por medio de las lecturas, especialmente en la novela francesa Escenas de la vida bohemia, que actúa como simiente para alumbrar todo tipo de ideas ingenuas al respecto; en la segunda parte la cuestión cobra un cariz más serio, hay reflexiones sobre qué son los bohemios o si la bohemia sigue existiendo:

La bohemia es un pretexto para que los incapaces y los holgazanes disfracen sus vicios y su sordidez con harapos novelesco... Ahora las musas del barrio Latino, lo mismo que las de Montmartre, hacen de las sonrisas su comercio.”
Estos discursos y otros semejantes son defendidos por los compatriotos de Enrique a su llegada, pues como estudiantes de medicina representan todo aquello que defiende los positivistas y materialistas, no cree en el romanticismo de la bohemia.
Carrillo, así como luego Alice, se convierten en verdaderos y sinceros representantes del simbolismo e idealismo tan en boga entonces en las páginas literarias de París.

En la última parte Las miserias de Madrid, la bohemia se perfila de otra forma, ya no será la alegre y risueña bohemia subvencionada de París, sino una bohemia pobre donde sus protagonistas no cobran del gobierno pecunia alguna. Esta nueva vida bohemia debe buscar su frugal néctar por otros medios, esta bohemia trágica, más auténtica si cabe, quiere hacernos ver Enrique Gómez Carrillo que también la sufrió, padeció y sobre todo superó gracias al estro de su pluma. De tal forma tenemos a un bohemio auténtico que pese a todas las dificultades logra sobrevivir y prosperar.

Desde un punto de vista histórico, hay un común acuerdo en situar cronológicamente el nacimiento de la bohemia —tal como la entendemos hoy— en el Barrio Latino de los años 30 y 40 del antepasado siglo, es decir bajo el reinado del rey burgués LuisFelipe y los albores de la II República. Esta bohemia es en esencia una reacción juvenil y “socializante” frente al monopolio que en las Artes y las Letras ejercía el mundo burgués.
Así, Carrillo, como otros autores de su época, cree en el binomio juventud-bohemia, pues para él y muchos otros, la bohemia era concebida como una etapa —natural— en la juventud artística, pues es con la vitalidad de la juventud cuando los espíritus sensibles están más preparados para arrostrar la desenfadada y relajada vida sin obligaciones. Hasta cierto punto la bohemia se concibe como un transito, un paso intermedio, antes de asentarse en la madurez.
La madurez, vista así, se relaciona con las obligaciones, y bajo esta premisa cuando en La miseria de Madrid la pareja recién llegada intuye que su vida no va a ser tan cómoda y fácil como la de París, Alice, ante las necesidades acuciantes dirá muy sensatamente:
Yo te obligaré a trabajar... Yo te impediré que te pases el día en el café... Ya se acabó la bohemia”
Evidentemente esto no se llegará a cumplir.

3.3 La literatura.

Como hombre de letras la cuestión de la Literatura estará muy presente en la vida de Enrique Gómez Carrillo, pero esta cuestión esconde más de lo que pudiera parecer a simple vista. Carrillo como vanguardia y primera espada de la prosa modernista, no puede hacer otra cosa que defender su corriente estética, corriente la cual, no lo olvidemos, para 1921 —fecha en que termina las memorias—  había sido barrida por las vanguardias históricas. Por tanto, no puede extrañarnos que si en El despertar del Alma, el padre de Enrique aparece como un acérrimo defensor de lo viejo, de lo clásico: la lírica y prosas castellanas; el joven busque en la figura de su tío, consumidor de la moderna obra francesa, esa figura compañera con la que compartir sus inquietudes.
En plena bohemia, la segunda parte, lo viejo es defendido por aquellos estudiantes de medicina guatemaltecos, muy críticos con los literatos modernos de París; por otro lado toda la intelectualía parisina se verá dibujada con suma benevolencia, recordemos a ese Verlaine crepuscular de 1891 que sin embargo aparece como un personaje simpático y hasta cercano, cosa muy diferente a lo que ocurrirá con los literatos españoles de La miseria de Madrid, donde la mayoría, los que gozaban de grande nombradía como Núñez de Arce, Castelar, Valera y otros, son mostrados como mezquinos, altivos —casi ignorantes—, y distantes.
No resulta extraña esta caricatura — y resulta hasta comprensible—, si entendemos que el guatemalteco busca una reelaboración de su propia imagen. Gómez Carrillo aparece, o quiere aparecer, como el abanderado del modernismo en la España finisecular, donde los Valle-Inclán, Machado o Villaespesa apenan esbozaban todavía sus primeros pasos. Nos topamos entonces con la oposición entre viejo/nuevo, lo hispano/francés y en definitiva la oposición entre el  naturalismo/modernismo que será la constante “ideológica” impregnada en las tres partes.

4. Conclusión.

Treinta años de mi vida, como hemos visto se trata de una biografía a medias, una biografía donde lo real se mezcla con lo literario, donde la intención del autor es construirse su propio mito bajo el recurso del modernismo más decadente, recordemos ese final homo-erótico que sin duda, y muy intencionadamente, levantaría más de una suspicacia entre los lectores de los años veinte del siglo viejo. Y es que Gómez Carrillo fue un un gran cronista, mejor polemista, peor duelista, y sobre todo y ante todo su mejor publicista: “como yo tenía buen cuidado de publicar todo lo que sobre mí decía la prensa extranjera, que no era mucho por cierto, mi pequeña fama crecía” El despertar del alma.
Enrique Gómez Carrillo, hoy más olvidado, y quizá injustamente poco atentido por las grandes multi-editoriales de narrativa generalista, merece un lugar de honor en las letras hispánicas, goza en otra escala de varios  estudios y ensayos, pero sigue faltándole ese espaldarazo que devuelva a sus obras a ocupar los principales anaqueles de las librerías junto a otros grandes númenes como Rubén Darío, Valle-Inclán o Quiroga. Este autor de temperamento un tanto difícil vivió como escribió: de forma intensa, y en este esbozo, en esta medio biografía, con todos sus claroscuros el literato se nos antoja todavía más grande de lo que realmente nos ha llegado.

Treinta años de mi vida puede encontrarse hoy en versión íntegra en una edición reciente (2011) de la editorial Renacimiento prologada por José Luis García Martín. Los volúmenes sueltos también se pueden encontrar con relativa facilidad por bibliotecas de cierto calado, y por internet su obra está siendo cada vez más facsimilizada gracias al trabajo y esfuerzo de otros enamorados del periodo, destaca a tal respecto la labor del profesor Ricardo de la Fuente que se ha encargado de la reedición de Esquisses y El arte de la prosa.

 Así pues, y para concluir, no queda más que animar a los lectores —que hayan logrado atender hasta estas últimas líneas—, a que se lancen con trepidante ánimo en pos de un ejemplar del inigualable cronista, pues podrán arrobarse con una de las prosas más ricas y armónicas de la literatura hispánica, que además abrirá las puertas a ese mundo irrepetible —y algo naïf— de las letras modernistas.


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1En 1903 Gómez Carrillo se enfrentó en un duelo a espada y primera sangre con el literato venezolano Miguel Eduardo Pardo. Este duelo acabó con victoria del segundo tras ser herido Gómez Carrillo en un brazo.
2Sobre esta Anie Perry hay un interesante artículo publicado en la revista epocal Blanco y Negro con fecha 26/02/1911
3A pesar de no llegar a los treinta años Gómez Carrillo sí las dio por concluidas, pues como reza en el prólogo de La miseria de Madrid dedicado a su mujer de entonces: “Así Raquel, con este tercer tomo, pongo fin a mis memorias apenas iniciadas, porque, verdaderamente, ya no recuerdo lo que fue mi existencia, y si quisiera contar más tendría que inventar...
4 No deja de ser curioso que Gómez Carrillo, a pesar de su falta de títulos académicos, llegará a ser elegido Académico Correspondiente  Extranjero de La Real Academia de la Lengua Española en 1895.
5 El propio prologista de la edición de Renacimiento, José Luis García Martín, pone en duda su veracidad “¿Es verosímil que, en la Guatemala de 1888, la mujer de un diplomático nórdico anticipara el ambiente fin de siglo francés?”
6 José Milla y Vidaurre 1822-1882, primer gran novelista costumbrista de Guatemala.
7 Rubén Darío.
8Ya a François Copée dedica Paul Verlaine la serie Aguafuertes de sus Poemas saturnianos (1866)
9Variations sur la vie.
10El café del Fornos llegaría a ser uno de los punto de reunión de literatos más importante y vivo de la ciudad, sito en la calle Alcalá, permanecería abierto como tal hasta 1908.

14 comentarios:

roberto dijo...

Hola Delgado, me apasioné leyendo tu reseña biográfica de Carrillo. Hoy ya no se vive tan apasionadamente ni existe bohemia como en aquel entonces, hoy es más superficial más ególatra.

Un fuerte brazo.

Rafael Humberto Lizarazo Goyeneche dijo...

Hola, Delgado:

La vida de los grandes escritores es, casi siempre complicada, misteriosa y generalmente bohemia, pero muy interesante y productiva.

Hoy he pasado un rato muy agradable conociendo a Enrique Gómez Carrillo que, si se le equiparó con Rubén Darío, fue y será un grande de las letras.

Un abrazo.

Delgado dijo...

Roberto: me alegra, la verdad es que bohemias haberlas hailas, pero como aquella desde luego que no.

Rafael: bien has dicho, complicada, también azarosa y en este caso trepidante, sus obras no tienen desperdicio, incluso las referentes a los viajes.

Un abrazo a entrambos

Carla dijo...

Delgado, lo estoy leyendo en varias partes, porque no quiero perderme nada, y cuando lo haya leído completo volverá para escribirte un comentario.

Besos.

Delgado dijo...

Aquí te aguardaré, solo deseo que te resulte de algún interés.

María dijo...

Me ha agradado estar aquí sentada y relajada en una tarde de sábado leyendo esta entrada homenaje a Enrique Gómez Carrillo, interesante su vida, y quién como cronista tuvo de todo, tanto palmas como abucheos, y enfrentamientos, y algún que otro escándalo literario.

Gracias por tanta información compartes con nosotros.

Un beso.

Delgado dijo...

María gracias a ti por visitar y atender a estos mi pequeños trabajos literarios.

Un fuerte abrazo.

Pedro Ojeda Escudero dijo...

¡Otra recuperación necesaria!
Hombres como este hicieron de su vida su mejor obra, sin duda. Escribían bien, sin duda. ¿Hubieran escrito más sin la bohemia? Lo dudo.
Saludos.

Delgado dijo...

Desde luego, la bohemia en este tipo de genios ayudo para hacer màs prolija su obra.

Un abrazo.

P MPilaR dijo...

Lo que le aconteció a G.Carrillo seguro hoy en día no habría sido diferente: La bohemia conduce a estos y similares lances, relances y aventuras.
(Estoy digiriendo pe a pa la reseña interesantísima este autor, del que apenas conocía...)
Abrazos

Delgado dijo...

Muchas gracias por ese interés mostrado, mi consejo es que te hagas con alguna de sus obras en una biblioteca pues te aseguro que cualquiera de ellas te hará pasar un buen rato.

balamgo dijo...

Bonito y extenso artículo, Delgado.
Siempre muy didáctico.
Abrazos.

Anónimo dijo...

Felicitaciones por tan excelente reseña de la vida y parte de la obra literaria del guatemalteco Enrique Gómez Carrillo (1873-1927), de quien en vida no se publicaron sus libros en la pacata Guatemala que se escandalizaba de lo que llamaba extravagancias, vida licenciosa, exceso de afrancesamiento en quien debía haber sido declarado hijo predilecto.

No fue sino hasta durante el gobierno del doctor en filosofía Juan José Arévalo Bermejo (1945-1951) quien como literato supo aquilatar el valer de Gómez Carrillo, que empiezan a publicarse sus obras, aunque casi solo las que contienen sus crónicas de viaje (“La Grecia eterna”, “El Japón heroico y galante”, “Jerusalén” y otras similares).

En junio de este año fueron publicadas en Guatemala sus Tres novelas inmorales (2012), las cuales son un compendio de la “trilogía” que diera a conocer a finales del siglo XIX. En efecto, el “cronista errante” llevó a la imprenta tres nouvelles que efectuaban un retrato hablado de París y las costumbres de ciertos personajes, siendo estas: Del amor, del dolor y del vicio (1898), Bohemia sentimental (1899) y Maravillas (1899) que en su edición definitiva cambió por el título Pobre clown. Cuando las integra en Tres novelas inmorales (1919) las califica de historietas escritas a los diez y ocho años y aclara:

“Aunque cuando escribo la palabra ‘inmorales’ refiriéndome a mis novelitas juveniles, no puedo menos de sonreír… Es tan ingenua, es tan pueril esa inmoralidad, que no llega siquiera a ser peligrosa”.
Gómez Carrillo, Enrique; Tres novelas inmorales. Guatemala : Alfaguara, Editorial Santillana S.A., 2012. Página 9.

Como ejemplo de lo que “normalmente” se acusa a Gómez Carrillo, de licencioso y sensacionalista como ciertos periódicos, su personaje “Luciano” en Bohemia sentimental, divaga en asuntos donde quizá pretendía que:

“[…] la vida apareciese cortada y nerviosa, como lo es, en efecto. Deseaba escribir novelas relativamente cortas, atrevidas, algo descuidadas, pero en el fondo muy artistas, muy perversas y muy crueles…”
Idem., páginas 28 a 29.

Y es que “Luciano” se inspira en esa época en el autor francés Emilio Zola (1840-1902) quien acerca de la inmoralidad sentenció:

“[…] que en un libro se puede decir todo, puesto que todo pasa en el mundo; y que hacer dormir juntos a dos amantes, en una novela, no tiene nada de reprensible.”
Idem., página 52.

En Del amor, del dolor y del vicio Gómez Carrillo agrega:

“¡Ah, el respeto, la sociedad, la aristocracia, la solidaridad de las altas clases, las manchas que deshonran a toda una casta!... ¡Imbéciles!... Pero, en fin, gracias a Dios, nosotros no somos hijos de príncipes, ni necesitamos de ellos.”
Idem., página 111.

Enrique Gómez Carrillo también escandalizó a la sociedad guatemalteca con sus “novelas inmorales”, donde no obstante ridiculizar a la ciudad de París algunos gazmoños chapines lo estigmatizaron, quizá viéndose retratados en sus páginas pero diciendo que no estaban de acuerdo con los folletines del calificado años después como “Cronista errante” porque corrompía a la juventud.

Cual si fuera su propio credo escribió el cronista, sentenciando y anticipándose a sus posibles críticos –que los tuvo en demasía, más por ignorancia y envidia a su fama que por otra razón– en Del amor, del dolor y del vicio (1898):

“Sino pudiésemos decir sino cosas que nadie ha escrito, es probable que no diríamos nunca una palabra...”
Idem., página 168.

Ergo: no está dicha la última palabra acerca del gran “Príncipe de los cronistas”, “El cronista errante”, o cualquier otro título que se le quiera dar.

Ariel Batres V.
Guatemala

June dijo...

Muy buena información, una gran persona, en todos los aspectos! Un gran orgullo de superación y sobretodo pasión por su trabajo. Un verdadero príncipe de las cronistas.