15. Nov. Alba fauvista con toque cubista
Sobre la bicicleta cruzabas el engarce urbano de acero y cemento: neones durazno anegándolo todo; ligero halo verde como radiación; y filamentos lilas de bombilla siglo XX. Asomando al fondo, aún tímidos, los brotes de poinsetia que conquistarán, ya desplegados, la próxima Pascua. La lengua del río ―“lujo, calma y voluptuosidad”― embozada en alquilada capa de oro rosa, por delante, apenas una gavilla de minutos para tornarse en plata vieja. Y a contraluz una flecha de ánades apuntando hacia los rendidos rastros nocturnos, hacia el occidente, huyendo de los pinceles célicos de Matisse.
No te cabía duda de que el otoño, pletórico, saludaba caracoleando con su cabellera invisible y ondulada de vientos ―soplos de los dioses viejos―. Matisse carcajeó, guardó sus pinceles y comentó, al fin, que su alba fauvista con toque cubista… le quedaba chic.
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