lunes, 21 de diciembre de 2015

Raúl Herrero, la originalidad tornada en materia


Raúl Herrero, escritor y editor patafísico y surrealista se presenta sin cortapisas para hablar sobre la literatura y sus trabajos artísticos y editoriales. 



La primera vez que conocí a Raúl Herrero fue en una presentación de la librería Antígona, yo acudí a esta para ver al erudito Javier Barreiro presentar un nuevo libro sobre Guillermo Osorio, uno de esos bohemios menores —si es que alguna vez hubo uno grande—  que quedaron olvidados por el paso del tiempo y que por feliz casualidad, servidor, también curioso acumulador de las obras de esos mártires vilipendiados por escritores adocenados tenía un ejemplar original en mi haber. Recuerdo que Raúl Herrero —a la sazón editor de aquella publicación—, me llamó soberanamente la atención por la inrutinariez de alguno de sus complementos. Y es que aquellos que conozcan a Raúl Herrero sabrán de sobra que una de sus cartas de presentación es la muestra de un pintoresquismo bien traído, acorde con una personalidad simpática y afable: propia de gentes independientes que saben que en un mundo gris y programado, hacer gala de originalidad no es sino otra forma de contestar al sistema.  
Pasado el tiempo, tuve el placer de conocer de la mano de mi consocio de alegrías y tribulaciones poéticas, José Gabarre, a Raúl. Por aquel entonces regentaba junto a su mujer Esther una suerte de lencería-librería que con acierto se llamaba Espacio Ralo, y que hoy ha quedado tristemente en el recuerdo por no superar los embates de la crisis que nos carcome. Una de las particularidades de las que hace gala Herrero, es de su pasión por los aspectos más inopinados de la cultura: ora puede estar disertando sobre sesudas filosofías de Fernando Arrabal, ora puede hablarte de los grandes clásicos del cine péplum o westerm, ora del mundo de la bohemia y sus anécdotas. Y es que para este editor, totalmente refractario a las altiveces academicistas o los dogmas literarios, el descubrimiento, y puesta en valor, de todo aquello que pudiera aportar algo a nuestro acervo cultural son siempre motivo de alegría.
De Raúl Herrero también podría contar que es un escritor, pintor, editor…, que ha publicado más de 13 libros, entre ellos el aclamado Los trenes salvajes que ya va por su  segunda edición aumentada; también que ingresó en el Colegio de Patafísica de París como ‘Auditor Real’ en 2003, y ha organizado alguna que otra velada de dicho movimiento en Zaragoza…; pero al final, como tales presentaciones suelen serlo habitual, y el avezado lector las puede hallar en su página web, o en otras entrevistas semejantes, mejor decido a finar estas líneas introductorias para dar paso a una entrevista —sin censuras censureras— que a buen seguro resultará más amena que unos párrafos míos introductorios.

Raúl Herrero brindando por la vida


1. Para empezar: cómo escritor que cuenta en su haber con una larga producción poética, narrativa y dramática ¿cómo describirías tu estilo? ¿Cuál te influencia más en el devenir de tus obras? 

Bueno lo cierto es que a medida que uno va creciendo también va evolucionando y modificando sus gustos, se aumenta la capacidad de entendimiento, conoce la obra de más autores, etc. En cualquier caso sí que hay una serie de líneas que evidentemente me han interesado: la poesía parnasiana, por ejemplo, los simbolistas, las vanguardias históricas o el surrealismo, sobre todo; de hecho este último movimiento fue el que a mí me animó a escribir y dejar de ser un lector sin más. Por otro lado están aquellos considerados ‘raros’ y que me han influenciado de una u otra forma como Ezra Pound. Además puedo mencionar  aquellos libros, que por la razón que sea, se salen un poco fuera de la estética de un autor como Pasión de la tierra de Vicente Alexandre, Poeta en New York o el Diván de Tamarit de Lorca, Julián Ríos con su novela Poundemonium. Por último tengo a mis grandes estrellas, por decirlo de algún modo, como Juan Eduardo Cirlot en ensayo, o Francisco Pino en poesía; otros serían Antonio Fernández Molina, Fernando Arrabal, Samuel Beckett, James Joyce; y ya en dramaturgia Shakespeare, Cervantes, Ionescu…; y aunque pueda sorprender Los payasos de la tele con Gabi, Fofó, Miliki y demás, cuyas interpretaciones televisivas resultaban auténticas comedias de situación haciendo gala de un amplio dominio de la comedia.
También el realismo mágico me atrae o ha influenciado de alguna manera, pero el realismo mágico previo al boom hispanoamericano; lo que no me interesa para nada es el realismo y el naturalismo.

-¿Entonces Galdós y Zola no te gustan? 

No claro, Galdós y Zola me gustan, pero creo que Galdós de haber vivido más se habría desprendido del realismo; por ejemplo, escribió en 1909 El caballero encantado cuya estética es más afín al modernismo, y además tiene el relato fantástico y humorístico ¿Dónde está mi cabeza?  En mi opinión habría acabado siendo un escritor algo parecido a H. P. Lovecraft. Hoy la narrativa y la poesía están demasiado influenciadas por el realismo, y a mí me aburre volver sobre eso una y otra vez, aunque sean temas urbanos, aunque los quieran remozar y vestir de otra manera. Salvaría tan solo las novelas de género: el western, el policíaco, etc., ahí sí que encuentro un atractivo especial pues su atmósfera es diferente. 

2. Dentro de las distintas disciplinas que trabajas ¿cuál de ellas te ha reportado más satisfacciones y cuál más quebraderos de cabeza? 

Satisfacción ninguna. Primero porque me autoflagelo mucho: aquello que escribo un día, al otro me parece una porquería; y por otro lado, porque he sido muchos años demasiado impaciente, y eso ha provocado que entregara a la imprenta alguna obra antes de tiempo. Mira, una vez le preguntaron a Sinatra si escuchaba sus discos, y este respondió que no escuchaba ninguno porque en todas las canciones encontraba fallos, pues algo parecido me sucede a mí; incluso en los poemas más trabajados, una vez entregada la obra a imprenta, si pudiera, cambiaría alguna cosa. Por ejemplo, me pasa que alguna vez cuando me han pedido poemas antiguos para alguna antología o cosa parecida, suelo modificarlos, cambiar algún verso, una coma, intentando mantener la esencia, eso sí, pero son pocos los que se libran y los dejo tal cual. En fin soy así ¡qué le vamos a hacer! Por otro lado, tampoco he tenido una obra que haya dado un salto cuantitativo enorme y se lea en varios países.

-Ya bueno, pero con el teatro sí que has cruzado el charco. 

 Sí, en ese caso es verdad, en teatro he tenido reconocimientos: El hombre elefante se interpretó en Buenos Aires, siendo una obra complicada porque está escrita como si fuera una obra narrativa, y eso algunos no lo entendieron en su momento; también hubo una lectura dramatizada de mi Cervantes de perfil o la venta de los milagros en el Museo-Casa de Cervantes de Valladolid. Fueron dos momentos que me causaron primero sorpresa y luego satisfacción, no lo voy a negar.  

3. Decía el gran crítico Octavio Paz que el poema no es una forma literaria sino el lugar de encuentro entre la poesía y el hombre. Es decir, entre lo divino y lo terrenal, para mostrar al mundo la riqueza interior guardada sin saberlo ¿No crees que hoy día, quizá, tal idea de encuentro se está perdiendo, que algunos poetas escriben, casi de forma industriosa, tratando a su poesía como un producto para ser consumido rápidamente en twitter o lugares semejantes?

Me gusta mucho esta pregunta: sí creo que hay, hoy día, una poesía de consumo rápido que las editoriales defienden argumentando que es lo que el público demanda, y yo les contestaría: que será lo que demanda la gente que no lee poesía, o no sabe leer poesía. Pero no solo es la poesía, es que además veo que muchos de los premios nacionales, me refiero a esos grandes premios, se otorgan a un tipo de poesía de baratillo. Una poesía que a mí me daría vergüenza llamarla poesía incluso; y lo peor es que no aporta nada. Parece que la zafiedad, y el poco uso, cuanto menos mejor, de figuras retóricas haga a uno mejor escritor. Creo que si tú quieres que la gente de hoy día mueva sus neuronas debes utilizar las figuras retóricas. El mundo, desde un punto de vista hermético, es simbólico, esto ya es una figura retórica en sí mismo. Por lo tanto, si nos queremos plantear cualquier cuestión, incluso filosófica, y lo hacemos con un lenguaje exento de retórica, lo que ahora se viene a llamar un lenguaje sencillo o pulcro, solo estamos fomentando la pereza intelectual. 

-¿Crees que a lo mejor lo que hoy día se pretende es facilitar la literatura, hacerla más fácil, para que llegue a un público más amplio?

Pero es que el camino es a la inversa, la gente tiene que llegar a la literatura. No reniego de poner facilidades, por supuesto, el camino está en introducir a la gente con los poemas más simples, más sencillos, pero poco a poco hay que ir ahondando, no se pueden quedar ahí. A mí me da sensación de que al final nos quedamos simplemente con lo sencillo, sin ahondar en lo literario. Es como si a un niño nunca le quitas la papilla bajo el argumento de que no va a aprender a masticar. ¡Eso no puede ser! Y claro, esto se ha convertido en la poesía oficial, una poesía oficial que a mi juicio es artificial porque muchos poetas de calidad se han pasado a ese tipo de escritura solamente para conseguir premios. Resulta escandaloso y sobre todo una pérdida literaria, además de una pereza intelectual que no conduce a nada Y así, esta literatura se replica y replica en una serie de autores que siguen el mismo esquema, y consideran que cualquier tontería es poesía; cuando la poesía ha sido siempre una esencia literaria que se vuelca como un germen, un átomo que llegando a explosionar podría ser un cuento, una novela… incluso ocasionar cien literaturas.
Aquella gente está convirtiendo la poesía en una literatura chabacana que solo sirve para contar su vida, sus problemas de amor, sexo…, pero de una manera absolutamente insignificante. Parece que haya muchas cosas ingeniosas y pocas genialidades, tal frase me la dijo años atrás Fernández Molina: “en la poesía contemporánea hay muchas cosas ingeniosas y pocas genialidades”. Yo mismo cuando he escrito algunos poemas, si he querido que hubiera alguna cercanía mayor con el lector, los he simplificado, pero no hago todos así; es más, considero que tomarlo por norma es un verdadero insulto hacia el lector. Estamos ante la pescadilla que se muerde la cola: los poetas que quieren vivir de esto escriben así para ganar grandes premios y conseguir notoriedad, y los jurados, ya acostumbrados, otorgan los premios a los mismos. Se piensan que escribir con figuras retóricas es algo anticuado, pedante,  y todas esas chorradas por el estilo. Yo por ejemplo, entre Espronceda y Bécquer he preferido siempre a Espronceda, pues hasta cierto punto Bécquer representa esa simplificación de la que hablamos, pero evidentemente con un genio y un talento que hoy no se encuentran. Y por otro lado que actualmente exista una suerte de poetas andaluces, que por seguir esa línea de la poesía sencilla y popular, se consideren herederos de Lorca o Alberti me parece un insulto a la literatura. Evidentemente Alberti y Lorca escribieron poesía popular, pero también otras obras más complicadas desde un punto de vista literario. El populismo, o la poesía popular, no puede ser una excusa para hacer una literatura peor que la del pliego de cordel. Yo veo que ha habido una degradación en la liberalidad de la poesía, y hemos pasado de la poesía en prosa al todo vale, dando así por válido que cualquier frase ingeniosa lanzada por un espabilado en una tasca cualquiera se califique como poema.
La poesía requiere de una concentración de recursos, y para mí, acercarse a lo sagrado. La música, la poesía…, surgen de un intento de acercamiento a lo sagrado, entendido este en un sentido amplio, filosófico si se quiere. Y todas estas verdades de medio pelo de la vida urbana donde una chica se queja porque la miran de una forma, o no la miran porque es rara, puede resultar gracioso o incluso ingenioso, pero nada más.
También hay casos de gente que tienen una escritura correcta, incluso alardean de ser hipercorrectos, pero… ¿y qué? César Vallejo tenía faltas de ortografía, y no por eso era mal poeta; Cervantes escribía sin comas; a mí déjame antes con César Vallejo o Cervantes, que con un señor que escribe pulcramente, muy perfecto, pero que en el fondo no dice nada: esa gente me aburre soberanamente. Por un lado hay un analfabetismo funcional, y por el otro, un hiperengreimiento a la hora de la corrección. Rubén Darío, por ejemplo, tiene casos de correcciones en ediciones posteriores, etc. Y luego están los correctores de grandes editoriales que te reescriben el libro si te descuidas. Erik Satie o Hector Berlioz tenían graves deficiencias de conocimientos musicales, y sin embargo crearon estupendas composiciones.
En definitiva hay que reivindicar ya, y sin pedanterías, una literatura seria. 

4. Atendiendo a tu faceta de artista, por lo que he podido saber, te diste a conocer allá por el año 1993 con la exposición colectiva 'Poemas radiografiados', llevada a cabo en la Biblioteca de Aragón. Desde entonces has realizado múltiples de ellas, e incluso desempeñado la faceta de ilustrador para obras de Manuel Esquilor o Fernando Arrabal, entre otros. Así pues, me veo en la obligación de hacerte la siguiente pregunta: ¿Qué fue antes: el pintor o el poeta? Y por otro lado ¿Qué ves en común, o qué cualidades, crees en tu opinión, que comparten ambas disciplinas?

Pues no me acuerdo, pero Jean Cocteau decía algo así como que pintar era estirar el rasgo de las palabras. Desde que era niño escribía mis propias composiciones y me he divertido con la pintura, pero lo cierto es que me resulta más prioritaria la literatura. Tiempo atrás hice un documental sobre esta faceta mía, y ahora estoy inmerso en otro proyecto, aunque ya digo que la pintura no es lo más fundamental para mí. Este año por ejemplo me pidieron un cuadro para la exposición multidisciplinar del Ateneo Jaqués sobre Frank Sinatra, y como además tengo un poema dedicado a Sinatra, y he intervenido en alguna inauguración, me ha parecido perfecta la proposición y he colaborado gustosamente.
Si te soy sincero con la pintura no soy tan exigente como con la literatura; en la pintura siempre me divierto, y quizá con la literatura no me pasa tanto precisamente por estar pendiente de la crítica, aunque ahora estoy tratando de volver a divertirme con ella. Como decía Fernández Molina que también ejerció el arte plástico: “yo soy un escritor, o alguien que hace cosas con las letras, y además pinta”.
Otra cosa diferente es aquella pintura realizada por escritores como Victor Hugo, Cocteau, Gómez de la Serna… Me interesa mucho la pintura realizada por literatos, es una plástica por la que tengo una gran predilección; también me interesa lo contrario, la escritura de los pintores, como las obras de teatro de Picasso o Dalí. Para mí Dalí fue mejor escritor que pintor incluso: la obra literaria de Dalí es una de las cumbres del siglo XX. Me leí, no hace mucho, un compendio de sus entrevistas, y me pareció sensacional; y tiene esa otra novela intitulada Rostros ocultos, escrita en 1943, donde narra toda una suerte de decadencias de la burguesía, y que puede considerarse visionaria, pues adelanta lo que será el fin de la II Guerra Mundial llegando a  contar cómo Hitler pierde la guerra y finalmente muere en una especie de torre rodeado de las mejores obras de arte del mundo. Esta obra es clave además, porque sirve para rebatir, o desmentir, aquellas calumnias que se vertieron contra el pintor tildándolo de filonazi. Dalí escribió Rostros ocultos en 1943, cuando la guerra no estaba nada clara,  por tanto ¿qué habría pasado si Alemania gana la guerra? Para mí esto cuenta más de la personalidad del pintor que lo que después se ha escrito sobre él. 

5. Atendamos ahora a tu labor editorial. Desde 1998 diriges la editorial Libros del Innombrable que se propone, según explicas en tu web: editar a personajes "raros", libros descatalogados, traducciones inéditas en castellano, etc.  En mi opinión resulta una tarea valiente por lo arriesgado de la empresa en un mundo tan abarrotado de publicaciones, pero, ¿cómo nació el planteamiento de dicha línea editorial? ¿Has notado en estos años que el interés por esa literatura, quizá más selecta o especializada, ha crecido?

Bueno, antes de Libros del Innombrable tuve otra editorial llamada El último Parnaso con una serie de amigos, pero cuando esta sociedad se rompió, decidí continuar la labor por mi cuenta debido a que tenía pendientes algunos libros que deseaba publicar. El primer libro fue Los Raros de Rubén Darío, un ejemplar por el cual llevaba tiempo detrás de él y no había forma de encontrarlo; de hecho, aún hoy día, creo que tan solo hay dos reediciones modernas en España. Por otro lado estaban aquellos autores que me interesaban a nivel personal y creía que se debían dar a conocer mucho más como Fernández Molina. Después de esto, cuando fui siendo reconocido editorialmente, me llegaron proyectos de gente nueva, que por una u otra razón parecían interesantes, y aposté por ellos; desde entonces el abanico se ha ido abriendo a varios proyectos como traducciones, y donde me gustaría resaltar las de poesía nórdica, ya que siempre he sentido una cierta predilección por lo nórdico.
Con respecto a la segunda pregunta, más que crecer el número de lectores en ese sentido, lo que he notado, por lo que sea, que en un momento dado se pone de moda un autor o un libro, y aquello que llevaba editado diez años y no se vendí tan apenas, comienza a ser demandado. Debemos entender que la situación actual es paupérrima, casi diría yo de posguerra: mi familia siempre se ha dedicado a las ventas y yo ahora estoy viviendo cosas que solo conocía por historias de mis abuelos en cuanto a conceptos de ventas, etc. Ahora hay menor poder adquisitivo y por consiguiente se compra menos, además están las bibliotecas donde uno puede coger los libros que desea, y me parece fabuloso, porque al final se trata de que se lea.  

6. En el mundo de los raros, la bohemia tiene un lugar predilecto. Colaboras en un programa de radio donde has departido sobre alguno de aquellos personajes como el mítico Florencio Moreno Godino. Para ti, cuyo interés por dicho fenómeno artístico es harto conocido ¿qué es o qué significó la bohemia?, y sobre todo ¿Crees que actualmente quedan bohemios como los de antaño?

La bohemia es el último intento romántico por hacer del arte una profesión, dentro de ese entorno burgués, o mejor dicho, de cómo consideraba que tenía que ser el trabajo la burguesía. El bohemio surge de la ruptura con el mecenazgo, del intento de dejar de depender, como había sucedido hasta la fecha, de nobles altruistas o filántropos. Hubo una bohemia productiva que se reunía en cafés, y allí, compartiendo ideas surgían movimientos literarios: había entonces un mayor sentido de hermandad, de comunidad, hoy desaparecido. Los miembros de las vanguardias históricas, incluso el movimiento pánico, se reunían en las tertulias de los cafés para discutir sobre las grandes cuestiones.
Sobre el bohemio puedo decir que es aquel que se niega a trabajar de otra cosa que no sea su arte, aunque para ello viva precariamente, y esto entronca en España incluso con la picaresca. Quizá por una cuestión coyuntural muchos de aquellos bohemios, como Pedro Luis de Gálvez o Pelayo del Castillo acabaron rozando el mundo de la hamponería, al establecer relaciones con ese mundo rayano en la delincuencia, la prostitución, etc. La cuestión aquí estriba en si esto es algo pasajero o estructural. Hubo casos de miembros de los cenáculos bohemios, cuya literatura ha resultado secundaria o no ha quedado casi nada ella, y sin embargo han pervivido gracias a esas anécdotas que en muchos casos escribieron sus correligionarios. Luego, sí que es verdad que hay otra bohemia más alegre, la de aquellos que, hasta cierto punto, han triunfado, y por la cual yo me intereso más. Por ejemplo, tenemos a Gómez de la Serna o Cansinos Assens que fueron literatos cuyo trabajo y dedicación por la literatura fue enorme. También hay otros bohemios que me interesan por lo raro, como Silverio Lanza, que escribió una suerte de novelas y cuentos nada desdeñables.
Por concluir, puedo apuntar que la bohemia fue un caldo de cultivo imprescindible para entender el arte como lo comprendemos ahora: incluso la dignidad del arte; esa dignidad de decir “yo quiero dedicarme a esto asumiendo todas las consecuencias que conlleva”. La bohemia es algo muy serio, y aquellos que la critican hoy día, o la consideran algo inferior a la gran literatura, son unos pedantes, por no decir algo más gordo, pues tienden a juzgar desde una visión superficial y reduccionista sin saber lo que significa o conlleva una vida así.

7. En una ocasión, no sé si lo recuerdas, en las casetas de la feria del libro, me contaste algunas anécdotas divertidas que pasaste con Antonio Fernández Molina y Fernando Arrabal, ¿podrías compartir alguna de aquellas para los lectores de esta entrevista? 

Bueno recuerdo una que me contó Fernando Arrabal en la que acudió a los Premios Mariano de Cavia, que presidían los reyes, y la etiqueta le obligaba a llevar smoking y encima de este el gabán con una especie de bufanda blanca, el caso es que como en el último momento se dio cuenta de que no tenía la bufanda acabó cogiendo una toalla de hotel y se la enrolló al cuello. Y de Fernández Molina te podría contar una gira que hicimos al editarle la antología de cuentos La vida caprichosa, conmemorando los 50 años de la publicación de su primer libro. Lo que pasaba en algunas ciudades es que tenía por costumbre llevarse algún huevo duro de los ambigús y se lo metía al bolsillo, y cuando salíamos a la calle lo sacaba y lo mostraba a alguna desprevenida señora para a continuación preguntarle con sorna: “¡Señora! ¿Quiere usted un huevo mío?”
Hay que tener clara una cosa: un poeta, un artista en general, debe ejercer de lo que es, y el artista tiene que tener un punto de irreverencia, sin caer por ello en la provocación vacía o en la ofensa, cosa también difícil y que no todos saben; yo, por ejemplo, soy consciente de que mis actuaciones pueden resultar excéntricas para algunas personas pero a mí no me importa lo que piensen; se trata de que al final uno no renuncie a sus particularidades más estridentes mientras no sean actos que perjudiquen a terceros o resulten de mal gusto. Arrabal y Molina, por volver a ellos, han ejercido esas particularidades sin importarles el qué dirán; nunca vi de ellos sobreactuaciones o impostamientos: fueron anécdotas que surgían de su personalidad; por eso mismo, con ellos, he vivido los momentos más divertidos de mi vida. Para mí, tales momentos han resultado más importantes que otros, los cuales, la presión social me ha intentado hacer creer que eran de una gran trascendencia. Cuando tenga ochenta años, si llego, seguro recordaré, no las penalidades y situaciones adversas en cuestiones literarias, sino las anécdotas divertidas que he vivido con ellos. 

8. Recientemente has publicado una obra conjunta titulada Extraño Oeste, en mi opinión se trata de un claro homenaje a la ‘fantaciencia’ con aspecto de novela westerm de los sesenta y matices fantasiosos lovecraftianos. ¿Cómo surgió tan hilarante proyecto? ¿Te costó mucho encontrar a esos vaqueros de la pluma, dispuestos a disparar sus relatos y conquistar tamaña empresa?  

El embrión de todo esto surgió hacia el 2009 cuando escribí un guion que no llegó a realizarse sobre temática western. Este género, aunque tiene unos paisajes muy delimitados, da juego para muchas interpretaciones. El director aragonés José Luis Borau dijo una vez que la mejor forma de aprender a hacer cine es rodando un western, y él rodó una película western llamada Brandy en 1963. Luego, algo que a mí me parece muy importante, es esa dualidad moral que se plantea en el western más evolucionado y psicológico; esa dicotomía moral que enlaza, también, con las novelas de piratas: donde descollan los personajes duales, porque aunque sean buenos tienen un pasado dudoso o de lo contrario no serían piratas claro está. Un caso palmario sería el del patibulario John Silver en La isla del tesoro; de este, por ejemplo, cabría preguntarse si realmente era amigo del niño o no lo era, o lo que hacía, si lo hacía por interés o había verdaderamente un afecto por el muchacho. En definitiva son cuestiones que quedan en el aire y resultan muy ambiguas. En el relato que yo escribí para Extraño Oeste ocurre algo parecido: hay un pistolero llamado Buddy que congenia con el hijo del embalsamador, pero hasta el final  no se resuelve la cuestión de si realmente son amigos o se han unido por interés.
Más tarde, y por volver con el relato de cómo surgió el proyecto de Extraño Oeste, estábamos Iván Humanes y yo, cierto día, tertuliando sobre novelas coincidimos en que la literatura ‘seria’ comenzaba a resultarnos latosa; y en ese momento Humanes se estaba interesando mucho por la serie B, especialmente por aquello que ofrece de apertura, de diversión, donde la verosimilitud te la puedes saltar hasta cierto punto dentro del contexto. Extraño Oeste está planteado en su origen como un homenaje a la serie B, aunque iba a tratar más géneros; pero Humanes entonces me enseñó el western punk y sus posibilidades, me gustó y a continuación buscamos otros autores que nunca hubieran escrito nada parecido, algunos siquiera se interesaban por el western y luego se tornaron en fervientes amantes del mismo. Creo que el resultado es muy interesante, por lo que aporta de diferentes visiones. Te puedo adelantar, además, que el año que viene presentaremos el libro en el mismo lugar donde se rodó el duelo final de El bueno, el feo y el malo, en el cementerio de Sad Hill, allá en la provincia de Burgos, cuyos exteriores están recuperando por fortuna.
Por finalizar puedo decir que por ser una obra coral Extraño Oeste tiene muchas lecturas, más o menos profundas, más o menos divertidas, por lo que en cierta manera permite que, tanto un lector exigente como otro menos versado puedan disfrutar de los relatos por igual. 

Portada de 'Extraño Oeste' y calendario de presentaciones
 
9. Y ya para concluir, y como viene siendo habitual, quiero que recomiendes a los lectores tres autores fundamentales para ti, y que expliques brevemente por qué no deberíamos abandonar este mundo sin haberlos leído. 

Bueno, el primero que voy a citar es Antonio Fernández Molina. Se trata de un autor con una literatura muy personal y original: y por extensión independiente. Su obra está a la altura de los mejores a nivel mundial, y aquí no estoy exagerando; estoy convencido de que si su literatura estuviera traducida al francés o al inglés, ahora mismo gozaría de un amplio reconocimiento internacional. El desarrollo novelístico de Fernández Molina es el ejemplo del desarrollo novelístico de una novela del siglo XX; puede llegar a un nivel de inconcreción y abstracción en la narración que abruma. A quien le guste la literatura de verdad, conozca la literatura y sus procesos, Fernández Molina es todo un filón.
En segundo lugar, y como no podía ser menos, voy a citar a Fernando Arrabal: para mí un genio en todos los sentidos. Tiene una literatura muy personal que mama de sus contemporáneos afines como Samuel Beckett o Ionesco, pero también de los clásicos. Arrabal es una persona que ha bebido de las fuentes de Cervantes, Góngora, y lo mejor de todo, es que todavía, a su edad, su obra continúa creciendo. Continúa buscando nuevos senderos que  transitar, para no quedarse estancado; sabe dar nuevas vueltas de tuerca, es una persona que a cada nuevo trabajo que publica continúa sorprendiendo por su frescura. En este caso sí que Arrabal es reconocido a nivel mundial, aunque se le siguen negando premios como el Novel o el Cervantes; si fuera francés, por ejemplo, ya tendría el Goncourt sin ninguna duda. Mira, al final un autor te puede gustar más o menos, pero afirmar que por eso no se merece un premio, cuando lo merece, resulta mezquino.
Bueno, y ya el tercero, por seguir con autores patrios, voy a citar a Juan Eduardo Cirlot. Para mí Cirlot es el mejor poeta de su generación, y uno de los mejores que ha parido madre. Cuando yo leí a Cirlot por primera vez se me quedé anonadado. La riqueza a nivel simbólico que prodiga es impresionante. Demuestra un trabajo y un sentir únicos, amén de unos conocimientos exquisitos y no utilizados de forma pedante a mi entender: su uso del mimetismo, de la cábala, del surrealismo, su conocimiento de la tradición literaria, no solo occidental sino oriental…; en fin, para mí la obra de Cirlot, tanto en sus ensayos de arte como en su poesía, suponen una lectura indispensable, especialmente si tienes pulsiones de escritor. A Cirlot, aunque no lo llegué a conocer en persona, lo venero como a un maestro. Ya sabes lo que dicen: nosotros no elegimos a los maestros, sino que estos nos eligen a nosotros; y a fin de cuentas, si tenemos que ponernos un modelo, mejor que sea un grande y no un autor mediocre para justificar que “bueno he escrito una novelita juvenil para salir del paso…” (Risas y más risas).

viernes, 6 de noviembre de 2015

'Aromas de nardo indiano que mata y de ovonia que enloquece' o la amalgama de la decadencia


Cuando la literatura embarga con un extraño aroma de voluptuosidades, excesos y podredumbre


La obra Aromas de nardo indiano que mata y de ovonia que enloquece —Antonio de Hoyos y Vinent (Madrid 1885 – ídem 1940)— editada por ‘Azul editorial’ en 2010, y con prólogo del siempre sugerente Luis Antonio de Villena, supone reencontrarse con uno de los autores del pasado siglo que mejor supo representar a la escuela literaria del decadentismo en España.

Hoyos y Vinent y la literatura decadente

Antonio de Hoyos y Vinent, segundo hijo de un Grande de España, y hermano del último ministro de la gobernación del reinado de Alfonso XIII, creció en un ambiente aristocrático y cosmopolita: estudió en el colegio Theresianum de Viena, cuando todavía aquella ciudad era la capital del viejo Imperio Austro-húngaro, y también en la exclusivísima ciudad universitaria de Oxford; sin embargo, debido a su condición de homosexual, a sus gustos extravagantes y ademanes de dandi —inconfundible resultaba su estampa con aquel anacrónico monóculo—, su familia acabó renegando de él, hasta el punto de que su hermano José María no lo mencionaría en sus memorias. Y es que el dndi escritor, personaje controvertido donde los hubiera, además de prodigarse por los más selectos lugares de la vieja aristocracia europea, también mostró un gran interés por los ambientes populares y verbeneros madrileños: las inmediaciones de La Puerta del Sol llena de bohemios y pícaros rampantes, y los bajos fondos llenos de chulos, odaliscas, torerillos y travestis cupleteros, fueron los espacios por los que el 'divino marqués' gustó lucir su figura de boxeador[1]. A aquella estampa del airstócrata decadente se sumaba indefectiblemente la de Luisito Pomés, su siempre fiel secretario, también homosexual, y encargado, cuando era necesario, de contratar los servicios de algún efebo chulapo para deleitoso esparcimiento del aristócrata literato. 

Antonio de Hoyos y Vinent


Cansinos Asséns recordaba en sus memorias a este respecto:

[...] destaca su larga figura ante las ventanas del café Levante, y coquetea con unos torerillos, haciendo gestos y visajes y jugando, femenilmente, con la cinta de su monóculo. Sírvele de intérprete y celestina su inseparablemente Luisito Pomés, ese chico bonito, de pelo rizado que le sale por debajo del hongo negro demasiado pequeño, de cara cuidada como la de una señorita y sin el cual el aristocrático sordo no podría hacer sus conquistas. [...] Antonio, aburrido de no hacerse entender, se  ha recostado indolente en el muro, mientras Luisito prosigue su labor diplomática. Finalmente, el éxito corona su gestión de catequesis. Hácele unas señas su amigo, este sale de su apatía y ambos, llevando en medio a un muchachito imberbe, de aire toreril, montan en un coche y se alejan. [2]

Pero Hoyos y Vinent fue mucho más que un simple figurín de postín de la nobleza decadente primisecular. Pues más pronto que tarde, sus inquietudes literarias se dejaron ver con su novela Cuestión de ambiente (1903); obra prologada nada menos que por la misma Emilia Pardo Bazán. No tardó el aristócrata, amigo de otras escritoras como Carmen de Burgos, en hacerse un hueco en las emergentes colecciones de cuentos y novelas cortas, tan en boga en la España del primer tercio del siglo viejo. Aunque no será hasta 1909, como apuntó el distinguido crítico Antonio de Villena[3], cuando realmente empezó a desarrollarse su literatura netamente decadentista, destacando títulos como El monstruo (1915), El crimen del Fauno (1916) o la colección de relatos mórbidos El pecado y la noche (1913) entre muchos otros.

Ahora bien, antes de proseguir con el autor, cabría incidir en las características de la escuela literaria del decadentismo:

La narrativa decadentista, surgida en Francia sobre la década de 1880, trató de ser una reacción al realismo, y sobre todo al naturalismo, triunfante en Europa con autores como Dickens, Zola, o Victor Hugo a la cabeza. Los decadentes se sirvieron de ciertas técnicas utilizadas en el naturalismo, como las descripciones feístas, pero en su caso no sin ninguna función de crítica social, sino para reflejar aquel mundo agotado y perverso que gran parte de la aristocracia finisecular representaba por entonces: un ejemplo clarificatorio lo encontramos en el escritor Joris-KarlHuysmans, autor del gran decálogo del decadentismo A contrapelo (1884), y cuyas primeras obras pueden adscribirse al naturalismo. Fueron los escritores decadentes, precisamente, los encargados de recuperar la obra del marqués de Sade, también fueron ellos quienes ensalzaron Las flores del mal Baudelerianas, y emularon, hasta nuevos límites, las tóxicas descripciones que ya hiciera el inglés Thomas de Quency en su obra Confesiones de un comedor de Opio (1822).

 Así pues, la literatura decadente trató de  relatar y ensalzar un mundo agónico, lleno de drogas (morfina, ajenjo, éter), pansexualismos extraños —para la época— (homosexualidad, sadismo, travestismo, androginia), y donde el lujo exótico, aristocrático y burgués Art decó se fusionaba con los ambientes más sórdidos de los callejones arrabaleros y portuarios. Joris Karl Huysmans con A contrapelo, Jean Lorrain con Relatos de un bebedor de éter o Señor de Phocas y Marcel Schowb con sus cuentos, dieron buena cuenta de todo ese mundo finisecular cosechando alabanzas y desaprobaciones por igual. 

Jean Lorrain,  figura clave del decadentismo francés cuya influencia es patente en las obras de Vinent
 
Volviendo ahora a nuestro autor, Antonio de Hoyos y Vinent, en definitiva, educado en Europa y criado bajo aquellos lujos todavía en boga antes de la Gran Guerra, no hizo otra cosa sino trasplantar aquel estilo abarrocado en descripciones y provocativo en imágenes, a la literatura española. Valle-Inclán con sus relatos de Jardín Umbrío o las novelas cortas de las Sonatas; Isaac Muñoz en algunas novelas como Voluptuosidad  y, especialmente, en su breve colección poética La sombra de una infanta; o las primeras obras de Paco Villaespesa como La copa del rey de Thule, también cultivaron el decadentismo. Pero bien se puede afirmar que ninguno de ellos llegó a alcanzar tal tono de provocación, y por qué no decirlo, de morbidez, como el 'divino marqués', el cual proyectó en sus relatos y estampas más de sus experiencias personales de lo que cabría parecer.

Aromas de nardo indiano...

Aromas de nardo indiano que mata y de ovonia que enloquece —amalgama de relatos, parábolas, estampas y evocaciones—, supone acercarnos a los estertores de aquel mundo aristocrático, elegante y a la vez perverso e hipócrita, que la Gran Guerra fulminó de un plumazo. La obra fue publicada por primera vez en 1927, cuando el conflicto bélico hacia casi diez años que había terminado. Hoyos y Vinent evoca, por un lado, aquella sociedad de preguerra, de la Belle-Époque más adinerada, donde las viejas familias linajudas vivían en su propia burbuja de relaciones al margen de los problemas sociales circundantes; pero también hay relatos donde Hoyos Vinent describe la nueva sociedad 'señorita', surgida en los “locos años veinte”, una década donde los caballos fueron sustituidos definitivamente por los vehículos, los teatros cedieron protagonismo a los modernos cinemas, y donde los jóvenes adinerados ya no buscaron divertirse solamente en los galantes salones, sino también en las populosas y más desenfadadas salas y cafés de baile.

Portada de la edición de 2010

    Respecto a la estructura de Aromas de nardo... cabe decir que está compuesta por siete apartados con títulos tan sugerentes como “Los perfumes” (serie de cuentos o relatos que muestran la amoralidad de las élites que satisfacen sus fantasías ocultas en los bajos fondos); “Los narcóticos” (reflexiones sobre cuestiones como el vicio, la simpatía, el amor... dentro de aquel mundo de decadencia); “Las horas” (evocaciones de los momentos de recreo y esparcimiento de la aristocracia de preguerra, con nombres tan sugerentes como “la hora violeta”, “la hora color de rosa”...); “Los venenos” (relatos donde el miedo, casi psicótico, y la neurastenia se cobran a sus víctimas); “Las especias” (relatos y reflexiones sobre el papel de la mujer en la concepción decadentista, la femme fatale, la androginia, la bailarina de los music-hall, son los elementos motores de aquel apartado tan 'especiado'); “Perfumes de huerto y jardín”  (parte casi mítica, exótica y bucólica con la naturaleza como telón de fondo); y por último “Los revulsivos y los calmantes” que con un único relato —nuevamente una reflexión—, Hoyos y Vinent cierra su obra con una vindicación imposible a la sociedad perdida de “aquel buen tiempo de duques pastores” (p. 188).

Estampa frívola de una fiesta en los años 20

    El lenguaje de Hoyos y Vinent resulta todo un despliegue del buen hacer preciosista, alambicado, y algo extenuante, donde, en ocasiones resulta más importante el cómo se cuenta, que el qué se cuenta. Ha de saber el lector que uno de los patentes objetivos del decadentismo refinado fue recrear mediante la palabra aquellas sensaciones de hastío, placer agotador, y lujo exótico que reflejaban sus historias; y esto se consiguió mediante el uso de cuidadas y asfixiantes descripciones. Bajo esta premisa la recargada prosa de Vinent en Aromas de nardo... casi podría decirse que se comporta como una velada humareda de opio que pretende aturdir y deleitar por igual.

Y así, en los crepúsculos en que el cielo es como una inmensa campana cobijadora de amatista, es un extraño desfile o fantástico aquelarre; sumergidos en sutil e impalpable atmósfera de deseos, pasan los brutos mozos, los piccolos marineros con sus caras de niño y sus cuadrados cuellos, vestidos de blanco; y las duquesas inglesas que velan su propio ocaso entre viejos encajes de Venecia, bordados flácidos de oro y perlas fabulosas; los aristócratas adolescentes de una doliente ambigüedad de Sebastianes de marfil, con perlas al cuello, como las mujeres, y, como ellas, los ojos pintados de azul y los labios de carmín... (pp. 77-78).

También hace gala el 'divino marqués' de su poliglotismo. En Aromas de nardo... son continuos los usos de extranjerismos, y más concretamente galicismos y anglicismos, cosa rara el de estos últimos para una época donde el inglés todavía no era el idioma predominante en la enseñanza: bar's, drinks, rooms, cooktail, blufs son solo algunos ejemplos. Sin embargo, también cabe hacer un pero a la prosa de Hoyos y Vinent, pues no pocas veces se muestra descuidada, quizá, como bien punta en el prólogo de esta edición Villena, debido a las prisas por publicar (p. 11). Este descuido hace que se desluzca en algunas ocasiones su estilo de escritura, que, en mi opinión, acertadamente la Editorial Azul ha tenido a bien no modificar, para no falsear su técnica literaria.

Así pues, no queda más que decir, salvo recomendar Aromas de nardo..., a todos aquellos que busquen algo atrevido y diferente en una obra que, contando ya con más de ochenta años, es fiel testimonio de la Belle Epóque más refinada, mórbida y erótica.


[1] “Antonio pasea impunemente la leyenda de su vicio, defendido por su título y su corpulencia atlética. Porque este degenerado tiene todo el aspecto de un boxeador” en CANSINOS ASSÉNS, Rafael, “Estampa decadente” en La novela de un literato, vol 1. Madrid, Alianza editorial, 2005, p. 361.
[2]Ibídem, en “Estampa decadentista en la Puerta del Sol”, p. 317.
[3]VILLENA, LUIS ANTONIO de, en “Antonio de Hoyos y Vinent: la pose y la decadencia”, Corsarios de guante amarillo, Edit. Valdemar, 2003, p. 118.

lunes, 31 de agosto de 2015

Pedro Marquina Dutú, entre la bohemia y la golfemia


Pedro Marquina Dutú (Zaragoza 1834 – Madrid 1886)[1], tío del poeta y dramaturgo modernista Eduardo Marquina, fue otro de esos mártires de la causa bohemia que terminó sus días malviviendo por no haber sabido domar los impulsos alcoholíferos, antes de que la gloria lo encumbrara. Pero no adelantemos acontecimientos sobre su fenecimiento y atendamos a sus inicios. 

 
Pedro Marquina
 Los testigos de la época describían a Marquina como un personaje que en lo físico resultaba más bien vulgar: 

[...] de corta estatura, delgadillo, enclenque, desmirriado, escrofuloso, de nariz aguileña y ojos negros y expresivos —aunque pequeños—, de frente despejada y un tanto deprimida, con el pescuezo lleno de costurones debido a la escrófula, desaseado y descuidadísimo en el vestir, como era de rigor en el ya mermado gremio a que pertenecía.[2]
De esta descripción se denota que aquella impertinente infección de escrófula, sin lugar a dudas, debió de coadyuvar en el bohemio para darle a su conjunto un aspecto, cuando menos, poco agraciado. 

De su etapa en Zaragoza se sabe que estudió en el seminario, del cual no tardaría en ser expulsado debido a su espíritu inquieto. Marcharía después a la coronada villa, como tantos otros escuderos de escritores en pos de los lauros. Una vez allí alcanzó la popularidad gracias a sus piezas cómicas y obras dramáticas, que si bien nunca fueron obras maestras, fueron meritorias en su alegre  e ingeniosa versificación. Obras como El arcediano de san Gil, episodio dramático-histórico en un acto y en verso estrenado en el Teatro Martín[3] el 31 de enero de 1873, o El poeta de guardilla comedia en un acto y también en verso estrenada en el teatro ídem, el 6 de septiembre de 1874, fueron dos de sus grandes triunfos, y por los que sería más recordado, amén de otras piezas como El cosechero riojano o Palabra de aragonés

Pedro Marquina se convirtió hacia la década de 1870 en el “rey del teatro Martín”, donde representaba sus obras con notable éxito para él y los empresarios del mismo, de tal forma que no tardó el dramaturgo aragonés en aprender a derrochar sus ganancias, fruto de su ingenio en las pretendidas libaciones de tabernas y figones. Vino y aguardiente se convirtieron, así, en el elixir con el que Marquina y sus cofrades alzaban sus copas ante las coronas alcanzadas. 

La fama del zaragozano no tardaría en trasladarse a otros proscenios de mayor categoría, y así, gracias a un encargo del provecto actor y empresario Manuel Catalina[4], el 4 de agosto de 1874 estrenó en el teatro Apolo —considerado de primera categoría—  su obra Un grano de trigo en tres actos y en verso. Sin embargo y para sorpresa del bohemio, la obra pasó sin pena ni gloria, lo cual supuso un punto de inflexión en su vida, pues al no verse reconocido por el respetable, volvió a sus obras en un acto más acordes de los teatros por horas. 

 
Antiguo Teatro Apolo
Fueron entonces muy remembradas por los semblancistas de la época, las pícaras prácticas que Marquina realizaba para beber gratis en los tugurios capitalinos. Así, se hizo costumbre por su parte vender los derechos de sus próximos estrenos, a algún tabernero descuidado, a cambio de bebida gratis; de tal forma no fueron pocos los casos, llegado el día del estreno, en el que varios taberneros aparecían apostados a las puertas del teatro con la inocente pretensión de cobrar unos derechos que ya tenía adquiridos el empresario del edificio. 

Con aquellas y otras argucias, Pedro Marquina fue cayendo ineluctablemente en la vorágine de la bohemia más hampona, donde las tribulaciones pecuniarias estaban a la orden del día. Antonio Álvarez, empresario del teatro Martín, compadecido de aquel que tantos triunfos llevó a su humilde templo, llegó a ofrecerle plato en su casa, todas las tardes a la hora de la cena, bajo la promesa de que este no fuera borracho; huelga decir que aquella quimérica promesa no duró más de una semana.

El teatro Martín y Recoletos, teatro Recoletos y Martín, amén de algún otro, fueron los únicos que ya en su etapa final tuvieron a bien encender sus candilejas para los versos del aragonés. Pedro Marquina como cofrade de la numerosa sociedad báquica, donde Pedro Escamilla, Pelayo del Castillo o Manuel Alaminos, destacaron junto a él, fue poco a poco agostando su ingenio. Hacia 1878 los problemas económicos de Marquina debieron ser apremiantes, pues se encuentran algunas referencias a una función realizada en el teatro de Novedades el 30 de abril, en beneficio del autor.

Pero dentro de aquella vida de malandanzas, se dio una anecdótica y harto curiosa vivencia, que por lo graciosa, debe aquí ponerse por escrito: se cuenta que un día el desarrapado Marquina apareció por la calle Sevilla —lugar de reunión de pillos y pillastres epocales—, con un elegante gabán color ceniza, que le quedaba algo grande para su menudo talle. Los parroquianos se mofaron creyendo que lo habría robado de algún muerto del depósito, mas el altivo dramaturgo, siempre bravucón, acalló a los taimados imprecadores contando que aquel gabán se lo había regalado el mismísimo don Práxedes Mateo Sagasta esa misma mañana. Según parece, un atribulado Marquina se personó en la puerta de la vivienda del político, en una mañana de enero, dando tiritones y gritando; Sagasta, que ya lo conocía, lo dejó pasar y tras percatarse del aspecto destartalado del bohemio, vestido con una americana en una gélida mañana matritense de menos ocho grados, se compadeció y le regaló uno de sus más nuevos gabanes para que pudiera sacarle el mayor provecho posible.

Práxedes Mateo Sagasta, varias veces Presidente del Consejo de Ministros
 
Ciertas estas historias o no, lo que sí se puede concluir de ellas y otras más que quedarían en el tintero, es que Marquina en sus últimos años se convirtió en un pícaro y sablista en toda regla, el cual se guardaba de cualquier escrúpulo por mendugar favores; y así, tal práctica, en una época donde los artistas andaban más desamparados que una oveja sin rebaño, se convirtió en necesidad primorosa para la subsistencia. 

Finalmente,  tras algún que otro estreno esporádico, pues todavía en 1883 hay constancia de una obra suya —Para palabra, Aragón—, y a las declamaciones de algún poema escrito de forma rápida, que gracias a la benevolencia de sus viejos camaradas, podía declamar al finalizar una representación, el ingenio de Pedro Marquina, autor de El arcediano de san Gil, se fue consumiendo. 

Y es así cuando llegamos a la polémica mañana del 24 de agosto de 1886. Mañana en la cual el alma del artista escapó en un último y esforzado hálito para encontrar su reposo en el panteón de los héroes caídos de la Literatura. Y decimos polémica porque según unos remembristas Marquina murió en una hospedería, y su cadáver sería hallado, en pleno frío inviernal, junto al portal de una angosta calle, tras ser arrojado el cuerpo por la misma patrona para evitar molestias; mientras que para otros murió en un caluroso agosto tras pasar dos meses agonizando en el hospital. Y dicho sea de paso, tanto unos como otros tienen razón y se equivocan por igual. Lo cierto del luctuoso suceso, es que el cadáver del dramaturgo fue encontrado, ya sin vida, a la altura del portal nº11 de la calle de Lavapiés, donde se llegó a testimoniar, inclusive, que en el bolsillo de su chaleco aparecieron 15 céntimos, quién sabe si para dar pábulo a una última curda en algún tugurio de los alrededores. 

Su sepelio sería costeado por la Asociación de Escritores y Artistas, tras pasar el cuerpo cinco días pudriéndose en el depósito de cadáveres. Un testigo recreó el lamentable estado en que se hallaba el cuerpo antes de la ceremonia.

[...] tendido sobre desnuda mesa estaba el cadáver con los ojos abiertos el rostro hinchado y negro, informes las manos, cubierta de espuma la boca, descalzos los pies, sin camisa que cubriese los hombros, y arrojada asquerosamente toda aquella inmundicia en una caja asquerosa y rota...[5]
  Acudieron a la despedida sus más allegados, entre los cuales no faltaron grandes plumas del momento como el propio erudito don Gaspar Núñez de Arce. Pedro Marquina se reunía así con su compañero de correrías bohemias, ya fenecido, Pelayo del Castillo, y no tardarían en caer otros como Pedro Escamilla. Y es que salvo contadas excepciones, como la de Moreno Godino, las huestes de la bohemia realista de mediados del antepasado siglo, de aquella primera generación institucionalizada de la bohemia española,  no llegaría a ver los albores del nuevo siglo: los excesos con el vino y aguardiente, las dietas frugales, junto a la, todavía muy vigente, idea aristocrática de las letras por la cual se expelía a sus devotos para desempeñar por largo tiempo trabajos de otra índole, no fueron nunca prácticas que casaran bien con las extensas y reposadas vidas. 

Hoy, de Pedro Marquina nos queda el recuerdo jalonado de anecdóticas peripecias, así como  unas cuantas obras dramáticas, cuyas lecturas quizá solo sean recomendables para los muy interesados en la temática, o para algún extravagante histrión de compañía local que, compadecido de la memoria del dramaturgo, decida recuperar para la escena alguna de sus obras más insignes. De tal forma, y previendo tal hipotético caso, podrá aquí consultar El poeta de guardilla, obra presumiblemente autobiográfica, que refleja precisamente las miserias y extorsiones a las que tenían que enfrentarse los hijos de las musas para subsistir en una sociedad profusamente materialista.

 
Portada interior de la 2ª edición de 'El poeta de guardilla'


[1] A este bohemio le dediqué otra semblanza el 18 de marzo de 2012, donde incidía en su principal obra de teatro: El poeta de guardilla. El motivo de esta nueva entrada responde a extender su anecdotario tras los nuevos estudios que he realizado.
[2] FLORES GARCÍA, Franciso, “Recuerdos de antaño: uno de los últimos” en La Ilustración Española y Americana, 8 de mayo de 1907, p. 275.
[3] El teatro Martín, sito en la calle Santa Brígida, fue inaugurado hacia 1870, aunque su tiempo de esplendor llegaría en la década siguiente cuando se hizo popular por ofrecer zarzuelas. En sus primeros años ofertaba espectáculos por horas, es decir, en una tarde-noche albergaba varias piezas de corta duración —no más de una hora—, cuya entrada resultaba más barata que la de las representaciones convencionales. El teatro perduró hasta 1994 cuando sería derruido por su estado de abandono.
[4] Manuel Catalina (1820-1886) fue un eminente actor y empresario de teatro, junto con su hermano Juan Catalina creó una compañía que rivalizó en su tiempo con la de los hermanos Romea. Hasta cierto punto podría decirse que los autores fueron rivales en los proscenios, y tal fue así, que cuando Julián  Romea rompió con su mujer y actriz Matilde Díez, esta se marchó a la compañía de los hermanos Catalina. Curiosamente se da la casualidad, de que Matilde Díez participó en la obra Un grano de trigo de Pedro Marquina.
[5] CORTÓN, Antonio, “Mi biblioteca: los bohemios” en La Vanguardia, 11 de diciembre de 1900, p. 5.