viernes, 6 de noviembre de 2015

'Aromas de nardo indiano que mata y de ovonia que enloquece' o la amalgama de la decadencia


Cuando la literatura embarga con un extraño aroma de voluptuosidades, excesos y podredumbre


La obra Aromas de nardo indiano que mata y de ovonia que enloquece —Antonio de Hoyos y Vinent (Madrid 1885 – ídem 1940)— editada por ‘Azul editorial’ en 2010, y con prólogo del siempre sugerente Luis Antonio de Villena, supone reencontrarse con uno de los autores del pasado siglo que mejor supo representar a la escuela literaria del decadentismo en España.

Hoyos y Vinent y la literatura decadente

Antonio de Hoyos y Vinent, segundo hijo de un Grande de España, y hermano del último ministro de la gobernación del reinado de Alfonso XIII, creció en un ambiente aristocrático y cosmopolita: estudió en el colegio Theresianum de Viena, cuando todavía aquella ciudad era la capital del viejo Imperio Austro-húngaro, y también en la exclusivísima ciudad universitaria de Oxford; sin embargo, debido a su condición de homosexual, a sus gustos extravagantes y ademanes de dandi —inconfundible resultaba su estampa con aquel anacrónico monóculo—, su familia acabó renegando de él, hasta el punto de que su hermano José María no lo mencionaría en sus memorias. Y es que el dndi escritor, personaje controvertido donde los hubiera, además de prodigarse por los más selectos lugares de la vieja aristocracia europea, también mostró un gran interés por los ambientes populares y verbeneros madrileños: las inmediaciones de La Puerta del Sol llena de bohemios y pícaros rampantes, y los bajos fondos llenos de chulos, odaliscas, torerillos y travestis cupleteros, fueron los espacios por los que el 'divino marqués' gustó lucir su figura de boxeador[1]. A aquella estampa del airstócrata decadente se sumaba indefectiblemente la de Luisito Pomés, su siempre fiel secretario, también homosexual, y encargado, cuando era necesario, de contratar los servicios de algún efebo chulapo para deleitoso esparcimiento del aristócrata literato. 

Antonio de Hoyos y Vinent


Cansinos Asséns recordaba en sus memorias a este respecto:

[...] destaca su larga figura ante las ventanas del café Levante, y coquetea con unos torerillos, haciendo gestos y visajes y jugando, femenilmente, con la cinta de su monóculo. Sírvele de intérprete y celestina su inseparablemente Luisito Pomés, ese chico bonito, de pelo rizado que le sale por debajo del hongo negro demasiado pequeño, de cara cuidada como la de una señorita y sin el cual el aristocrático sordo no podría hacer sus conquistas. [...] Antonio, aburrido de no hacerse entender, se  ha recostado indolente en el muro, mientras Luisito prosigue su labor diplomática. Finalmente, el éxito corona su gestión de catequesis. Hácele unas señas su amigo, este sale de su apatía y ambos, llevando en medio a un muchachito imberbe, de aire toreril, montan en un coche y se alejan. [2]

Pero Hoyos y Vinent fue mucho más que un simple figurín de postín de la nobleza decadente primisecular. Pues más pronto que tarde, sus inquietudes literarias se dejaron ver con su novela Cuestión de ambiente (1903); obra prologada nada menos que por la misma Emilia Pardo Bazán. No tardó el aristócrata, amigo de otras escritoras como Carmen de Burgos, en hacerse un hueco en las emergentes colecciones de cuentos y novelas cortas, tan en boga en la España del primer tercio del siglo viejo. Aunque no será hasta 1909, como apuntó el distinguido crítico Antonio de Villena[3], cuando realmente empezó a desarrollarse su literatura netamente decadentista, destacando títulos como El monstruo (1915), El crimen del Fauno (1916) o la colección de relatos mórbidos El pecado y la noche (1913) entre muchos otros.

Ahora bien, antes de proseguir con el autor, cabría incidir en las características de la escuela literaria del decadentismo:

La narrativa decadentista, surgida en Francia sobre la década de 1880, trató de ser una reacción al realismo, y sobre todo al naturalismo, triunfante en Europa con autores como Dickens, Zola, o Victor Hugo a la cabeza. Los decadentes se sirvieron de ciertas técnicas utilizadas en el naturalismo, como las descripciones feístas, pero en su caso no sin ninguna función de crítica social, sino para reflejar aquel mundo agotado y perverso que gran parte de la aristocracia finisecular representaba por entonces: un ejemplo clarificatorio lo encontramos en el escritor Joris-KarlHuysmans, autor del gran decálogo del decadentismo A contrapelo (1884), y cuyas primeras obras pueden adscribirse al naturalismo. Fueron los escritores decadentes, precisamente, los encargados de recuperar la obra del marqués de Sade, también fueron ellos quienes ensalzaron Las flores del mal Baudelerianas, y emularon, hasta nuevos límites, las tóxicas descripciones que ya hiciera el inglés Thomas de Quency en su obra Confesiones de un comedor de Opio (1822).

 Así pues, la literatura decadente trató de  relatar y ensalzar un mundo agónico, lleno de drogas (morfina, ajenjo, éter), pansexualismos extraños —para la época— (homosexualidad, sadismo, travestismo, androginia), y donde el lujo exótico, aristocrático y burgués Art decó se fusionaba con los ambientes más sórdidos de los callejones arrabaleros y portuarios. Joris Karl Huysmans con A contrapelo, Jean Lorrain con Relatos de un bebedor de éter o Señor de Phocas y Marcel Schowb con sus cuentos, dieron buena cuenta de todo ese mundo finisecular cosechando alabanzas y desaprobaciones por igual. 

Jean Lorrain,  figura clave del decadentismo francés cuya influencia es patente en las obras de Vinent
 
Volviendo ahora a nuestro autor, Antonio de Hoyos y Vinent, en definitiva, educado en Europa y criado bajo aquellos lujos todavía en boga antes de la Gran Guerra, no hizo otra cosa sino trasplantar aquel estilo abarrocado en descripciones y provocativo en imágenes, a la literatura española. Valle-Inclán con sus relatos de Jardín Umbrío o las novelas cortas de las Sonatas; Isaac Muñoz en algunas novelas como Voluptuosidad  y, especialmente, en su breve colección poética La sombra de una infanta; o las primeras obras de Paco Villaespesa como La copa del rey de Thule, también cultivaron el decadentismo. Pero bien se puede afirmar que ninguno de ellos llegó a alcanzar tal tono de provocación, y por qué no decirlo, de morbidez, como el 'divino marqués', el cual proyectó en sus relatos y estampas más de sus experiencias personales de lo que cabría parecer.

Aromas de nardo indiano...

Aromas de nardo indiano que mata y de ovonia que enloquece —amalgama de relatos, parábolas, estampas y evocaciones—, supone acercarnos a los estertores de aquel mundo aristocrático, elegante y a la vez perverso e hipócrita, que la Gran Guerra fulminó de un plumazo. La obra fue publicada por primera vez en 1927, cuando el conflicto bélico hacia casi diez años que había terminado. Hoyos y Vinent evoca, por un lado, aquella sociedad de preguerra, de la Belle-Époque más adinerada, donde las viejas familias linajudas vivían en su propia burbuja de relaciones al margen de los problemas sociales circundantes; pero también hay relatos donde Hoyos Vinent describe la nueva sociedad 'señorita', surgida en los “locos años veinte”, una década donde los caballos fueron sustituidos definitivamente por los vehículos, los teatros cedieron protagonismo a los modernos cinemas, y donde los jóvenes adinerados ya no buscaron divertirse solamente en los galantes salones, sino también en las populosas y más desenfadadas salas y cafés de baile.

Portada de la edición de 2010

    Respecto a la estructura de Aromas de nardo... cabe decir que está compuesta por siete apartados con títulos tan sugerentes como “Los perfumes” (serie de cuentos o relatos que muestran la amoralidad de las élites que satisfacen sus fantasías ocultas en los bajos fondos); “Los narcóticos” (reflexiones sobre cuestiones como el vicio, la simpatía, el amor... dentro de aquel mundo de decadencia); “Las horas” (evocaciones de los momentos de recreo y esparcimiento de la aristocracia de preguerra, con nombres tan sugerentes como “la hora violeta”, “la hora color de rosa”...); “Los venenos” (relatos donde el miedo, casi psicótico, y la neurastenia se cobran a sus víctimas); “Las especias” (relatos y reflexiones sobre el papel de la mujer en la concepción decadentista, la femme fatale, la androginia, la bailarina de los music-hall, son los elementos motores de aquel apartado tan 'especiado'); “Perfumes de huerto y jardín”  (parte casi mítica, exótica y bucólica con la naturaleza como telón de fondo); y por último “Los revulsivos y los calmantes” que con un único relato —nuevamente una reflexión—, Hoyos y Vinent cierra su obra con una vindicación imposible a la sociedad perdida de “aquel buen tiempo de duques pastores” (p. 188).

Estampa frívola de una fiesta en los años 20

    El lenguaje de Hoyos y Vinent resulta todo un despliegue del buen hacer preciosista, alambicado, y algo extenuante, donde, en ocasiones resulta más importante el cómo se cuenta, que el qué se cuenta. Ha de saber el lector que uno de los patentes objetivos del decadentismo refinado fue recrear mediante la palabra aquellas sensaciones de hastío, placer agotador, y lujo exótico que reflejaban sus historias; y esto se consiguió mediante el uso de cuidadas y asfixiantes descripciones. Bajo esta premisa la recargada prosa de Vinent en Aromas de nardo... casi podría decirse que se comporta como una velada humareda de opio que pretende aturdir y deleitar por igual.

Y así, en los crepúsculos en que el cielo es como una inmensa campana cobijadora de amatista, es un extraño desfile o fantástico aquelarre; sumergidos en sutil e impalpable atmósfera de deseos, pasan los brutos mozos, los piccolos marineros con sus caras de niño y sus cuadrados cuellos, vestidos de blanco; y las duquesas inglesas que velan su propio ocaso entre viejos encajes de Venecia, bordados flácidos de oro y perlas fabulosas; los aristócratas adolescentes de una doliente ambigüedad de Sebastianes de marfil, con perlas al cuello, como las mujeres, y, como ellas, los ojos pintados de azul y los labios de carmín... (pp. 77-78).

También hace gala el 'divino marqués' de su poliglotismo. En Aromas de nardo... son continuos los usos de extranjerismos, y más concretamente galicismos y anglicismos, cosa rara el de estos últimos para una época donde el inglés todavía no era el idioma predominante en la enseñanza: bar's, drinks, rooms, cooktail, blufs son solo algunos ejemplos. Sin embargo, también cabe hacer un pero a la prosa de Hoyos y Vinent, pues no pocas veces se muestra descuidada, quizá, como bien punta en el prólogo de esta edición Villena, debido a las prisas por publicar (p. 11). Este descuido hace que se desluzca en algunas ocasiones su estilo de escritura, que, en mi opinión, acertadamente la Editorial Azul ha tenido a bien no modificar, para no falsear su técnica literaria.

Así pues, no queda más que decir, salvo recomendar Aromas de nardo..., a todos aquellos que busquen algo atrevido y diferente en una obra que, contando ya con más de ochenta años, es fiel testimonio de la Belle Epóque más refinada, mórbida y erótica.


[1] “Antonio pasea impunemente la leyenda de su vicio, defendido por su título y su corpulencia atlética. Porque este degenerado tiene todo el aspecto de un boxeador” en CANSINOS ASSÉNS, Rafael, “Estampa decadente” en La novela de un literato, vol 1. Madrid, Alianza editorial, 2005, p. 361.
[2]Ibídem, en “Estampa decadentista en la Puerta del Sol”, p. 317.
[3]VILLENA, LUIS ANTONIO de, en “Antonio de Hoyos y Vinent: la pose y la decadencia”, Corsarios de guante amarillo, Edit. Valdemar, 2003, p. 118.