domingo, 25 de mayo de 2014

Onirismos en la presentación de 'Crónica y mirada: aproximaciones al periodismo narrativo'



El día 20 de mayo se presentó en la librería Cálamo de Zaragoza la obra Crónica y mirada: aproximaciones al periodismo narrativo, donde varios autores del gremio dieron buena cuenta de la situación actual que vive la crónica literaria.


Llovía incesantemente, asomado a la ventana los chuzos no hacían sino anegar la calle, reflexionaba dubitativo si acudir o no a la presentación, pero en un momento dado cuando ya me disponía a claudicar, una pausa y después unos incipientes y trémulos rayos de sol me impelieron en aquella trombosa tarde de primavera, para salir presto en dirección a la librería Cálamo. «Qué suerte he tenido» musitaba para mí mientras caminaba rápidamente  ante el peligro de nuevas acometidas cascadinas. Dos días antes había tenido noticia, por un cofrade de la literatura, de la presentación de un libro que versaba sobre periodismo literario —Crónica y mirada: aproximaciones al periodismo narrativo. «Oye Pablo tienes que ir, ya verás, el libro trata sobre la crónica literaria actual, seguro que puedes aprovechar algo para tu doctorado.» decía mi compañero para animarme. Y es que yo, que siempre fui un curioso, y no poco aficionado a las crónicas finiseculares asentí con gesto afirmativo ante las palabras que mi compañero profirió con cándida amistad.

En mis pesquisas previas averigüé que Crónica y mirada trataba de una especie de compendio de artículos periodísticos a propósito de la crónica, redactados por varios autores. Cuando llegué lo primero que me llamó la atención fue la algarabía que copaba el lugar: jóvenes y no tan jóvenes, curiosos y estudiantes de periodismo —quizá compelidos amablemente por algún profesor— se arracimaban en la planta superior de Cálamo con el subsiguiente resultado de que las sillas preparadas a la sazón se mostraron insuficientes. «Corren buenos tiempos para el periodismo literario» reflexionaba mientras realizaba rápidos y serpenteantes movimientos para hacerme con un sitio.

Comenzaron las presentaciones de rigor bajo la dirección de María Angulo, coordinadora de Crónica y mirada, la cual resultó ejercer como profesora de periodismo en la Universidad Pública de Zaragoza —¡ahí se desveló el misterio de tanta juventud!—, y curiosamente se daba un aire a la figura de la portada.


 
Presentación de Crónica y mirada en la librería Cálamo. de izq. a drch. los autores Maite Gobantes Bilbao, Eduardo Fariña, J. María Albalad, María Angulo, J. Miguel Rodríguez y David Sánchez (editor). Fotografía de Cálamo.

Un profesor peruano llamado Jorge Miguel Rodríguez, coautor de la colección de artículos principió su discurso afirmando que con la crónica literaria se producía un reecuentro del español de las dos orillas, y en ese instante tuve por bien remembrar al vate Rubén Darío que publicó en La Nación, al Gómez Carrillo de El Imparcial y al mejicano Ramón López Velarde:  «¡Qué lástima que nadie se acordara de ellos, no tocaba en esta obra» me interpelaba a mí mismo, mientras el prócer proseguía con sus pláticas: «La crónica vive en un estado crónico» decía con cierta chanza, y después ponía de relieve la difícil situación que arrostran las modernas revistas de periodismo narrativo como JotDown o FronteraD.  Volví a sumergirme en mis pensamientos y medité sobre tales dificultades, y cómo se asemejaban en demasía a las de hace ciento cincuenta años, «quizá siempre fueras así, la prensa ha vivido en un estado permanente de crisis». En el pasado lejano y reciente hay casos de buenos proyectos frustrados, que si consiguieron salir adelante fue gracias al desinteresado trabajo de sus redactores. 

Prosiguieron otros  coautores vertiendo explicaciones de sus artículos correspondientes, entre ellos me llamó la atención un joven locuaz llamado José María Albalad, que expuso muy vívidamente la situación y los rápidos e indefectibles cambios que se estaban produciendo en los factores comerciales de las revistas: internet obligaba a ello. Después le tocó el turno a otro joven llamado Eduardo Fariña. El tal Eduardo es oriundo de Chile, y en esos instantes mi volátil imaginación evocó algunos versos de la Araucana: «Guarte Rengo, guarte...», «¿Sería quizá este Fariña descendiente de algún anónimo conquistador que acompañara al malogrado Valdivia?, o tal vez  ¿correrían por sus venas gotas de la sangre araucana, que Lautaro o Caupolicán derramaron por su gente?» Volví inconscientemente a evadirme de la presentación y no fue hasta escuchar una palabra clave, casi mágica, pronunciada por el autor meridional, que no abandoné los onirismos para regresar a la sala de Cálamo: «el flâneur». 

Resultó que Eduardo se encargó de departir sobre la figura del ‘metaviajero’  y expuso a los presentes cómo este, es una evolución de la vieja figura del flâneur decimonónico: Baudelaire habló de ellos, Walter Benjamin reflexionó filosóficamente sobre su figura, y el periodista Luis Taboada practicó tal ejercicio con maestría honrando así la redacción del Madrid Cómico. Pero Eduardo hablaba de los nuevos flâneurs, de ‘metaviajeros’ como Álvaro Colomer, Gabi Martínez, o el inimitable y también coautor Jorge Carrión. «En la figura del metaviajero ya no vale contar el paisaje como en el pasado —comentaba Eduardo—, hay que contextualizar el paisaje en la posmodernidad...» y proseguía con aquellas palabras tan repetidas por él: «posmodernidad» y «metaviajeros» que parecían ir de la mano para el periodista chileno.  Una vez terminada la exposición, otros colaboradores tomaron el relevo. No voy a detenerme en ellos pues sería alargar lo que no se debe y la verdad sea dicha mi capacidad de delicuescente atención volvió a traicionarme.. 

Terminada la presentación decidí adquirir un ejemplar del libro, la figura de esos ‘metaviajeros’ había conseguido incitar definitivamente mi interés. Cuando marché de la vieja librería no tenía pensado escribir una reseña del libro, pero tras su lectura donde me topé con interesantes y claros artículos alejados de cualquier pesado academicismo, mas no por ello exentos de erudición, se estimuló mi imaginación y me animé a dejar constancia de aquellos momentos vividos los cuales una inoportuna lluvia estuvo a punto de aguar. De Crónica y mirada puedo decir que sus entrevistas y artículos son un límpido espejo de esa vocación, de ese afán por la veracidad que sus autores han querido transmitir a todos los afortunados lectores que sientan propensiones por dicho género periodístico.

Crónica y mirada: aproximaciones al periodismo narrativo.

ANGULO, María (Coord). Crónica y mirada: aproximaciones al periodismo narrativo, (2ª ed. 2014) Madrid: Libros del K.O., 2013, p. 368. 15'90

viernes, 16 de mayo de 2014

Crónica de un encuentro



Cuando la poesía sale a la calle y suena con notas de vieja Olivetti

Salía de las malditas clases de inglés, el día era gris, con una intermitente y molesta lluvia, quizá premonición de lo que me espera en las cercanas evaluatorias; por ello, y para desconectar un poco fui a visitar a mi amigo Pablo Parra, librero de la libreríaPrólogo el cual siempre que acudo a su establecimiento me brinda una más que interesante conversación. Pero cosas del destino, cuál fue mi sorpresa cuando junto a la puerta del negocio me encontré sentado en un batiente a todo un hijo de las musas —quizá un desheredado—, pulsando las teclas de una vieja máquina de escribir, una de esas Olivetti que tanto abundaron en España por las décadas de 1970 y 1980; me topé nada menos que con Julio Donoso. Julio, el poeta bohemio de Zaragoza, se mostraba ante mí como aquel Buscarini de pretéritos tiempos que ofertaba su arte en un puestecillo junto a la Puerta de Alcalá, vestía Donoso con una cazadora de cuero que cubría su vieja camiseta del Boca, y fumaba un pitillo mientras impertérrito marcaba el monocorde ritmo de su escritura.
 
Julio Donoso
El tiempo no acompañaba, la lluvia compelía a las gentes a marchar a sus refugios, pero allí estaba él bregando contra el clima y la adversidad, produciendo aquellos sonidos tan particulares con el teclado de su Olivetti, “tac, tac, tac, clink; tac, tac, tac, clinck”. Yo le pregunté «—Julio, amigo, pero…, ¿qué haces aquí?» Y él, con su tan característica mirada abstraída me contestó: «—Hola Pablo, nada, escribo poemas con esta máquina y los reparto por la voluntad…»; no pude menos que asombrarme; observé aquel brillo en sus ojos henchido de determinación el cual no hizo sino confirmarme lo que ya sabía: que Julio Donoso es uno de los pocos poetas bohemios que aún hoy se consagran, con verdadera fe, al ejercicio de la lírica. Charlamos un rato y me explicó de dónde había obtenido la idea, y cuáles eran los planes que tenía para el futuro: que si viajar a Granada, que si lo habían invitado a Galicia, etc…; en definitiva, los proyectos varios de una persona inquieta.

Después charlé con Pablo el librero, el cual me comentó que Julio Donoso sacaría más rédito a su máquina si escribiera en un bar: “más publico potencial”, “más clase”, en definitiva más de todo…, pero yo sabía que a Julio Donoso no le importaba tanto el dinero, en el fondo él mismo es consciente de lo esforzado de tal actividad para que sea rentable. Pero para el poeta, con el alma consagrada a la poesía, lo importante era el acto mismo de ejercerla en público. Julio Donoso se había propuesto con tan particular empresa divulgar su arte, quizá el arte de todos, y así hacer un favor a esos extravagantes poetas acomodados, y es que Julio Donoso con su esfuerzo callejero pretende animar a la gente a leer versos, “engancharla a la poesía”, y con ello, no solo favorecerse a sí mismo —que también—, sino favorecer a todos aquellos que escribiendo versos prefieren permanecer, cómodamente, al cobijo de su estudio.

Tras un rato de coloquio me despedí de ambos y marché; por el camino pensaba en la estampa con la que me había topado, y cómo aquel casual encuentro me hizo olvidar por un rato mis tribulaciones con la lengua de la pérfida Albión. El día era gris, la lluvia compelía a las gentes a marchar a sus hogares, y un poeta quedaba en la calle escribiendo, trabajando, para que su arte, que es el de todos, quede plasmado para siempre en las retinas de los despreocupados transeúntes.